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Poesía en vidas fútiles

Las narraciones de Higuchi Ichiyo

Poesía en vidas fútiles

La editorial Satori, ubicada en Gijón, está llevando a cabo una labor encomiable para darnos a conocer la literatura japonesa, de la que, generalmente, sabemos poco. A la obra muy conocida de Yukio Mishima y, en los últimos años, de Haruki Murakami, podríamos sumar, sin pensarlo mucho, la de dos Premios Nobel de Literatura: Yasunari Kawabata en 1968 y Kenzaburo Oé en 1994 y la novela ya clásica, La mujer de la arena (1962), de Kobo Abe. Hay también una literatura japonesa escrita por autores que, como Shusaku Endo o Hisako Matsubara, conocen bien la cultura occidental y saben cómo acercarnos la suya.

Cerezos en la oscuridad, colección de narraciones breves de Higuchi Ichiyo (1872-1896) traducidas por Hiroko Hamada y Virginia Meza, cuenta con una introducción de sesenta páginas de Carlos Rubio, en la que se ocupa no sólo de Ichiyo sino también de otras autoras japonesas del último siglo y medio. Pero es necesario remontarse unos cuantos siglos atrás, pues, si bien es conocido el carácter patriarcal de la cultura nipona, han sobrevivido dos libros muy importantes para la historia del país escritos por sendas mujeres en el siglo XI, La novela de Genji, de Murasaki Shikibu, y El libro de la almohada, de Sei Shonagon. En torno a esa época hubo varias poetas reconocidas, algunas de ellas monjas budistas, como Izumi Shikibu, Akazome Emon, Ise o Fujiwara no Michitsuna no Haha, por mencionar sólo a algunas. Después habrá un prolongado silencio de mujeres escritoras hasta la época de la propia Higuchi Ichiyo.

Rubio relata cómo el concepto de "mujer escritora" se había invisibilizado de tal modo en Japón, que aún a mediados del siglo XX no había consenso sobre cómo denominar a una autora. Aún así, Ichiyo, con escasa formación académica, consigue publicar sus relatos en prestigiosas revistas de la época y recibe no pocos parabienes de la crítica. Parece ser que Ichiyo no escribió por vocación, sino por necesidad, al quedar a su cuidado su madre y su hermana pequeña cuando los varones de la familia murieron inesperadamente. El ejemplo de Tanabe Kaho, que había sido compañera suya en la escuela y había alcanzado una buena posición económica con su novela El ruiseñor de la floresta (1888) animó a Ichiyo a probar suerte con la prosa.

En su corta carrera literaria, truncada por la tuberculosis a los 24 años, Ichiyo experimenta un evidente desarrollo, tanto en su temática como en su estilo; los conocimientos sobre la lírica tradicional que había adquirido en la "Escuela Meiji para Mujeres" se mezclan progresivamente con los aires del Romanticismo tardío que llega a Japón y con las nuevas aspiraciones de las mujeres. En la entrada de su diario de 6 de febrero de 1893, Ichiyo expresa sus dudas al escribir: "¿Es mi destino que en mis ojos solamente exista la belleza común y corriente de los cerezos en flor y de las hojas enrojecidas del otoño? ¿O es que no hay nada de verdadera belleza en el cielo ni en la tierra?".

Este cambio se evidencia en sus relatos. En el que da título a la colección tanto el ritmo como los sentimientos que la joven enamorada oculta son amables y pausados, tan agradables como la flor de los cerezos, a pesar de la oscuridad que el desinterés de él proyecta en torno a Chiyo. El amor, aquí callado y sin esperanza, se encuentra inmerso en aguas más turbulentas en otras narraciones, como "Noche de plenilunio" o "Aguas cenagosas", donde las mujeres se enfrentan a la pobreza, la prostitución y los malos tratos.

Ichiyo conoció en carne propia el desamparo, la pobreza, el desencanto amoroso, la maledicencia y la enfermedad. Todo ese cúmulo de experiencias lo recondujo hacia su literatura. Sus personajes se duelen de las pocas posibilidades que la vida les ofrece a pesar de que son seres humanos como los demás; fueron también "preciosas bebés que balbucían y los adultos festejaban sus gracias", pero ahora "¿de qué sirve que piense en deberes morales si no puedo hacer nada? [?] Haga lo que haga no puedo ser ya una persona corriente".

Los relatos de Higuchi Ichiyo son historias muy sentidas con finales sorprendentes, que mantienen nuestra atención con una prosa fluida, de aparente fácil lectura, que no nos permite aventurar el desenlace.

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