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Araceli Iravedra | Profesora de literatura

"Falta distancia para saber si la poesía española de final del siglo XX ha dado otra generación de clásicos"

"Hay muchos nombres brillantes, equiparables o incluso superiores en calidad a según quienes de los poetas del 50 y de la Generación del 27"

"Falta distancia para saber si la poesía española de final del siglo XX ha dado otra generación de clásicos"

Afirma el académico Francisco Rico que Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000) es la antología de mayor alcance de su género, la que mejor ofrece una visión histórica "sistemáticamente articulada" del período objeto de estudio. Décimo tomo de la ambiciosa colección "Poesía española", su autora es Araceli Iravedra (Puerto de Vega, 1971), profesora titular de Literatura Española de la Universidad de Oviedo y directora de la Cátedra Ángel González. Un volumen de más de mil páginas en el que la estudiosa examina minuciosamente las distintas tendencias poéticas de esos años, elige treinta y cuatro nombres, comenta algunos textos representativos y propone, en fin, el canon aproximativo de casi cuatro décadas de poesía española en castellano.

-Elige 1968 como fecha de partida de su estudio y de la antología. ¿Por qué ese año y no el de 1975, el de la muerte de Franco?

-Aunque 1975 es naturalmente una fecha importante para el devenir de la cultura española en su conjunto, la muerte de Franco no afecta de manera significativa al género poético. El cambio que marcó verdaderamente el fin de la poesía de posguerra había comenzado a producirse hacia mediados de los sesenta. Pensemos que en esa década concurren una serie de factores político-sociales -el manifiesto debilitamiento del régimen, una apertura cultural indesligable del primer desarrollismo, la creciente sintonía con Europa- que parecían anunciar el final anticipado del franquismo. Y ello tuvo como principal consecuencia que la sociedad comenzara a desentenderse de la lucha contra el régimen, lo que se tradujo, en el terreno cultural, en una literatura menos cautiva de las condiciones históricas. En entonces cuando irrumpe una nueva generación poética que reacciona violentamente contra la poesía social, e impulsa un proceso de renovación que pasa por ignorar la literatura de posguerra casi en bloque para conectar con una modernidad cercenada. 1968 es el año central en la eclosión de primeros libros de esta generación, aunque el aldabonazo anunciador del proceso de cambio sea la publicación, dos años antes, de Arde el mar de Pedro Gimferrer.

-La selección de autores no incluye a la última promoción de poetas, a la que sí estudia en la introducción. ¿Por qué ese corte en el año 2000?

-El año 2000 marca simbólicamente el momento de un nuevo relevo generacional, que ya no es el último en la poesía española. Sin embargo, esta ya penúltima generación de poetas ha tenido una manifestación tardía, y no parece que, como tal, esté hoy plenamente consolidada. De ahí la decisión de no integrarla en una colección de estas características, que no busca tanto arriesgar apuestas como confirmar valores. No obstante, una parte de los rasgos distintivos de esta nueva generación se encuentra en estrecha sintonía con la estética del segundo tramo de la generación precedente, sí representada en la antología: de ahí que le haya dedicado un espacio en la introducción. Hablar de los poetas de 2000 no deja de ser un modo de seguir hablando, a la vez, de sus predecesores inmediatos.

-¿Por qué la decisión de acogerse a la plantilla generacional y contar la historia de la poesía española en castellano de esos años a partir de las antologías más publicitadas?

-El método generacional me parece particularmente útil para ordenar aquellas zonas más cercanas al historiador. Eso sí, siempre que se emplee con la flexibilidad necesaria: conviene evitar los automatismos falseadores y no olvidar la confluencia de tiempos y los fenómenos transgeneracionales. En cuanto a la atención a las antologías, a nadie se le oculta que son instrumentos de primer orden para elaborar el relato de la poesía española del siglo XX, especialmente en su segunda mitad: por un lado, funcionan como documentos interpretativos de una realidad en formación; por otro, inciden sobre ella e intervienen en la reconfiguración del campo literario. Pero también hay que cuidarse de filtrar la información interesada que nos brindan y, por descontado, completarla con el estudio directo de las obras individuales.

-¿El planteamiento no implica el peligro de perderse en la guerra de posiciones de unas tendencias y otras, los maestros y los epígonos, sin destacar suficientemente las singularidades relevantes?

-Eso ocurriría si no se tomasen las precauciones comentadas y si la atención a las antologías sustituyese el conocimiento directo de los textos, imprescindible en cualquier construcción fiable del relato historiográfico. En mi trabajo, las antologías han sido solo un hilo conductor para transitar el laberinto, cuyo material se amplía y se corrige; y la obra de los 34 autores seleccionados recibe una atención singularizada, aunque su examen, para no hipertrofiar el prólogo, se ha desplazado a las introducciones críticas que preceden a cada bloque de poemas.

-Ofrece un panorama complejo, pero esas tres décadas largas de creación poética casi se podrían resumir con la imagen de un largo pulso entre realistas o figurativos, con todos los matices, y neosimbolistas e irracionalistas, también con los matices necesarios. ¿Está de acuerdo?

