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JOSÉ ANTONIO MASES | ESCRITOR, ACABA DE PUBLICAR "LA CORDILLERA"

"El origen de 'La Cordillera' es una reminiscencia de mi infancia"

"Esta novela ha sido un empeño mayor, gestada con altibajos; le he dado muchas vueltas: limé, taché y retaché"

José Antonio Mases, con un ejemplar de "La Cordillera". ENOL TEIJIDO

A sus 87 años, José Antonio Mases (Cabranes, 1929) sigue en plena forma. Acaba de publicar La Cordillera (Trea), novela a la que ha dedicado tiempo y su mucho talento lingüístico y narrativo. Además de editor minucioso y escritor de variados intereses, el autor de El palenque es uno de los narradores asturianos fundamentales del último medio siglo.

-Han transcurrido catorce años desde la publicación de su última novela, "La quimera".¿El pulso para escribir "La Cordillera" ha sido considerable?

-Ha sido un empeño mayor, aunque su gestación ha tenido altibajos. La muerte de mi hermana, por ejemplo, me amilanó. Es una novela a la que le he dado muchas vueltas. Limé, corregí, taché y retaché. La verdad es que no estoy demasiado insatisfecho. Tengo esa obsesión por el lenguaje, la palabra querida, casi el arcaísmo.

-¿"La Cordillera" es una metáfora de la vida como horizonte al que nunca se llega?

-Sí. La vida como camino es un tema recurrente. Está en la Edad Media como recorrido hacia el cielo. Lo que buscan mis personajes es la felicidad terrena, un vano empeño porque nunca se alcanza. Esa cordillera es como la frontera entre una magia precaria y la magia que se busca al otro lado. En esos personajes, que son de carne y hueso, son una manifestación de la pobreza, de la infelicidad. La abuela, por ejemplo, es una sabia analfabeta; lo sabe todo de la vida.

-¿Por qué decidió situar la trama en el siglo XVIII?

-Es un siglo rico en cambios, cultura, en el uso de la palabra, pero, principalmente, porque pervivían aún los cotos señoriales. Y la novela transcurre en un coto llamado El Sitio, que es también el nombre de todos los lugares por los que pasan los caminantes. Todos los sitios son El Sitio, otra metáfora.

-Incorpora una cita de Kerouac y otra de Hesse: "La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero". ¿Coincide con la manera que tiene Mases de ver la vida?

-Tampoco desdeño la de Kerouac. Sí, es mi forma de ver la vida, pero no he querido que la novela tuviera tufillo filosófico. He pretendido hablar de un puñado de insatisfechos, dolientes, maltratados... Viven entre el abuso del señor y la Iglesia, con un cenobio benedictino.

-Es una ficción, pero ¿el espacio geográfico de la novela está inspirado por su concejo natal, Cabranes?

-Implícitamente. Cuando yo tenía 10 años, desde el corredor de mi casa aldeana veía las estribaciones de los Picos de Europa, Peña Mayor, que era donde primero asomaban las nieves. Me quedaba mirando y pensaba en lo que había detrás. Esa reminiscencia es el motor de la novela. Es una imagen que me acompaña desde niño y que transformado en una metáfora. Hay muchos matices que yo respiré. Y está el contacto con la naturaleza que viví: la nieve, el agua, los pájaros... Todo eso está presente.

-En la narración está su gusto por la palabra precisa, por la música del párrafo. Sin embargo, creo yo, ha optado por poner distancia con su gran novela "El palenque", que tiene un lenguaje más barroco.

-Ocurre que en "El palenque" predomina la jerga cubana, cuya belleza quise aprovechar. En "La Cordillera" hay un recuento de mis sentimientos de niño. A veces tengo la impresión, y me lo han reprochado, que tiendo al culteranismo. Lucho contra eso. Y me ha venido, casi sin querer, un intento de rescatar cierta prosa del siglo XVIII. He intentado un equilibrio entre la rudeza de algunas descripciones y el lirismo.

-Cuenta la vida de tres generaciones. ¿Por qué ese arco temporal?

-Sí, pero no es una narración lineal. Hay "flashback" (escenas retrospectivas o analepsis), técnica que ya está en Faulkner y lo ha hecho mejor que nadie.

-¿Faulkner es un escritor especialmente querido por usted?

-Es el padre de todos. ¿Quién no ha bebido de Faulkner? También admiro mucho a Rulfo, y no sé si hay algún tic suyo en esta novela. Y también a Onetti. No quita, sin embargo, para que lea a Azorín. Puedo leer un par de páginas de Azorín y después pasar a Cormac McCarthy. Así comprendo mejor a uno y a otro. Tengo un libro que me dedicó Azorín en 1952, cuando yo hacía la mili en Madrid. Fui a su casa, en la calle Zorrilla, 21, vestido de soldado. Pregunté por el maestro a una moza que salió a la puerta, con su cofia, muy ceremoniosa, por un pasillo muy largo en el que sonaba el azoriniano tic-tac de un reloj. Me dedicó el libro, sin recibirme, pero pude ver la mitad de la mano de Azorín. Escribí un artículo sobre eso.

-Usted ha publicado cuentos espléndidos y novelas magníficas, como "El palenque". ¿Siente que la crítica y los lectores no han descubierto aún al Mases narrador?

-Tuve una época que la crítica me mimó. Cuando estaba en La Habana mandé al premio "Sésamo" la novela "Ladrón de algo" y quedó finalista con otra de Juan García Hortelano. Me abrió las puertas de Plaza y Janés, a través de Mercedes Salisachs. Y les mandé los cuentos de "Los padrenuestros y el fusil", libro que tuvo tres ediciones. Recibí críticas muy buenas. Y también tuvo éxito "La invasión". Por cierto, ya antes de la muerte de Fidel (Castro) empecé a revisar alguna impureza de "Los padrenuestros...", sin alternar lo sustancial. ¿Mal tratado? No lo sé.

-Víctor Alperi me decía que el novelista se entierra en un pozo cuando se queda en provincias. ¿Lo comparte?

-Hay algo de eso. Hay que ir a Madrid, cortejar. Yo no sirvo para eso.

-¿La timidez le ha perjudicado?

-Sí, sí. No hay nada que hacer, soy congénitamente tímido. Una anécdota: en los años grises de la posguerra, una libra de chocolate era un tesoro. Yo era un niño en la escuela de Cabranes y el maestro hizo un sorteo, precisamente, de una libra de chocolate. Quien comía chocolate, era rico. Va y me toca a mí. Yo miraba mi papelito y no me atrevía a salir a la mesa del maestro a recoger el premio. Fue un compañero que estaba a mi lado, Mico, al que encontré años después en La Habana, quien dijo que me había tocado. Salí rojo como una amapola a recoger aquel chocolate, para alegría posterior de mi madre.

-Fue emigrante por las Américas y conoció la revolución cubana. ¿Cómo ha vivido la muerte de Fidel Castro?

-Fui un emigrante sui géneris. Yo trabajaba en el Banco Pastor, en Gijón. Ya había quedado finalista en el premio "Naranco". Me encandiló la aventura americana porque el banco me atosigaba. Estuve en Santo Domingo descargando barrillas en el muelle, pero acabé a mal con el empresario que me llevó. Era un tipo mezquino que negaba el agua a los negros. Me fui a Cuba y vi nacer la revolución que se necesitaba, porque Cuba era un estercolero. Y el tirano era Batista. Todos los cubanos querían aquella revolución, que fue hermosa y romántica. Lo que hizo después, ya me gustó menos.

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