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Tinta fresca

Sumergidos en el río de la vida

Nuestra casa en el árbol, novela conmovedora sobre superdotados

Caí fascinado en un trance de recuerdos, preguntándome si la infancia no será más que el lugar donde se siembran profecías.

Sus hijos sufrían en el colegio. "Todo eran tareas repetitivas, escribir la misma letra ochenta veces o aprender cosas como los colores, cuando mi hijo mayor, con tres años, ya me preguntaba por el funcionamiento del sol y la vida en el espacio. Yo hablé con sus profesoras, les expliqué que mis hijos se aburrían, que estaban muy por encima de lo que trataban de enseñarles y que por eso se rebelaban no haciendo los deberes o no queriendo copiar frases de gallos, pero no me creyeron. Pensaron que me estaba inventando todo lo que sabían o decían, porque en el colegio estaban callados y se negaban a hacer esas tareas de escritura como: el paro patea el patio". A partir de ese momento, Lea Vélez empezó a escribir "todos los diálogos alucinantes que tenía con ellos. Mamá, si el agua no tiene color, ¿por qué podemos verla? Mamá, ¿por qué flota la madera en el agua? Mamá, ¿por qué la madera flota solo a lo largo y no en vertical? Mamá, explícame todo lo que sabía mi padre. Porque mis hijos no tienen padre. Mi marido había muerto y todos estábamos pasándolo mal, por este motivo y porque el colegio no era más que una rutina espantosa, un viaje a mi propia infancia escolar, que no me gustó, que fue también aburridísima. Las profesoras se negaban a adelantarles contenidos, a tratar de enseñarles cosas que tuvieran que ver con los volcanes o los planetas, aunque acabaron aceptando que los niños, desde luego, parecían tener inquietudes científicas fuera de lo común".

Pero es que ella no tenía tiempo que perder, "ni ellos, tampoco. La muerte de un padre o un marido, te da un sentido de urgencia, de querer vivir el momento, de ser feliz en el instante. Por eso empecé a cambiar cosas. Primero descubrí que eran niños de Altas Capacidades, les hice los tests y dieron muy alto. Después los cambié de colegio. Ese cambio de colegio es lo que quise recrear en el libro, que es literatura, pero es real en la medida en que mis hijos y yo teníamos conversaciones como las que están en la novela, conversaciones sobre cómo hay que vivir, cómo ser feliz, por qué el hombre canta o hace las cosas tan mal como las hace a veces. Reflexiones profundas sobre la guerra, el amor, los prejuicios, la necesidad de ir a extraescolares o de vivir tratando de alcanzar un ideal y olvidándonos de la felicidad presente". Inventó un mundo en Inglaterra, "con personajes que han surgido un poco de mi realidad y de mis recuerdos, porque es un país en el que he vivido y que amo, y se me ocurrió situar todo esto a orillas del río Hamble, que es un estuario maravilloso, secreto, un paraíso. Quise hacer la metáfora clásica del río como la vida que pasa, con sus personajes, dramas y felicidades. La muerte es maestra de vida y los niños, maestros de madres y padres. Ellos me han enseñado a ser como soy y a ver la vida con muchos más matices. También a ser más literaria y a penetrar en la psicología de las cosas". El resultado es Nuestra casa en el árbol, una novela que sabe conmover desde la inteligencia y remover desde el sentimiento.

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