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Las damas en el salón

Sainte-Beuve, el más grande de los críticos literarios, fue también un agudo observador de los sentimientos: la prueba está en Retratos de mujeres

Las damas en el salón

Un clásico, de acuerdo con la definición usual, es un autor antiguo canonizado por la admiración. La definición más bella que existe sobre los clásicos probablemente pertenezca a Sainte-Beuve. Para él, la palabra describe a un autor que ha sabido enriquecer la mente humana, que descubre verdades morales y no se equivoca, o que ha revelado la pasión eterna en los corazones, donde todo parecía conocido y descubierto; también a quien ha expresado su pensamiento, observación o invención, cualquiera de ellas, a lo grande, de manera refinada y sensible, sana y hermosa; a quien habla a todos exhibiendo un estilo peculiar, nuevo y sin neologismo, nuevo y a la vez viejo, siendo contemporáneo en todos los tiempos.

Leyendo a Sainte-Beuve, rescatamos a un clásico: sus retratos de mujeres, al igual que los literarios, publicados en vida son un epítome de la gracia, la elegancia y la perspicacia. Si exceptuamos a Lytton Strachey no conozco a un retratista que ahonde de manera tan cautivadora en los detalles reveladores de los sentimientos y la personalidad de los protagonistas. Acantilado acaba de publicar una selección de los Retratos de mujeres de Sainte-Beuve que incluye la biografía íntima resumida de catorce damas y que sirve para explicar la influencia universal de los salones literarios franceses, las cabinet y las ruelle, desde los orígenes a su extinción. Todas ellas, de Madame de Sévigné a Madame Récamier, pasando por Madame de La Fayyette, la marquesa Du Deffand, Mademoiselle de Lespinasse, Madame de Pompadour o Madame de Staël, representan la elección del buen gusto y hasta del refinamiento, caracteres opuestos y coyunturas distintas.

Madame de Sévigné, conocida por las cartas a su hija, abrazaba el espíritu de la conversación y la cortesía del lenguaje, sus escritos están llenos de delicadeza y de sentimientos; Madame Longueville compartió la ambición con la rebelión de la Fronda; Madame de Staël, de carácter enérgico, abrigaba la tristeza del "patriotismo estoico," aspiraba a una república basada en la libertad y la honradez, buscó la felicidad frente a los hechos que se rebelaban contra ella; Madame Roland, cuyas cartas escritas durante la Revolución encadenan de manera reveladora los sentimientos de un período difícil de la historia de Francia -la esperanza, la desesperación, el exceso, la alegría y la decepción- deseaba inculcar a las generaciones futuras el valiente ejemplo de no darse jamás por vencida. O Mademoiselle de Lespinase, que se convirtió por su influencia sobre D'Alembert, en una de las grandes personalidades reconocidas del siglo XVIII, y acabó siendo víctima de su pasión y del mal sagrado. Mientras tanto, sin nombre, sin fortuna y sin belleza, únicamente con el atractivo de su espíritu, como escribió Sainte-Beuve, supo poner de moda su salón y convertirlo en uno de los más frecuentados de la época. "¡Felices tiempos aquéllos! Toda la vida giraba por entonces en torno a la sociabilidad; todo estaba dispuesto para el más agradable intercambio intelectual y para la mejor conversación. Ni un día desocupado, ni siquiera una hora?"

Charles-Augustin Sainte-Beuve (Boulogne-sur-mer, 1804-París, 1869) fue el crítico francés más importante del siglo XIX, y, en opinión de muchos, el mayor crítico literario de todos los tiempos. Estudió medicina, pero pronto la abandonó por la literatura. Antes de dedicarse a la crítica, hizo sus pinitos en la poesía y la ficción. Profesor y senador, escribió la gran Histoire de Port-Royal, pero su producción más famosa está en los ensayos críticos y los retratos contemporáneos, literarios y femeninos. En vez de clasificar los libros en buenos y malos, arrojó luz sobre la obra de los autores a partir del estudio de sus vidas y la correspondencia, estableciendo comparaciones con la escritura de otros tiempos y lugares. Unido a un buen gusto y un estilo admirables, su trabajo de observación abrió una vía sin explorar en la crítica literaria. La exactitud de sus juicios y el carácter innovador de su enfoque tuvo, sin embargo, un detractor en Proust, quien se mostró en desacuerdo con el positivismo beuvien. Según el autor de En busca del tiempo perdido resultaría imposible comprender la génesis y la naturaleza de una obra de arte únicamente a través de la biografía del autor.

Si aún tienen tiempo para disfrutar de los clásicos, lean los retratos de Sainte-Beuve. No se arrepentirán de ello.

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