Afortunadamente vivimos tiempos en los que ya no es necesario extenderse en las razones que nos autorizan a llamar pinturas a determinadas obras de arte, aunque no estén hechas con pigmentos pictóricos. ni a llamar paisaje a determinadas pinturas aunque no ofrezcan referencia directa formal alguna a la naturaleza que contemplamos. Conservo sin embargo el catálogo de una exposición de Arancha Goyeneche (Santander, 1967), del 2004 todavía, en el Palacio de Revillagigedo de Gijón, que estaba incluida en los Salones Internacionales de Fotografía que con tanto éxito celebraba Cajastur por entonces. Sobre su trabajo, ya con su personal y reconocible técnica plástica, un texto hacía constar que la obra presentaba un marcado carácter abstracto geométrico pero que, "en un examen más minucioso se aprecia que elementos del paisaje aparecen prácticamente ocultos, realizados por medio de recortes fotográficos y tiras de vinilo, creando juegos visuales". Como ya no necesitamos exámenes más minuciosos para descubrir elementos ocultos en el paisaje, ni para decidir si sus obras, galgos o podencos, son pinturas, esculturas, instalaciones, collages, ensamblajes o, Dios nos ampare, esculto- pinturas, lo único que tenemos que hacer visitando esta exposición es disfrutar de la belleza de dichas obras, su fascinación incluso, y de las emociones plásticas que nos provoquen, incluyendo sensaciones paisajísticas que son experiencias sensoriales, sugestiones de naturaleza abstracta que operan en el subconsciente mediadas por la forma y el cromatismo de construcciones también abstractas.
Paleta de luz y vinilo en lugar de pigmentos en una obra impecablemente estructurada, y por momentos deslumbrante, de inspiración matissiana de la que el título de aquella muestra del 2004, "La alegría de vivir", ya daba alguna pista, la obra de Arancha Goyeneche se integra plenamente en los rumbos internacionales de la abstracción geométrica contemporánea caracterizada por cierta complejidad, por su técnica, la incorporación de la luz artificial y sus guiños cinéticos.
Quizá sea bueno recordar que en el hecho de que Arancha Goyeneche llegara a plantearse investigar y profundizar en los valores pictóricos y poéticos que sustentan su trabajo, tuvo mucho que ver el camino recorrido por los pintores de la abstracción pospictórica cuando, allá por los pasados años sesenta, y como reacción a la excesiva emotividad, trascendencia y autorreferencia del expresionismo abstracto, pero compartiendo otros valores, establecieron estilos más fríos y geométricos. Y una vez más fue Clement Greenberg, siempre dispuesto a cambiar sus principios por otros, quien les dio validez crítica, enfatizando la naturaleza de la experiencia perceptiva sobre la propiedades físicas del soporte. Tras la noción de la pintura de campo expandido, acuñada por él a la medida de Pollock, y siguiendo a Barnett Newmann, estableció la de "espacio de color" que propiciaba espacios ópticos luminosos en oposición a las calidades hápticas o táctiles. Espacios que abren y expanden el plano pictórico e invitan a ser recorridos y gozados por la mirada en su pureza e intensidad plástica.
En esta exposición, y con la misma técnica del vinilo, Arancha Goyeneche incorpora una modalidad creativa que llama "Sticked painting"", pequeñas pinturas de 10 x 10 cm agrupadas modularmente en varios paneles que en conjunto forman un mural de 180 x 550 cm. Una nueva versión de su pintura que resulta espectacular en la variedad de propuestas y la sugestión de los colores, mates, brillantes o reflectantes. Interesante novedad para la contemplación individual o en conjunto, como lo es también la presentación por primera vez de pequeñas esculturas fruto de la experimentación de la artista con el volumen.
