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Charlando con un sabio

Las conversaciones de George Steiner con Laure Adler, un despliegue de inteligencia

Charlando con un sabio

Basta repasar la biografía de la periodista y escritora normanda del 50 del XX Laure Adler (no hay disculpa, está en wikipedia) para intuir que de su encuentro con el casi nonagenario sabio parisino, hijo de judíos vieneses, George Steiner solo podría salir miel pura. Inteligente preguntando y dejando hablar (ella), sueltísimo y desprejuiciado y agudo y polémico el que fuera "Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades" en 2001. Las charlas que ambos mantuvieron son una joya que nos permite como lectores hacernos los orejas y asistir a un despliegue de inteligencia en marcha. Cómo se agradecen estos libros que se leen con un lápiz en la mano para marcar ocurrencias, ideas, sentencias, máximas paradójicas, sorpresas? tanto como agradezco a los miembros de la tertulia de la calle Pisuerga, 7, la casa de Juan Benet, que hace más de 40 años me descubriesen Después de Babel y a un autor al que no he dejado de frecuentar. Quizá sea lo mejor de la amistad y de las conversaciones: el descubrimiento y el compartir lo fascinante.

Steiner habla de todo y no tengo más rmedio que reseñar el libro citándolo y citándolo. Habla de los encuentros, precisamente: "Cuando estoy cara a cara con alguien siempre me pregunto: ¿qué vivencias ha tenido esta persona? ¿Cuál ha sido su victoria, o su gran derrota?". Analiza con bisturí el estado de las letras frente a la ciencia: "Tengo la impresión de que en las humanidades vivimos en el siglo del 'bluff', hasta límites insospechados. No se puede ir de farol en matemáticas ni en la gran ciencia: o funciona o no funciona. No se puede hacer trampa". No olvida el lenguaje, su gran obsesión: "El lenguaje lo permite todo. Es algo espantoso en lo que no solemos reparar: se puede decir de todo, nada nos ahoga, nada corta nuestra respiración cuando decimos algo monstruoso. El lenguaje es infinitamente servil y no tiene límites éticos". Hay desde consideraciones morales ("Decir: 'Solo puedo amar a los que son como yo' es propio de almas innobles") hasta consideraciones sobre el judaísmo ("Creo que el judío tiene una misión: la de ser por todas partes un invitado para tratar de explicar al hombre que en la tierra somos todos invitados, de enseñar a nuestros conciudadanos de la vida que debemos aprender ese arte tan difícil de sentirse en casa en todas partes. Es seguir siendo un alumno, uno que aprende. Es rechazar la superstición, lo irracional"). O la denostada memoria ("Si sabes algo de memoria, nadie te lo puede quitar. Se queda dentro y crece y se transforma") tan atropellada por la educación actual ("una amnesia planificada"). Buenos consejos: "Es mejor tratar de escuchar, de aclarar las cosas, sin tener la arrogancia moral de declarar: '¡He aquí la respuesta! ¡Lo tengo!' Al final de mi vida solo puedo decir: 'No, no lo he comprendido' "; pero también pocas esperanzas ya: "Si nuestra cultura, nuestra sensibilidad, se vuelve una especie de 'Hitler, ni idea; Dios, ni idea', una cultura en la que los diez ingleses inmortales serían, en primer lugar (y con gran ventaja) David Beckham, en el quinto puesto Shakespeare, y Darwin noveno, entonces de verdad creo que ya no podremos producir obras de primera categoría". Por ello, "tal vez estamos entrando en una época ridícula".

Nada útil falta en este largo mano a mano. Ni una contundente consideración sobre los perros: "En serio, mataría a los que maltratan a los animales. Lo digo con toda tranquilidad. Los ojos de mi perro esconden algo que comprende muy bien: tal vez lo que me va a pasar". Un sabio respondiendo a una mujer listísima. Qué gozada.

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