La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Libros

La Brújula

Mensajes del espacio lejano en una obra cumbre de Lem

Los devotos de la ciencia ficción saben que las obras del polaco Stanislaw Lem (1921-2006) les plantearán enigmas que ningún detective podría resolver. En efecto, Lem cuida mucho sus tramas y, a menudo, obliga a encajar piezas de contornos imposibles. Pero no está ahí el núcleo duro del desafío. Porque lo que a menudo desconcierta del autor de Solaris es una extraña radiación de fondo que, una vez detectada, obliga al lector a interrogarse sobre sí mismo. La voz del amo (1968), traducida ahora por primera vez del polaco, es una de las piezas mayores de Lem y, al presentarse como un informe en primera persona, es terreno abonado para la reflexión filosófica, biológica, matemática, cosmológica... Un matemático descreído, un mensaje extraterrestre polisémico, la sospecha de que en él se explica cómo construir una bomba que volvería inútil la doctrina de la disuasión nuclear, las dudas sobre la coherencia de lo descifrado. Leer a Lem es subirse a una nave maestra que fulmina las telarañas del cerebro.

La nipona Yumoto y los correos de la muerte

Los lectores seducidos por los inquietantes merodeos de la japonesa Kazumi Yumoto en torno a la muerte vuelven a estar de enhorabuena por tercera vez en dos años. Para recordatorio de desmemoriados, de poco atentos y de guadiánicos, Yumoto es la autora de Los amigos y Vi aje a la costa, títulos publicados en 2015 y 2016 por Nocturna. Si en Los amigos el punto de vista recaía en los ojos infantiles, en Viaje a la costa la flecha era disparada por el regreso de un difunto que decide instalarse con la mayor naturalidad junto a su esposa. En La casa del álamo vuelve la infancia, pero ahora se da la mano con la vejez. El fallecimiento de su antigua casera hace volver los ojos de la protagonista a su niñez, marcada por la muerte del padre, y le devuelve la imagen de una mujer, sosias de Popeye, a la que apenas conoció unos pocos años. La mujer acumulaba en un cajón centenares de cartas que, algún día, ese que al fin ha llegado con su óbito, deberá entregar a los difuntos.

Dillard, espacio femenino en la épica de la vida salvaje

Cercano ya el segundo centenario del nacimiento de Thoreau, el próximo 12 de julio, es momento más que adecuado para acercarse a una escritora que alimenta con brío su herencia, la estadounidense Annie Dillard (Pensilvania, 1945). Poeta y narradora, Dillard alcanzó sin embargo la cumbre del reconocimiento con Una temporada en Tinker Creek (1974), galardonado con el "Pulitzer" y considerado uno de los cien mejores ensayos del siglo XX. Dillard fue una pionera en la titánica labor de abrir un espacio femenino en la épica masculina de la vida salvaje. A los 26 años, tras una grave enfermedad, se instaló en un apartado valle de los Apalaches y empezó a escribir. Dotada de una capacidad de observación sólo igualada por sus dotes introspectivas, Dillard apasiona cuando relata sus exploraciones y estremece cuando reflexiona sobre la cruel belleza de la naturaleza, la función del azar o las futiles certidumbres cotidianas de quien observa la perpetua mutación exterior. Un festín.

La distopía que Vonnegut usó como tarjeta de visitaKurt Vonnegut La distopía que Vonnegut usó como tarjeta de visita

(1922-2007) se estrenó como novelista con La pianola, una distopía nacida, según confesó, de su voluntad de recrear Un mundo feliz. ¿Saqueo? No mayor, respondía Vonnegut, que el acometido por Huxley con el Nosotros de Zamiatin. Al fin y al cabo, a diferencia del estéril plagio, la "imitatio" ha sido y es un fértil mecanismo de composición. En La pianola (1952), Vonnegut emboca el camino de los mundos regidos por autómatas para, envuelto en sátira, humor negro y un evidente toque compasivo, reflejar el desastroso potencial yacente en la civilización occidental y las muy disímiles consecuencias de la robotización -que hoy ya empezamos a conocer tan bien- en quienes conciben las máquinas y en quienes son reemplazados por ellas. Ahora bien, si una sociedad maquinizada se dibuja como pianola será porque sus cuerdas pueden ser martilleadas según una pauta prefijada pero también porque pueden ser golpeadas con libertad por un pianista. Y aquí, y así, brota el conflicto.

Compartir el artículo

stats