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Joseph Roth, de la cuna a la posteridad

El autor austriaco rememora en Fresas el paisaje y el paisanaje de su infancia en los confines del imperio

Joseph Roth, de la cuna a la posteridad

El último de todos los cementerios de París es Thiais y también uno de los menos visitados. Para llegar hasta él es necesario una pequeña excursión a la banlieu. Allí, después de un largo trayecto de autobús en la línea 285 se encuentra la postrera morada de Joseph Roth. Cerca reposa también el poeta Paul Celan, otro gran exiliado que decidió arrojarse al Sena para perecer ahogado tras haber dejado una poesía de silencio envuelta en tinieblas. Roth fue enterrado en 1939. Había perdido la esperanza. En febrero de 1933 escribió a Stefan Zweig una carta que evidencia su desilusión y le recuerda que Europa va camino de grandes catástrofes, que su existencia literaria y material está ya aniquilada y que la barbarie ha conseguido gobernar un mundo que avanza hacia una nueva guerra.

Roth no daba ya un céntimo por su vida pero creía, sin embargo, en las ventajas de la posteridad. O, al menos, lo hacía de forma irónica, como a su pesimismo le permitía confiar en este tipo de cosas. El caso es que, según cuenta su amigo Géza von Cziffra en sus recuerdos del autor de La marcha Radetzky, Roth estaba plenamente convencido de que su obra sería leída después de su muerte. Acertó.

Quienes escribieron sobre Roth aportaron interesantes destellos de su brillante personalidad, caprichosa como la vida. Von Cziffra, escritor, guionista, director de cine y de teatro, recuerda cómo apretó contra su mano una nota con la frase de Von Kleist -"la verdad es que a mí no se me podía ayudar en la tierra"- que pretendía que se grabase en su tumba. El relato empieza de un modo que resulta imposible no seguirlo. "-Alférez, si está usted cerca cuando vengan a buscarme los ángeles, cuide que esta frase sea inscrita en mi lápida.

-A sus órdenes, mi teniente -dije, y saludé desde mi asiento. Después leí la futura inscripción funeraria y pregunté: ¿La ha escrito usted?.

-No, no yo, sino un poeta alemán con el que me siento emparentado: Heinrich von Kleist, respondió mi amigo. Acto seguido añadió un reproche: En realidad es una gran laguna cultural que usted no lo conozca, pero proviniendo de un cadete de Su Majestad Imperial no se lo tomaré en cuenta.

-Muy generoso, mi teniente, dije y volví a saludar.".

Había nacido en 1894 en Brody, Galitzia, en los confines territoriales del Imperio austriaco, muy cerca de la frontera rusa. Era una región pobre, densamente poblada por ucranianos o rútenos, polacos y judíos, de cuyo tronco proviene el escritor. Volinia, el núcleo donde vio por primera vez la luz, y sus zonas limítrofes eran el corazón del judaísmo oriental, específicamente distinto al sefardita y al ashkenazí. Entre los germanoblantes del imperio los judíos de Galitzia estaban mal vistos; de hecho Roth disimuló sus orígenes cuando trataba de abrirse paso en Viena. Los ostjude, judíos del este, tenían que enfrentarse no sólo al antisemitismo sino también a la arrogancia de los judíos occidentales. Nuestro hombre, aseguraba haber nacido en otra ciudad, Schwabendorf, con predominio de alemanes. Más tarde retomaría el hilo de su infancia en Fresas, el hermoso librito inconcluso que ahora publica Acantilado.

En Fresas, Roth describe su Brody natal, una ciudad, que había sido centro del iluminismo judío, en la que según él vivían los locos, los criminales, los inocentes, los necios y los listos. Y todos gozaban de la misma libertad. De los diez mil habitantes de Brody, cuenta, tres mil estaban locos aunque no suponían un peligro público. "Una suave demencia los envolvía como una nube dorada". Unas cuantas docenas de pinceladas magistrales sirven para devolvernos en la más estricta brevedad el corpus melancólico de la obra de Roth, los personajes que pueblan estas páginas son más o menos los mismos con lo que nutrió otras novelas y cuentos. Con esa clara sensibilidad para comprender lo que podía encerrar o no una narración, el novelista austriaco fue hilvanando de manera prodigiosa la nostalgia por un tiempo perdido y la preocupación por un futuro sin hogar y esperanza. Fresas es la novela con los recuerdos de la infancia que no llegó terminar, al igual que dejó la vida de forma demasiado apresurada. No duró mucho Roth pero si lo suficiente para abastecer con cientos de hermosas páginas esa posteridad literaria que tanto le intrigaba.

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