-Estoy de acuerdo en que ha habido un sostenido y a veces enconado pulso, no solo entre las opciones que menciona: pensemos en todas las sendas del compromiso; pero creo que esa no ha de ser la clave del relato. Debemos hacer un esfuerzo por dejar a un lado la vida -que siempre es una guerra- literaria, al fin y al cabo pura anécdota, para atender a la literatura. Y lo importante es dejar constancia de toda esa diversidad de caminos, sin eludir ninguno, tratar de definirlos y de determinar su entidad, atender a su evolución y a sus transformaciones.

-¿La llamada "poesía de la experiencia" ha sido la tendencia principal desde los años setenta y casi hasta no hace mucho? Si cree que ha sido así, ¿qué explicaría su éxito?

-La poesía de la experiencia comienza a cobrar cuerpo en la segunda mitad de los setenta, alcanza su hegemonía a comienzos de los noventa y la mantiene por lo menos hasta finales de esa década. Son varios, a mi juicio, los factores que determinaron su éxito. En él intervino, por un lado, el respaldo editorial y crítico; también, seguramente, la convergencia de varias generaciones sucesivas; y, por qué no decirlo, la calidad indiscutible de muchos de sus cultivadores. Pero creo que no fue un asunto menor su esfuerzo de restauración del perdido pacto de lectura, su voluntad de soldar la fractura entre poesía y sociedad que había agigantado la estética novísima. El planteamiento cómplice con el lector resultó además particularmente oportuno en la coyuntura social que se afianzó con el régimen democrático, cuando emergen nuevas clases medias que solicitan una cultura media, fácilmente digerible, complaciente con un consumidor que busca formas de fruición familiares y un lenguaje sin sorpresas.

-Lo que parece evidente es que, en un momento dado, la poesía más aplaudida -llámese "venecianismo", "poesía de la experiencia", etcétera- se percibe como anquilosada y surge una reacción, incluso desde las propias filas de la tendencia. ¿Lo ve así?

-Así suele ocurrir. La poesía más aplaudida genera un movimiento epigonal y corre un mayor riesgo de fosilizarse que otra clase de opciones más marginales, aunque estas tampoco estén libres del peligro. Ocurrió con la estética novísima, que fue contestada desde las propias filas de la tendencia (pensemos en Luis Alberto de Cuenca como nombre paradigmático) o desde fuera de ella (es el caso de muchos autores del segundo tramo del 68, que nunca la cultivaron); y ocurrió con la vertiente figurativa, y sería amplísima la lista de nombres que se dieron a la fuga. Eso por referirme únicamente a las dos estéticas que se alzaron claramente como dominantes durante el periodo representado, pero también podríamos hablar del neosurrealismo, muy aplaudido en los comienzos de los ochenta, o de la poética del silencio.

-¿La poesía del periodo que ha estudiado está a la altura de la de otras épocas brillantes del siglo XX, como la de los autores del 50 o la de la Generación del 27?

-Hay muchos nombres brillantes, equiparables o incluso superiores en calidad a según qué componentes de los grupos que menciona. Pero creo que aún nos falta distancia para medir la significación del conjunto y no estamos en condiciones de apreciar si el último tercio del siglo ha dado una nueva generación de clásicos. Si ello fuera así, el siglo XX pasaría a la historia literaria como uno de los más sobresalientes de la poesía española.

-¿Con los nuevos poetas, los que empiezan a publicar en este siglo, asistimos a un regreso a ciertas posiciones de la poesía sesentayochista?

-Creo que en cierto modo sí, al menos si atendemos a las direcciones más concurridas: el neosimbolismo, el conceptualismo hermético, el irracionalismo surrealizante... De todos modos, la historia no pasa en balde y las estéticas nunca serán exactamente las mismas. Los poetas que algunos han llamado de 2000 se han reconocido en sus abuelos poéticos -los novísimos- sin dejar de asimilar las mejores lecciones de los padres -los poetas de la experiencia-. Por otra parte, los novísimos no despiertan una adhesión unánime, y hay entre los jóvenes quienes han alertado sobre las diferencias en la estructura profunda de los poemas novísimos y los nuevos poemas, y han denunciado un generalizado "síndrome déjà vu". Yo pienso, con todo, que en procedimientos y actitudes se aprecian algunas conexiones innegables.

-Afirma que se acogió para su estudio al criterio "histórico o notarial" del que hablaba Pedro Salinas, pero que se ha guiado de su gusto personal en la elección de los 34 poetas incluidos en la antología. Gana por goleada la tendencia figurativa?

-Me he acogido para la selección de los autores a una cosa y a la otra. El antólogo no puede -ni creo que deba- abdicar de su sensibilidad. Y a nadie que se haya acercado a mis trabajos se le ocultan mis simpatías hacia la tendencia figurativa. Pero entiendo que no se debe únicamente a una preferencia personal la abundancia de poetas figurativos en la nómina. Usted mismo afirmaba hace un momento que la poesía de la experiencia había sido la tendencia dominante durante la mayor parte del periodo atendido, y eso tiene que reflejarse de algún modo si efectivamente opero con el criterio histórico o notarial, y más aún, si trato de conjugar en la muestra de líneas y poetas el criterio de la calidad con el de la representatividad.

-Le voy a pedir que elija solo tres o cuatro poetas fundamentales del periodo estudiado y que explique las razones.

-Permítame que no le conteste a esa pregunta, porque cualquier respuesta sería injusta. Tendría que mencionar a los 34. Y a alguno y a alguna más.

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