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La Brújula

Duelo en la cumbre entre dos gigantes del Renacimiento

El próximo lunes, madrugada ya del martes en España, el primer debate entre Clinton y Trump disparará la traca que anuncie la recta final de la campaña presidencial estadounidense. Una campaña que, gane quien gane el 8 de noviembre, marcará un antes y un después. Si se impone Clinton, una representante del ala liberal de la vieja política turbia, porque se convertirá en la primera emperadora del mundo contemporáneo. Si se impone Trump, porque abrirá una ventana de inquietante incertidumbre en un mundo que vive sus momentos más convulsos desde el final de la II Guerra Mundial. El inglés Andy Robinson, corresponsal itinerante de "La Vanguardia", ha jugado con los ecos de Kerouac y Thompson para titular la radiografía en castellano más completa, aguda y actualizada sobre EE UU. Un país convertido en una bomba de relojería por los ocho años de belicoso latrocinio de Bush, la gran recesión -con su cortejo de empobrecimiento- y la ofensa que para muchos blancos han representado los dos mandatos de un presidente mulato.

Leonardo y Miguel Ángel, las dos cumbres del Renacimiento italiano, coincidieron en Florencia entre 1501 y 1505. Leonardo rondaba la cincuentena, mientras que el genial Buonarroti era un jovenzuelo de unos 25 años al que Da Vinci, que no vivía sus mejores momentos, miraba por encima del hombro. Sin embargo, fue Miguel Ángel quien se hizo con el encargo de esculpir el David, tarea que ejecutaría mientras Leonardo pintaba La Gioconda. Después, ambos se vieron confinados en una misma sala del Ayuntamiento florentino para sumergirse en un duelo de titanes: pintar sendos frescos bélicos en muros opuestos. Ambos quedaron inacabados. La estadounidense Stephanie Storey, historiadora del arte, arranca de esta rivalidad para imaginar la parte que le puede corresponder a la furia emulativa en la ejecución de dos obras tan apreciadas como el David y la Mona Lisa. Y lo hace en una sólida y entretenida novela que, al basarse en largas investigaciones, no necesita recurrir a vacuos preciosismos para enlucir carencias documentales.

Al parecer la célebre sentencia de Mark Twain sobre el abandono de la adicción al tabaco es apócrifa. Según el alemán Gregor Hens, que cita fuentes autorizadas, Twain nunca dijo aquello de "dejar de fumar es la cosa más fácil del mundo; yo lo he dejado cientos de veces". Se trataría tan solo de una cita espuria que los profesionales de la autoayuda clonan sin fin. Hens, uno más de los millones de individuos atrapados en la rueda del fumar-dejarlo-recaer, decidió que reflexionar sobre su adicción podría ser tal vez una buena terapia coadyuvante. Se desconoce si después ha vuelto a engancharse al cigarrillo, pero, en cualquier caso, su empeño nos ha legado este Nicotina, el texto hipnótico que resulta de su viaje introspectivo a las raíces de su cuelgue. Aunque no está claro que la lectura de Nicotina incite a dejar el vicio, lo que resulta indudable es que Hens, escritor de fuste, ha sabido componer un caleidoscopio de recuerdos, información y reflexiones que, a diferencia de la brasa de los 900 grados, dejan un magnífico sabor de boca.

En los años 20 y 30 del pasado siglo, los japoneses vivieron la fascinación por un género conocido como ero-gro o ero-guro, donde el misterio, el erotismo y la deformación grotesca se aliaban en piezas marcadas también por una cierta ingenuidad. Entre los escritores que cultivaron este género ocupa un papel preeminente Edogawa Rampo, de quien los lectores avisados ya conocen El extraño caso de la isla Panorama, publicado por Satori la pasada primavera. La antología Rampo, la mirada perversa incluye seis descollantes relatos del autor. Algunos nunca habían sido traducidos al castellano; otros lo habían sido a partir de un infame volumen en inglés, cuya alucinante génesis explica en apéndice Daniel Aguilar, responsable de esta edición. Asesinos por aburrimiento, muñecos animados, extraños efectos ópticos, esquivas sexualidades se conjugan en estas líneas para componer narraciones que los amantes del escalofrío apreciarán con largueza. Entre ellas destaca La oruga, prohibida por antimilitarista en el belicoso Japón de 1939.

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