La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La herencia de Job

El periodista César Iglesias publica un primer libro de poemas, Lengua del duelo, que se lee como una oración expresionista sobre la aflicción

La herencia de Job

Desde que el filósofo Antonio Negri iluminó con una verdad más profunda las líneas clamorosas del libro de Job y nos presentó a éste como lo que es, un rebelde con causa, resulta difícil no ver en el dolor uno de los orígenes de la comunidad ética. "El dolor de Job es la tragedia que siempre constituye el paso de una primera a una segunda naturaleza. Y es verdad que sólo el dolor revela ese paso y rompe la indiferencia, que sólo el dolor constituye la conciencia", asegura el pensador italiano en Job: la fuerza del esclavo. Una explicación que permite entender el sentido profundo de un libro como Lengua del duelo, en el que su autor, César Iglesias, esparce el "polvo de la herencia de Job" (uno de los versos de este poemario sin concesiones a la vaguedad lírica) para mostrarnos desde distintas claves existenciales la "fonética propia" de una aflicción tan vieja como el mundo, pero de un mundo en el que Dios, si está, se percibe ya como una ausencia.

Los veinticuatro textos de este poemario extremo, en el que las palabras desbordan lo elegíaco para afilarse en la piedra de un expresionismo que bebe de distintas fuentes literarias (de los ecos de los profetas veterotestamentarios a Paul Celan, pasando por ciertos libros de Antonio Gamoneda), ponen el foco sobre una geografía sentimental y física en la que el duelo es exactamente eso, el dolor de la existencia, pero también, siguiendo otra acepción del vocablo, pelea o combate con el discurso en que se sustancia. En sus versos se escucha la indignación del yo atribulado por la culpa "genética", que no puede ser otra que la del ser para la muerte, y también la de una primera persona del plural en la que toman voz los afligidos, los herejes, los perseguidos, los queridos fantasmas de aquellos derrotados por la vida y por la historia.

Pero se equivocará el lector si piensa que estamos ante un libro meramente confesional, un lavatorio de heridas, la suma de penas de alguien que mira en su ombligo la tristeza de los días. El dolor es aquí, tal y como vio Negri en los sufrimientos y parlamentos de Job, una palanca poderosa para el reconocimiento de los pesares ajenos, del otro como un reflejo especular de nuestras propias tormentas: yo no soy otro, más bien soy también como el otro. Lengua del duelo propone así, de alguna manera, un camino a la redención a partir de nuestra precariedad, de nuestra soledad y de que estamos vivos. César Iglesias lo enuncia en "Epílogo", los dos versos con los que cierra el volumen, acompañándose de Pavese: "Llegó el tiempo di esseri soli e vivi".

El autor de Lengua del duelo publica su primer libro a los 55 años, la edad en la que otros reúnen sus obras completas o dejan, sencillamente, de escribir poesía. Conocido por su larga y destacada dedicación al periodismo durante años (fue jefe de sección, por ejemplo, de LA NUEVA ESPAÑA), ha optado para esta primera presentación poética por reducir su nombre completo (Julio César), aunque sin ocultar o disimular su identidad, como puede comprobar cualquiera que sienta curiosidad con sólo leer la contraportada del libro. Mierense de 1961, licenciado en Filología Española por la Universidad de Oviedo, el autor ha esperado largos años para dar a la estampa sus poemas. Sin embargo, su vocación poética es muy anterior a su dedicación al periodismo. Formó parte de algunos de los grupos literarios asturianos con mayor actividad a principios de los años ochenta. Y nunca ha dejado de leer versos o de tomar posición, a su manera, ante las vueltas y revueltas de la poesía española de los últimos años.

El resultado de esa larga y cultivada inquietud es Lengua del duelo, donde el poeta se apoya fundamentalmente en el endecasílabo y el heptasílabo (incluye también un largo poema en prosa que recuerda las formulaciones de la particular "nueva épica", según el curioso nombre que le dio entonces la crítica, de Julio Llamazares en La lentitud de los bueyes y Memoria de la nieve) para cantar una "poesía de pobres y muertos", como dice el verso de Wallace Stevens. Una poesía de dañados que a todos concierne, porque todos lo somos o lo seremos. No es poesía religiosa en sentido estricto, pero se reviste del tono de la oración, la plegaria, el salmo o el kaddish, para dar curso a ese dolor propio que aquí se constituye como un símbolo del sufrimiento universal. La intertextualidad (de Stevens a Celan, Leopardi o Pavese) es siempre pertinente, ajustada. Subrayar también, por ejemplo, el acertado uso del monólogo dramático en textos como "Salmo en Besullo", donde César Iglesias da voz a la última vecina protestante de ese pueblo del suroccidente asturiano en el que nació Casona. Y el libro incorpora además ilustraciones de Federico Granell, uno de los más destacados representantes de la joven pintura asturiana.

Lengua del duelo, cuajado de versos como brasas y de preguntas insoslayables, es una de las notables sorpresas poéticas de este otoño. Libro sustancial, denso, que descolocará a quienes sólo buscan la novedad en la poesía española en títulos y antologías de veinteañeros. Y que dejará en los buenos lectores la certidumbre de que están ante una voz singular, de esas que acompañan y nos sacuden por dentro.

Compartir el artículo

stats