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Música

Modelos de concierto

La dificultad de encontrar alternativas a los valses y polkas en el cambio de año

Myung-Whun Chung.

Millones de personas inician cada año delante del televisor -ahora también en las tabletas y teléfonos móviles- con el objetivo de ver el Concierto de Año Nuevo que se retransmite desde la Gran Sala Dorada del Musikverein de Viena. Es una tradición consolidada y cada año el acontecimiento va cambiando con un director que se elige entre los grandes maestros internacionales y una cuidada retransmisión televisiva en la que participa el Ballet de la Ópera de Viena y en la que se sirven suculentas imágenes de la capital austriaca y del país entero. Es, en definitiva, este concierto un increíble escaparate publicitario que los austriacos saben rentabilizar en condiciones. Dentro de la sala, un público de millonarios venidos de medio mundo acude y paga con gusto cantidades ingentes de dinero por escuchar la espumante música de los Strauss y algún otro convidado más, con resonancias crepusculares de aquel imperio que ya esfumó en la bruma del tiempo.

Desde los años treinta del pasado siglo se celebra esta tradición que se ha extendido a toda Europa y a unos cuantos países de otros continentes. Es un modelo estandarizado con el que luchan, sin mucho éxito, en territorios diversos con otras opciones que no acaban de cuajar. El intento más firme es el de Italia. La RAI oferta en diferido el concierto vienés y antes aprovecha para felicitar el año a los italianos desde Venecia y su emblemático teatro de La Fenice.

No esperemos aquí valses y polkas. La lírica italiana es la gran protagonista con algún que otro añadido sinfónico para completar un programa que, en el propio teatro, también se enfoca al turismo internacional a precios lo suficientemente elevados para que no esté la entrada, precisamente, al alcance de todos.

Este año el maestro Myung-Whun Chung, muy vinculado a la Fenice, se puso al frente de los cuerpos estables -orquesta y coro del teatro- y contó con dos solistas de prestigio que están triunfando en los teatros internacionales: la soprano María Agresta y el tenor Michael Fabiano. Previamente Chung y la orquesta titular del teatro interpretaron la "Sinfonía número 9, Del nuevo mundo" de A. Dvorák en una versión que definirla como discreta ya supone todo un alarde de generosidad. Tras el descanso, oberturas, arias, dúos y coros de ópera tomaron el relevo. Casi nada de lo que se ofreció pasó de una muy discreta corrección porque, sobremanera, el punto de partida era muy bajo: la orquesta y el coro de la Fenice se pueden encuadrar, como poco, en la segunda división musical. Nada en ellos funciona como debiera: desajustes continuos, problemas evidentes en la emisión de la masa coral y así un largo etcétera de problemas continuos. Son perfecto ejemplo del inquietante estado de la música en Italia, a día de hoy inmerso una decadencia que muchos músicos llevan años denunciando. El intento de ofrecer algo distinto en Año Nuevo es muy loable y meritorio, pero la falta de excelencia lo merma de manera notable. Es una alternativa que puede funcionar si se sabe elaborar con otro rigor que no es el que ahora se ofrece desde Venecia. Quizá es que ese día es muy difícil que encontremos vida más allá de los valses, o quizá no, siempre y cuando el umbral de calidad esté al altísimo nivel que, de manera continua, llega desde Viena al resto del mundo.

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