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Libros

La séptima aventura del periodista Gálvez

El personaje de Jorge M. Reverte mantiene intacto su perfil después de casi cuarenta años de su estreno narrativo

Jorge M. Reverte.

Esta novela, la reciente entrega de las aventuras del periodista Julio Gálvez, termina así: "Me puse en pie con alguna dificultad, pero no conseguí que mis pasos me llevaran hacia donde quería. Y una palabra de terrible significado se abrió paso entre las confusas ideas de mi cerebro: ictus". A Gálvez, pues, le ocurre lo mismo que aconteciera a su creador, Jorge M. Reverte (1948), escritor y periodista, historiador de batallas como la del Ebro o Madrid durante la Guerra Civil, o memorialista familiar basándose en su padre, un soldado de poca fortuna. El ictus sufrido por Reverte se convirtió en letra impresa hace un par de años ( Inútilmente guapo, un libro lleno de humor en medio de la tragedia, pásmense). Y ahora vuelve con Gálvez, uno de esos tan queridos personajes de siempre (desde 1979, en que aparece Demasiado para Gálvez, cuando ni móviles, ni internet había) por quienes gustamos de los metomentodos investigadores que husmean en la podredumbre del Poder. Gálvez es desangelado, malo como pareja, plumilla por cuenta ajena a tanto el artículo, a quien meten o se mete en asuntos de corrupción política o económicos montajes turbios, en Euzkadi o Madrid, en manipulaciones de los timadores encumbrados de todas las épocas, en la prepotencia y chulería macarra de las multinacionales. Sus andanzas las narra Reverte con gran humor, muy ácido, sí, pero muy fluido, con lo que convierte a su héroe en lo que es: una mezcla del Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán con el innombrado personaje de las novelas humorísticas de Eduardo Mendoza.

Un muerto, una corporación que trata de salvar la imagen de una empresa contaminante, un yihadista, viejos amigos de Gálvez, la muy bruta y resolutiva Miren Edurne (o sea, "Mari Nieves", como dice el narrador en primera persona, Gálvez)? Novela perfecta para esta época de relax (quien lo tuviere), llena de gracia y lo que antes se llamaba "trepidante". Cameo de amigos: en una fiesta de disfraces "me encontré al lado de un personaje barojiano, un trasunto de un magnífico escritor madrileño (?) -Qué buen disfraz, parece usted Manolo Longares -le dije sin pensarlo dos veces. -Es que soy Longares. Y no voy disfrazado". O cruces entre nombre y apellidos de personajes: "Agapito Paramio" y "Ludolfo Ramos". Guiños políticos contra la derecha: "Los centenares de agentes que llenaban la calle de Génova para proteger la sede del PP de ataques de terroristas islámicos o de jóvenes hijos de doctores en Historia, que tanto parecía darles una cosa que la otra?", continuados en el desastre urbanístico de la Plaza de Santa Bárbara: "Un lugar de Madrid que tuvo algún día su encanto, pero que entonces estaba casi liquidado por obra de un hombre que fue elegido alcalde de la ciudad a pesar de ser una especie de psicópata partidario de sustituir plantas y parterres de tierra por planchas de la dichosa piedra, que en los meses de verano, como era el caso, recoge la energía y la devuelve centuplicada a los inermes viandantes". Costumbrismo pintoresco definidor de caracteres: Miren Edurne "tomó dos raciones de callos y se relamió todos los dedos varias veces cuando se le acabó el pan. Porque, pan debía comer muy poco si quería adelgazar. No pasó de una barra", que se extiende a los míticos ya taxistas de la capital: "Y cada uno siguió a lo suyo, que es como deberían ser siempre las relaciones entre los taxistas y los seres humanos". Y, entretanto, el Poder haciendo de las suyas.

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