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Música

Nebra, recuperado a medias

El teatro de La Zarzuela de Madrid reivindica al compositor español

No se entiende como un compositor como José de Nebra (1702-1768) no es una figura de mayor peso en las programaciones, sobre todo porque su producción de ópera y zarzuela es más que notable y en ella hay ejemplos de enorme interés que han permanecido ocultos y olvidados de manera bochornosa. Es, por desgracia, algo que define a nuestro país. El arrasamiento histórico de la cultura musical lleva, precisamente, al menosprecio de nuestra historia y al ostracismo de los grandes maestros de la creación musical hispana. No pensemos que es algo del pasado. Hoy por hoy sigue habiendo ejemplos tremendos al respecto y, mucho me temo, que seguirán en el futuro.

Nebra merece mayor protagonismo y, en los últimos años, su reivindicación ha llevado a una paulatina normalización de su presencia escénica aunque todavía queda mucho por hacer al respecto.

El madrileño teatro de La Zarzuela apuesta, tras el gran éxito obtenido con Las golondrinas en la inauguración de la actual temporada por rescatar Iphigenia en Tracia, una zarzuela barroca en dos jornadas y con libro de Nicolás González Martínez estrenada en el Coliseo de la Cruz de Madrid en 1747.

Hay en el discurso musical de Nebra un brillo esplendente que lo emparenta con los grandes creadores coetáneos europeos. Su genio creativo se ilumina a través de un sustrato melódico en el que se tejen las pasiones y las emociones con acertado pulso narrativo. En una obra como la "Iphigenia" de Nebra las piezas van encajando con delicadeza de orfebre, la misma que requiere la búsqueda de una vocalidad que ha de rastrear un celo estilístico que debe ir más allá del virtuosismo y que ha de tener otro puntal básico en la expresión como elemento definitorio del carácter de cada personaje.

El sensacional acierto de programar la obra no se vio acompañado del mismo modo en la elección de los mimbres que la configuraron. Las cantantes, todas ellas solventes, y capitaneadas por María Bayo, no siempre encontraron acomodo a las características de sus respectivos roles, quedando sus aportaciones en una discrección manifiesta y, a veces, ni eso. Tampoco el planteamiento musical de Francesc Prat fue mucho más allá de una corrección desaborida. Se me ocurren otros maestros españoles que pueden sacar mucho mayor partido a la obra, entre ellos el asturiano Aarón Zapico, aquí al clave en el foso en el continuo, e impecable, como siempre.

Pero quizá el mayor escollo de esta producción de "Iphigenia" son los cortes que la han jibarizado hasta convertirla en una especie de sucesión de números musicales apenas cohesionados por una narración de ínfulas grandilocuentes. Es una pena porque privada la obra de su espíritu primigenio y faltando también "da capos" y sus ornamentaciones, nos quedamos a medias. Pese al esfuerzo del director de escena Pablo Viar de dotar a la misma de un poso melancólico y casi apolíneo, faltaba una línea argumental y las escenas no lograban salir de la confusión. Lo mejor, con diferencia, se pudo disfrutar en la poética escenografía de Frederic Amat y en el fastuoso vestuario de Gabriela Salaverri, muy bien iluminados por Alberto Faura. Serían, sin duda, buenos elementos para una reposición de la obra desde un punto de partida dramatúrgico más adecuado.

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