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GUILLERMO PÉREZ VILLALTA | Pintor, expone en Gema Llamazares

"Un sector teórico impone su dictadura hoy sobre el arte"

"No se hacen ya exposiciones de buena pintura, sino instalaciones y cosas de ésas"

"Un sector teórico impone su dictadura hoy sobre el arte"

Es uno de los nombres insoslayables de la pintura española contemporánea y uno de los más conspicuos representantes del posmodernismo y la figuración. Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) expone desde ayer en la sala Gema Llamazares, en Gijón, La sombra de la idea, exposición de dibujos comisariada por el crítico Óscar Alonso Molina. Crítico con la actual situación del arte, el creador gaditano se siente preterido por nuevos dictadores de la norma.

- Esta muestra gijonesa reúne treinta y cinco dibujos. ¿Que importancia concede al dibujo en su trayectoria artística?

-Quizás sea la escritura de mi pensamiento. Es lo que mejor permite mostrar, de manera directa, lo que hay en la mente. Me gusta muchísimo. Estudié Arquitectura, no Bellas Artes, así que el dibujo me ha servido siempre para pensar y desarrollar las ideas. Se me ocurren muchas más cosas de las que puedo llevar al cuadro, pero con el dibujo sí lo puedo hacer.

-El comisario de la exposición gijonesa, Óscar Alonso Molina, afirma que el dibujo ha sido eclipsado, en su caso, por la pintura. ¿Lleva razón?

-Totalmente. Llevo más de cuarenta años exponiendo y, como las galerías son cada vez más pequeñas, los dibujos terminan en los almacenes. Logré de todos modos, en los años que estuve con Soledad Lorenzo, hacer doce exposiciones íntegras de dibujo. Hay otra cosa que me apena, y es que el coleccionismo en España, no se sabe el porqué, no aprecia la técnica del dibujo. Yo colecciono dibujos.

-En "La sombra de la idea" está su mundo icónico, pero hay un repertorio de técnicas: de la sanguina al carbón...

-Depende de la época. Hay temporadas que me gusta la pluma con la aguada y, de pronto, paso a la sanguina. Dibujo más con grafito porque tengo la mesa llena de lápices. También me gusta mucho la acuarela. Es una pena que el dibujo no se aprecie y se considere algo menor.

- ¿En su caso ha ido desplazando a la pintura o conviven perfectamente?

-Tengo etapas de pintar mucho, pero cuando termino un cuadro -me llevan mucho trabajo- estoy un poco harto, entonces me dedico a dibujar todas las ideas que se me han ocurrido. Hago los garabatos y, después, dibujo. Es como una terapia.

-He leído que le gusta más considerarse un artífice que un pintor...

-Sí. Es una palabra que empecé a utilizar hace años. He tenido pocas ocasiones de hacer edificios de arquitectura, pero como yo no acabé la carrera, cuando me preguntaban qué ponían, yo les decía lo de artífice. Y, realmente, es la palabra que mejor define mi trabajo: lo que me gusta es inventar cosas, desde un edificio a un mueble, una joya o una escenografía. Llevo toda mi vida queriendo hacer, por ejemplo, la fuente de un jardín o el jardín entero. Pinto cuadros porque es lo que me queda.

-¿Una pulsión renacentista?

-El pensamiento de todo verdadero artista gira en torno al conjunto del arte, y el arte se manifiesta en multitud de cosas. Nunca he sido pintor de vocación, de esos a los que les decían: "Pues al niño le gusta pintar". En mi caso, no. Lo que me gustaba era hacer cosas: pintar, sí, pero también dibujar o la plastilina. Más que alguien renacentista, soy una persona que ama el arte; todo me parece interesante.

-Está considerado como el gran representante de la llamada Nueva Figuración Madrileña. ¿Se siente a gusto con esa etiqueta?

-La mayoría de la gente no sabe qué es eso. La Nueva Figuración Madrileña éramos cuatro pintores, amigos, con una serie de ideas que compartíamos. Y. en general, no nos parecíamos mucho. El pintor con el que yo podía estar más próximo (Rafael Pérez-Mínguez) dejó de pintar pronto y murió. Fue un movimiento que tuvo sus consecuencias y discípulos, pero no se ha entendido bien. Era una pintura compleja, culta, llena de referencias. Y el arte ha ido hacia cosas mucho más nimias, incluso memas.

-¿Por qué aquella reacción hacia el informalismo y la abstracción que venía de los años cincuenta y sesenta? Ustedes empiezan a hacer una pintura narrativa.

-Fue una de las razones. Y más que una reacción, fue una necesidad que tenía aquel pequeño grupo de volver a a dar a la pintura su verdadero valor. Queríamos contar historias, desarrollar ideas... Yo que sé. En definitiva, queríamos una obra más llena de cosas. El informalismo español era muy triste, con aquellas cosas negras. Valorábamos el color y queríamos cambiar el arte verdaderamente aburrido de aquella época. Y el de ésta, porque también es de lo más aburrido del mundo.

-Lo que no le gusta es que le identifiquen como el pintor de la Movida...

-Hay una cuestión: los de la Movida tenían quince años menos que yo. Lo bueno es que no eran aburridos. Había una Movida culta -Carlos Berlanga, Bernardo Bonezzi...- , con la que yo estaba relacionado, y otra que no. Salvo Bonezzi, la mayoría no sabía tocar una guitarra, pero tenían ideas. Con el lado más roquero de la Movida no tuve mayor relación ni me gustó especialmente.

-Ha dicho en alguna entrevista que se siente olvidado y hasta deprimido. ¿Por qué?

-Y lo vuelvo a repetir. El problema que tengo, y también artistas incluso más jóvenes, es que nos sentimos relegados por un cierto sector teórico que impone de manera dictatorial lo que ha de ser hoy el arte. Pues mire usted, no. Hay gente a la que no nos interesa el arte como sistema de propaganda social. El arte y la política son como el aceite y el agua, no se pueden mezclar. El arte es algo más profundo cuya relación es con el pensamiento. Hoy no se hacen exposiciones de buena pintura, sino instalaciones y cosas de esas.

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