Mario Álvarez Porro es licenciado en Filología Hispánica, editor y miembro del consejo de redacción de la revista "Nueva Grecia". Ha publicado varios libros de poemas y colaborado en diferentes medios. Hay voces que sorprenden por su contundencia, otras, como ésta, por su contención y la coherencia del sentir poético, que se manifiesta de forma precisa en el verso que intenta reconstruir lo sentido. Una batalla interior lenta, también manual, de oficio, de cuidado o artesanía de la palabra, por establecer una concordancia lo más exacta posible entre palabra y silencio, significado y significante tal y como nos indica el extraordinario prólogo de Rubén Muñoz Martínez. "El problema que supone la dicotomía formada por silencio y palabra en poesía no es otro que el de expresión y contenido que centró los estudios de lingüística a principios del s. XX. Es imposible, por tanto, no citar aquí el Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure, cuyo binomio de significado y significante, referente previo al anterior citado, se concibe como las dos caras de una sola entidad, el signo lingüístico, y donde se llama forma pura a la relación entre ambas. Lo que Saussure llama forma pura se circunscribe a una relación anímica, ya que consiste en la acción de hacer presente algo substancial, esencial o espiritual, dando alma a las formas. Esa forma pura se traduce líricamente en una relación dolorosa, pues hay una evidente fricción entre lo que se quiere nombrar y lo que puede llegar a ser nombrado, entre lo que es y lo que existe". A través de esta grieta atraviesa el poeta la realidad y la traduce, o intenta, al menos. Se adentra en el misterio de la creación, del hecho poético, de lo inaprensible, ese "no saber sabiendo" que todo poema encierra y del que surge.
Recorremos junto al poeta tres etapas o sendas de este camino: De los incipientes (vía purgativa), De los proficientes (vía iluminativa) y De los perfectos (vía unitiva). El libro, por tanto, se convierte también en proceso, desde un nacimiento colectivo ("y en el principio/ creó los cielos y la tierra/ y a ti/ en medio/ cayendo") que atraviesa un horizonte de duda, incertidumbre, un cierto modo de acercarse a la verdad ("ya vuelve el temblor /y no puedo dejar de creer/ es algo incurable") hasta un encuentro definitivo con la fe ( " sí/ su nombre es horizonte/ y ésta/ es su fe") a través de una obstinación por seguir adentrándose en esta realidad y horizonte cuya dimensión la palabra no alcanza ("la del pájaro abatido/ desangrándose en el suelo/ y que aun así/ aletea") para llegar finalmente hacia la unión ("así que ven/ no te detengas/ estás a punto de tocar el cielo"), el pensamiento ascético que nos conduce al origen, al reconocimiento de la verdad más dolorosa y difícil de asumir tal vez: "porque al final/ cuando ya nada quede/ sólo tu dolor/ te sujetará". El poeta emprende aquí un camino de conocimiento, de perfección tal vez, y nos invita a acompañarle: "así que ven/ donde no vienen los demás/ donde ya nadie viene/ adéntrate total". No sólo acompañarle, también formar parte como materia propia: "a latir por encima del latir". Invitación clara, evidente, a la que resulta difícil resistirse: "así que ven/ a formar parte de ello/ a estar allí".