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Lecturas

Lugares pequeños, infiernos grandes

Un pueblo de Oklahoma, el relato de los orígenes de George Milburn

De los lugares de origen, como de todo lo demás, se puede hablar bien, mal o regular. Cuando se les da un tratamiento literario, lo más frecuente es que el tono nostálgico remita a cierto paraíso perdido -lo hizo Sherwood Anderson en Winesburg, Ohio; lo hace Xuan Bello en Paniceiros-, pero tampoco es raro que se realice un balance capaz de emplear un tono melancólico sin olvidar los defectos del lugar -lo hizo Julio Llamazares en Escenas de cine mudo- o que, directamente, se pongan en primer plano esos defectos -lo hizo magistralmente Donald Ray Pollock en Knockemstiff-. George Milburn (Coweta, Oklahoma, 1906 - Nueva York, 1966) es uno de los maestros de esta última fórmula, en la que el tono realista no se deja empañar por la melancolía y la belleza no se desentiende de la crueldad, la injusticia, la mediocridad y la estupidez que junto a todos sus antónimos son marca indeleble del ser humano.

Historias cruzadas que entretejen una novela de ambiente en la que los personajes -cada uno de los capítulos se centra en un habitante del pueblo- se convierten en individual hilo conductor para proporcionar un apasionante retrato colectivo, le permiten a Milburn componer un fresco tan certeramente antropológico como impactantemente geológico. Los individuos del lugar son productos autóctonos, los paisajes y las costumbres también, pero la grandeza de Milburn y su prosa impresionista se encuentran precisamente en el talento que demuestra para irradiar esas peculiaridades específicas y hacerlas comprensibles a cualquier persona de cualquier lugar. Cómo se universaliza un lugar concreto de Oklahoma, Estados Unidos, es el prodigio con que se encuentra el lector. Un lugar del que Milburn, como el joven David que protagoniza el último relato del libro, "Granizo y despedida", siempre quiso salir huyendo:

"¡Adiós, pueblo de mi niñez! -entonó al ritmo cada vez más rápido del traqueteo del tren-. Me voy a la ciudad a trabajar de periodista. ¡Adiós, vecinos insulsos y aburridos! Me voy a conocer mundo y a hacerme famoso. ¡Adiós, labradores sin granja, petos andrajosos y gusanos intestinales! Voy a dejarme bigote y a comprarme un bastón. ¡El mundo es mío y voy a hacer con él lo que me venga en gana! ¡Adiós, pueblecito, adiós!"

Milburn viajó en trenes de mercancías por Arkansas, Nueva Orleans o Chicago durante los años veinte, antes de convertirse en autor de relatos para prestigiosas publicaciones como "The American Mercury", "The New Yorker" o "Vanity Fair" y alcanzar el éxito en 1931 con "Un pueblo de Oklahoma", al que seguiría el también exitoso "No More Trumpets". Después de estos brillantes inicios, Milburn no tendría tanta suerte y sus siguientes libros languidecieron mientras él trabajaba como oficinista del departamento de tráfico de Nueva York, ciudad en la que murió de un cáncer de hígado, lejos de su pueblo y olvidado por sus lectores. Él, como la "Imogene Caraway" de su relato, tal como hace ver la señora Sweasy, la mujer del reverendo, llevaba impresa la marca del cabrito, esa marca comercial de los sacos de harina que al mojarse en el río la gasa blanca del vestido de Imogene transparentaban en grandes letras rojas, sobre su trasero, las enaguas hechas con esos sacos. Allí podía leerse: "Sin Igual".

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