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Arte

El nuevo mundo de Armando

Ni surrealidad ni ciencia ficción, la evocación de un universo fantástico para dar protagonismo a los valores pictóricos

El nuevo mundo de Armando

Considerado en alguna ocasión como lo que en el mundo del arte se suele llamar "pintor secreto", la información que hasta ahora teníamos sobre Armando Suárez (Gijón, 1928-2002) era, a grandes rasgos, que se trataba de un joven que a los 25 años sufrió un brote psicótico, lo que le obligó a abandonar su profesión como perito industrial y luego, cuando su enfermedad se hizo crónica, le llevó a una mayor dedicación, quizá tanto por la vocación que ya tenía como por la terapia, a la pintura. Una pintura figurativa con influencias cubismo-expresivas en sintonía con la que entonces hacían pintores gijoneses como Antonio Suárez, Camín, Magdaleno o Suareztorga, con quienes llegó a exponer además de hacerlo también otras muchas veces individual y colectivamente, una obra que se caracterizaba por una sólida construcción de estructuras paisajísticas, sobre todo urbanas, sustentadas en arquitecturas compositivas de gruesos perfiles lineales. A esto hay que añadir, porque es significativo, lo que Ángel Antonio Rodríguez, que siempre le reivindicó como pintor, escribe en su libro "Cien años de pintura en Asturias": "... en sus últimos años de vida solía incluir en los cuadros numerosos platillos volantes, que incorporaba a los paisajes urbanos, a modo de visión apocalíptica", cuestión esta que también fue comentada en otras ocasiones y lugares hace algún tiempo.

Con tales antecedentes no es de extrañar que con solo una primera mirada al llegar a esta exposición, admirablemente montada, se quede uno con el ánimo entre sorprendido, suspendido y expectante y con la mirada cautivada, desde lejos, por la sugestiva elementalidad formal y cromática que en conjunto ofrece esta pintura de Armando, su limpieza y la intensidad luminosa que desprende. Nada de lo que uno esperaba ver, nada de paisajes más o menos convencionales. ¿Platillos volantes?. Es lo que parece, lo más obvio si nos atenemos a la configuración objetual de las imágenes con la que tan a menudo y durante tanto tiempo solicitaban nuestra atención los medios de comunicación, aunque otra obviedad podría ser concluir que tenían razón los que decían que Armando Suárez al final se había hecho surrealista.

No parece el caso. Ni surrealismo ni ciencia ficción, porque, para empezar, Armando pintó estos cuadros durante toda su vida, aunque nunca los expusiera y raramente los enseñara, quizá temiendo que fueran tenidos por lo que no son, o por lo que yo creo que no son: una excentricidad que era de esperar. Pienso que estos cuadros eran antes abstracciones que realidades, o si se prefiere abstracciones figuradas, claro que no representación de una realidad visual, probablemente la creación de un universo fantástico distinto del mundo cotidiano, como espacio y pretexto para crear una pintura únicamente comprometida con los valores plásticos sobre la que no fuera necesario explicar, como hizo muchas veces, que no le gustaba incluir personajes en sus obras porque las perturbaban. No hay tensión entre objetividad y abstracción: contemplar algo que no existe facilita trascender de su apariencia y centrarse en la pintura.

Y de estas pinturas se reciben muy gratas sensaciones estéticas, pinturas de serenidad, de soledades y silencios, muy simplificadas y equilibradas, limpias de color y de pincelada, aunque con sutiles matices para la evocación de la profundidad espacial, de belleza espectacular en la evocación de una galaxia, que es uno de los cuadros más interesantes como también una visión de Nueva York, o las líneas blancas del avión dibujadas en el cielo azul, aunque se aparten del tratamiento más habitual del motivo, flotando como embalsamado por una luz diáfana en un espacio infinito y neutral, sin aire. Una muy personal, interesante y atractiva poética pictórica, una evocación de lo fantástico para conseguir con mayor intensidad y facilidad el protagonismo de lo plástico. Una revelación también.

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