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Pensamiento

La quebradiza frontera entre Occidente y el otro lado

Carlos Fraenkel narra sus experiencias de debate filosófico con culturas no occidentales

La quebradiza frontera entre Occidente y el otro lado

¡Cuántas veces las experiencias biográficas de un autor determinan su futuro trabajo! Este es el caso, parece, de Carlos Fraenkel. De ascendencia judía, durante los años sesenta sus padres se exilian en Alemania huyendo de la dictadura brasileña, para regresar en los setenta a Brasil, cuando Carlos tiene diez años. Cambiar su primera identidad alemana bien fraguada por otra que siente muy ajena le hará sentirse roto en su adolescencia. Estudia en Berlín y en Jerusalén. Vive finalmente en Canadá, donde ejerce como profesor de Filosofía en la Universidad McGill. Se especializa en la historia de la filosofía antigua, medieval y moderna, y de modo singular en el pensamiento judío e islámico. Su reflexión está enfocada hacia la filosofía política y de la religión. Es autor, entre otros escritos, de Philosophical Religions from Plato to Spinoza (2012). Aunque su mujer es judía practicante, él es ateo y confiesa que ni siquiera es capaz de creer en el Dios de Spinoza. Sin embargo, se siente atraído por indagar en ese territorio intercultural donde el islam, el cristianismo, el judaísmo y otras religiones tejen sus tensiones seculares. Y va más allá: pretende encontrar espacios de mediación entre las culturas enfrentadas, de eso va el presente libro, Enseñar Platón en Palestina, donde se nos narran cinco experiencias concretas de quebradizas fronteras culturales vividas por él, como profesor, en Palestina -a la búsqueda de un diálogo filosófico entre israelitas y palestinos-, Indonesia -en el vértice donde el islam converge con el resto de religiones monoteístas legalmente admitidas-, Brasil -un país altamente multirracial y multicultural donde la Filosofía es obligatoria desde 2008 por ley en la enseñanza media-, y en dos grupos culturales anómalos: algunos disidentes en ciernes del judaísmo hasídico en Nueva York y la comunidad de indios mohawk, que reivindica un nuevo estado para una nación iroquesa en el linde entre Estados Unidos y Canadá.

El libro se lee con facilidad, casi como una novela, porque en él pesa, tanto como el argumentario racional, la presentación de los personajes de carne y hueso que se mueven entre sus creencias dogmáticas en El Corán o el Talmud o la Biblia y la necesidad de entender racionalmente por qué otros creen de diferente manera. Carlos Fraenkel demuestra que existe ya un intenso trecho histórico de debate intercultural, que lleva desde Platón y Aristóteles a autores actuales musulmanes o judíos, pasando por toda la tradición medieval de filósofos como Maimónides, Al-Gazali y Averroes. De Al-Farabí, autor islámico del siglo X, muy respetado por la erudición posterior, utiliza, por ejemplo, el argumento según el cual la verdadera religión y la verdadera filosofía coinciden de hecho, alegóricamente; si literalmente divergen se debe a que la religión utiliza unos recursos narrativos populares pero su trasfondo imitaría al saber filosófico. Razonamientos como este pretenden arrojar luz, en la maraña de creencias enfrentadas, entre musulmanes que veneran a su profeta, Mahoma, que es un iletrado (ummi), o entre judíos hasídicos, a quienes se les prohíben muchas lecturas con riesgo de perder un lugar en el más allá, empezando por la misma Guía de perplejos del judío Maimónides y no digamos las obras del "panteísta" Spinoza o del ateo Nietzsche; o en una sociedad brasileña donde al lado de católicos, evangélicos o pentecostales se entreveran antiguas religiones afrobrasileñas como los adoradores de candomblé, religión animista y henoteísta, con un dios principal y otros secundarios; y en el contexto de una convivencia racial sui géneris, que con un porcentaje de descendencia africana muy superior a la de los europeos nos hace preguntarnos por qué en un colegio selecto de Salvador (Bahía) no encontramos ni uno solo que sea negro.

Tras recorrer las experiencias narradas en Enseñar Platón en Palestina, y después de ver a su autor rechazar el multiculturalismo en boga -pues de nada sirve respetar culturas al tiempo que se desprecian- y de defender un etnocentrismo crítico, cauto y no impositivo, ya que, además de saberse falible, a la racionalidad le es consustancial buscar verdades universales, ¿qué balance cabe hacer?

Cuando hay algún problema moral extendido, los programas políticos acostumbran a acudir a la educación como remedio. En este sentido, la apuesta de Carlos Fraenkel es la correcta: una educación filosófica del debate, que parta del conocimiento de las diferencias que nos enfrentan y del intento racionalizador que quiere comprender esa diversidad. Y pretende hacerlo críticamente y sin dejar de buscar los lugares de intersección entre las culturas, que llevan indefectiblemente hacia la racionalidad científico-filosófica. Todo ello sometido a una praxis obligada: la renuncia a cualquier imposición sumarísima, incompatible con los necesarios lentos procesos de pedagogía intercultural.

Pero asumida la necesidad de la pedagogía dialogante, ¿no debemos precavernos de la ingenuidad y del panfilismo? Esto es: los casos aislados son loables pero ¿no es preciso que esa pedagogía se universalice suficientemente si quiere generar fruto intergeneracional?, y para ello ¿no es obligado que la dialéctica de la relación entre los estados cambie sustancialmente? Y eso, ¿cómo? Esta es la duda que sigue en el aire y que cae fuera del propósito de Fraenkel en este libro.

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