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El turista lingüístico ya tiene su guía

El holandés Gaston Dorren completa a paso ligero, en Lingo, una amena radiografía de las lenguas europeas

El turista lingüístico ya tiene su guía

Lingo, del holandés Gaston Dorren, es un libro muy especial. No hay en él una síntesis que se pueda considerar de primer orden pero sí una serie de historias fragmentarias llenas de encanto. En Europa se hablan más de sesenta lenguas, de algunas de ellas apenas tenemos noticias pero seguramente habrían incitado mucho antes nuestra curiosidad de conocer las peculiaridades y rarezas que las distinguen. Dorren ha hecho de su pasión, las palabras, una guía asombrosa. Y ha dejado, además, abierta la posibilidad de que los ingleses puedan en el futuro arriesgarse a hablar, como el resto de los mortales de otros lugares, una segunda lengua, si el mandarín se consolida en el mundo.

Incluso compara a la lengua de Shakespeare en cuanto a dificultad de pronunciación con la china. Dorren explica que en el caso de esta última, el problema reside en los tonos, que deben ser entonados y hasta cantados, en ocasiones, para evitar cualquier tontería. Por ejemplo, uno está diciendo ji ("gallina") pero un despiste en la entonación puede dar como resultado . El interlocutor entenderá, entonces, "puta". En Inglaterra sucede algo parecido, según el autor de Lingo, si se quiere llamar alguien hijo "hijo de perra" y, en vez de son of a bitch, nos sale sun of a beach ("sol de una playa"), que en cuanto a sonido no difiere gran cosa.

El libro, que acaba de publicar Turner, es un recorrido por las leguas europeas a paso ligero. Pero su autor se emplea a fondo; incluso cuando pisa demasiado el acelerador siempre deja tras de sí una anécdota que ayuda a explicar los rasgos más característicos del osetio, el rético, el sorbio, el romaní, el monegasco, el noruego, el bielorruso, el catalán o el letón. O cuando desgrana cualquier anécdota o explica su evolución histórica.

¿Sabían, por ejemplo, que en Letonia se preocupa por medio de sus transcripciones oficiales de que todo extranjero con cierta relevancia tenga un nombre en letón? Que Charles de Gaulle sea Sarls de Golls y William Shakespeare, Viljama Sekspira. ¿O han caído en el detalle de que las guerras mundiales acabaron por socavar el prestigio del alemán que se convirtió en víctima de los conflictos bélicos instigados por sus propios hablantes?. A finales de la década de los cuarenta del pasado siglo, prácticamente todos los germanohablantes habían desaparecido de Polonia, Checoslovaquia y los países bálticos. El yidis dejó de existir al mismo tiempo que se produjo el genocidio judío. Y muchísimos profesores y científicos, los mejores de su época, escribe Dorren, abandonaron Alemania o fueron trasladados a Estados Unidos y la Unión Soviética. El inglés se convirtió a partir de ese momento en la lengua de la ciencia.

Otra de las múltiples y curiosas historias de Lingo es la del danés cuya trayectoria declinante acabó siendo una auténtica ruina. De ser el idioma de las Indias Occidentales Danesas hasta que la influencia comercial en ellas cayó en manos inglesas; de Slevig, territorio al sur de la península de Jutlandia, anexionado por Alemania (en la actualidad, Schleswig-Holstein); de Noruega, de Islandia, de las islas Feroe, y de Groenlandia, donde el kalaallisut o groenlandés es actualmente la única lengua oficial administrativa, pasó a hablarse exclusivamente en un territorio poco mayor que Cataluña. Todo lo contrario que el gallego, lengua madre de Portugal, que cuando ésta se convirtió en una gran nación marítima se difundió por América, Asia y África, con el sobrenombre de portugués. O el caso del catalán que, pese a ser una lengua pequeña, ha traspasado las fronteras por todos sus flancos. En cuanto al español castellano, Dorren advierte una particularidad en la que posiblemente no caigamos pero sí lo hacen frecuentemente nuestros interlocutores de otras lenguas: somos metralletas parlantes. Pronunciamos las sílabas a una velocidad mayor que otros. Una media de 7,82 sílabas por segundo, frente a las 6,17 de los anglohablantes o las 5,97 de los alemanes. Un kalashnikov dispara diez tiros por segundo, recuerda Dorren.

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