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Libros

Genealogía ficticia

La historia de la Academia Francesa vista desde el sillón del premio "Príncipe" Amin Maalouf

En 2011 al escritor y premio "Príncipe de Asturias" Amin Maalouf (Líbano, 1949) lo eligieron para ocupar el sillón que Claude Lévi-Strauss había dejado vacante un par de años antes en la Academia Francesa, concretamente el número 29. Es corriente que los que ingresan en esa institución lo hagan elogiando a su antecesor, cosa que a Maalouf no debió costarle, pues según confiesa admiraba al egregio antropólogo desde su época de estudiante universitario. Y ese elogio, junto al interés que despertaron en él los 17 ocupantes del sillón previos a Lévi-Strauss, le llevó a escribir este libro que podría leerse como una genealogía ficticia, en acertada expresión que el propio Lévi-Strauss utilizó en su discurso de ingreso.

Como no podía ser de otro modo, estas páginas, amenas y bien escritas, no solo recopilan las biografías y los perfiles intelectuales de quienes pasaron por el sillón 29, sino que además, llevándonos de lo particular a lo general, nos asoman a partes fundamentales de la historia moderna y contemporánea de Francia. Desde que el cardenal Richelieu fundara la Academia en la primera mitad del siglo XVII, bajo el reinado de Luis XIII, hasta la elección de Claude Lévi-Strauss en los años setenta, son muchos los hitos políticos y culturales que desfilan por las páginas de este libro. Pero también hay sitio para lo meramente anecdótico.

La historia de Pierre Bardin, por ejemplo, el primer ocupante del sillón, un hombre de pro con orígenes humildes, dedicado a sus estudios y sus latines, resulta sobrecogedora porque murió ahogado en el Sena, en Charenton, cerca de París, el sábado 29 de mayo de 1635. Fue en un acto tan irreflexivo como generoso, y puede que algo chusco: El joven marqués de Humières, de quien Bardin era preceptor, se empeñó en bañarse en un lugar del río tan peligroso que le resultó imposible salir, de modo que el preceptor se tiró en auxilio de su discípulo, acudiendo después el barquero en ayuda de ambos. "El preceptor y el discípulo se aferraron a él inmediatamente; pero el hombre, que no tenía fuerza para llevarlos a ambos, les dijo que uno de los dos tenía que soltarse o si no morirían los tres". Fue entonces cuando Bardin prefirió la salvación del marqués a la suya propia.

Jean-François Cailhava, que ocupó el asiento en los primeros años del XIX -Napoleón cambiaría en 1805 el emplazamiento original de la Academia, en el Louvre, para acomodarla en el muelle de Conti-, llevó su mitomanía a los extremos cuando en 1792 se exhumaron los restos humanos que se creían de Moliére -y puede que lo fueran-, pues le pareció oportuno coger un diente de entre los restos para después colocarlo en una sortija. Sus detractores se divertían diciendo que Moliére le había enseñado los dientes.

Pero además de estas y otras anécdotas -como la de aquel joven y elocuente abogado a quien eligieron en lugar de Corneille-, por estas páginas pasan la Revolución de 1789, el imperio napoleónico, la guerra franco-prusiana de 1870, la Comuna de París, el "caso Dreyfus", la carnicería de la Primera Guerra Mundial y los peligros de la Segunda. Todo salpicado de los nombres que ocuparon ese asiento, algunos tan fundamentales como Ernest Renan, otros tan originales como Henry de Montherlant.

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