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Libros

Crónicas de la mina y el mar

Espumas y plomo, una muestra de cómo la prosa de Joaquín Dicenta resiste al tiempo

Joaquín Dicenta (Calatayud, 1862 - Alicante, 1917) fue en parte víctima del éxito de su obra teatral Juan José (1895). Aquel éxito, que llevó la taberna, los obreros y la cárcel a los escenarios habituados a los grandes salones lujosos, tapó buena parte de lo que hizo su autor antes y después. Y puede que Juan José también fuera el inicio del fin de quien, como insinúa su amigo José Francos Rodríguez en Contar vejeces, abrevió su vida dándose a la botella en demasía.

En 1902 Dicenta realizó un viaje que le llevó a las minas de plomo de Linares (Jaén). Meses después embarcaría en Barcelona con rumbo a Canarias tras una de sus amantes. Sobre ambos periplos escribió crónicas que fue publicando en El Liberal, dirigido por Miguel Moya, a quien dedicó en 1903 el volumen que las recogía, hermosamente titulado Espumas y plomo. A estas 16 crónicas el profesor José Ramón Trujillo añade el apéndice "Otras crónicas sociales", en el que se amplía el tema minero con el carbón -"El fondo de la mina. Almadén", "El grisú", "La flor del carbón"- y al que se suman otras constantes de la obra dicentiana como la preocupación por una infancia desvalida -"A la puerta"- o la bohemia.

El escritor contradictorio que fue Dicenta se ve bien en este libro, tan repleto de su querida técnica del contraste, hecha para contraponer los modos de vida de los pobres a los de los ricos. La hinchada retórica postromántica, tan propia de la Restauración, inunda muchas de estas crónicas, cuyo contenido se resumiría en un breve párrafo. Así ocurre con su itinerario marítimo a bordo del "Wifredo" hasta alcanzar las islas Canarias. También encontramos en las descripciones del entorno minero desgarrados pasajes de naturalismo zoliano: "La sangre empobrecida de los padres corre por sus venas [de los niños] para enraquitecer sus cuerpos y ofrecer al porvenir un proyecto de humanidad incompleto; mezquino". Y sin embargo, hay en estas crónicas una conciencia social y una experimentación periodística que nos las acerca: "Eran siete mineros, siete hombres; no tanto, siete restos de hombre", comienza la titulada "Los emplomados", que se ocupa de aquellos antiguos empleados de la mina a los que, inútiles ya para el trabajo, no les queda otro camino que la mendicidad.

Dicenta hace encajar su estilo en una suerte de periodismo que tiende a destacar el yo del cronista, como harán luego los representantes del Nuevo Periodismo aplicando las herramientas propias de la ficción a su trabajo. Y nunca deja de lado su vena reivindicativa, de justicia social: "-El plomo, la plata, la riqueza cae por leyes de densidad al fondo del horno. Lo inútil, lo inservible, la escoria, menos densa, flota y se desaloja por este tubo.

El obrero me miró cara a cara; apoyose enérgicamente en el espetón enrojecido por la punta, y me dijo:

-Ya lo ve usted. La escoria arriba; lo bueno abajo. Es lo que ocurre".

Ensalzado por algunos críticos de su tiempo -como el mordaz Luis Bonafoux- y denostado por otros -como el no menos mordaz Clarín- no cabe duda de que una parte de la obra de Joaquín Dicenta aguanta bien el paso del tiempo.

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