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Lo que hay que ver

La propia vergüenza ajena

El personaje interpretado por Vito Sanz ya no aguanta más y le espeta a su amigo, el fotógrafo y metepatas absoluto al que da vida Javier Guitérrez, el siguiente parlamento: "Eres patético. Tus fotos son malísimas. Te engañas a ti mismo y ni siquiera te das cuenta. Tu ambición da vergüenza ajena. Eres un manipulador con los demás y haces el ridículo todo el rato, arrastrando a todos los que se pongan por delante". No es para tanto: es mucho peor. El interpelado es un fotógrafo de BBC ?Bodas, Bautizos y Comuniones, aunque con muy infundadas ínfulas de ser un artista de la imagen? casado en esta ficción con Malena Alterio, una mujer ansiosa por ser madre, despedida de un trabajo y en busca agónica de otro, que acaba por contagiarse del continuo ridículo en que, en todo momento y lugar, cae su marido a conciencia o a no conciencia, ya hablaremos de ello. Los padres de Alterio ?burgués de libro Miguel Rellán, astuta sufriente Lola Casamayor? y los provincianos padres de Gutiérrez completan el cuadro familiar, con unos cuantos secundarios bien aplomados y los inevitables cameos ( Jose Coronado, por ejemplo) de estas series con que la televisión patria trata de ganar al público seriéfilo que tanto se le va a los USA.

Nuestro fotógrafo es hombre de patetismo inenarrable. Neurótico obsesivo, paranoico total, esquizoide a brotes: diagnosticaría un psiquiatra. Mete la pata allá donde quiera que va, pero no porque sea un bocazas inconsciente, sino porque parece verse movido por un Destino superior que le impele sin remedio a decir y hacer lo incorrecto en el lugar inapropiado y en el momento menos preciso y sin que nadie lo empuje a ello. No es, pues, un jeta: es un personaje trágico, habitante de una vida gris, frustrado, pero sin conciencia profunda de tales cosas, sin aún haber tocado fondo. Si su suegro le descubre unos calzoncillos sucios sobre el bidé, moverá con denuedo lo más firme para demostrar que son del vecino y se le han colado por la inexistente ventana del cuarto de baño. Si va a una cata de vinos, se emborrachará hasta el vómito y le echará la culpa al jamón que sirvieron de tapa. Si le dan un masaje relajante en un centro de estética, creerá que debe acabar ?y así lo exigirá? con lo que llaman "final feliz". No paga ni una ronda, cree que ha de llevarse un regalo a un velatorio, presume en una clase de conversación de hablar el inglés que ni huele, acude a citas a las que no ha sido invitado aunque sostiene que lo ha sido, interpreta como señales de ligue lo que son cortesías mundanas, su esposa le demanda cariño y se frota contra ella buscando sexo, quiere adoptar un niño pero a gastos pagados, se viste de lo que él entiende por "artista" -gorra picassiana, camisa floreada? para una exposición que le amañan amigos y familia en un instituto de enseñanza? No lee bien la realidad y, por muy terca que la realidad sea, nunca la realidad le va a convencer de que no lleva razón. Por eso es un personaje trágico: convierte su vida en un desastre. Por eso es un personaje cómico: nos partimos de la risa esperando su próximo patinazo. Por eso es un personaje tragicómico: nos deja una media sonrisa puesta, casi un rictus triste, tras cada situación suya. Nos da vergüenza, sentimos vergüenza ajena por él y propia por nuestras propias sandeces allí reflejadas. Mientras tanto, su mujer deriva sin rumbo estable en ese mar de despropósitos en que la sume su marido, siempre fuera de lugar aun creyéndose siempre en el centro lógico del lugar.

Muy bien rodada, con mucho gasto de producción, muy de costumbrismo de clase media, un muy cuidado retrato del gárrulo hispano, sin freno ni medida, desbocado hacia el fracaso total. Y sin que lo vea venir ni sepa por qué llega.

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