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LUIS GONZALO DÍEZ | Profesor y ensayista

"La cultura como artefacto ideológico resulta peligrosísima"

"Los independentistas catalanes utilizan la retórica redentora de Herder para ocultar su ambición de poder"

Luis Gonzalo Díez.

En el sustrato intelectual del problema político que hoy lo domina todo en España está la obra singular y rupturista de Johann Gottried Herder (1744-1803), filósofo y teólogo que delimitó el núcleo de ideológico del nacionalismo: pueblo, lengua y cultura. Madrileño de 1972, aunque con raíces leonesas -es hijo del escritor Luis Mateo Díez-, Luis Gonzalo Díez se adentra en Herder en El viaje de la impaciencia ( En torno a los orígenes intelectuales de la utopía nacionalista), libro oportuno en la medida que amplía la perspectiva sobre el conflicto secesionista pero nada oportunista, por responder al interés sostenido de este investigador y profesor universitario por autores que escapan al canon de la modernidad, del que ya dejó constancia en Anatomía del intelectual reaccionario (2007) o El liberalismo escéptico (2016).

- ¿Adentrarse en Herder nos permite entender mejor los acontecimientos políticos que hoy se viven en torno a Cataluña?

-Sí, en la forma de un contraste entre pasado y presente. Creo que el pensamiento de un autor como Herder sirve para entender el carácter originalmente utópico y radical del nacionalismo. Este aparece en el pensador alemán como un instrumento de crítica y deslegitimación del Antiguo Régimen. Herder utilizó la noción de identidad cultural para socavar el poder de nobles y príncipes apelando a una idea redentora de la lengua y el pueblo. E hizo todo esto desde un punto de vista muy crítico con la realidad del Estado como fuente de dominación y desigualdad. Creo que los independentistas catalanes utilizan la retórica emancipadora y radical de Herder, su idea redentora del pueblo y la lengua y su crítica de los poderes establecidos para ocultar su propia e insaciable ambición de poder. Siendo esta última lo que les alejaría completamente del nacionalismo ingenuo y apolítico de Herder, convertido por ellos en un mero instrumento propagandístico para conquistar el poder sin mancharse las manos, ni dejar de ser puros, buenos y auténticos.

- ¿A qué atribuye que ese fondo emocional, religioso e incluso poético que está en el origen intelectual del nacionalismo persista dos siglos después de Herder, pese a que la utopía está ya bien afinada como arma de poder y ha mostrado demasiadas veces su peor cara?

-Posiblemente, al hecho de que el ser humano está hecho de tal manera que las expectativas utópicas sean imborrables y resistan la prueba en contra de los hechos. Del nacionalismo, podemos decir muchas cosas, pero, si nos lo tomamos ideológicamente en serio, y Herder para esto representa una buena ocasión, lo que resulta indudable es que el nacionalismo toca aspectos esenciales de los sentimientos y emociones humanas. Y ello a pesar de las deformaciones y abusos que, en el medio político, puedan hacerse de dichos sentimientos y emociones. Otra cosa diferente sería cómo podemos gestionar ese caudal emocional potencialmente desestabilizador en un orden democrático que no esté permanentemente abocado a empezar de cero.

- ¿Es ese sustrato lo que impide un entendimiento político con quienes operan desde la visión del Estado y el derecho?

-El lenguaje de la ley, del Estado de derecho es un lenguaje frío en comparación con el lenguaje caliente del nacionalismo. El equilibrio entre ley y sentimiento, entre norma y aspiración, entre legalidad y legitimidad es difícil de sostener y anclar sobre una base sólida. Pero es que la democracia constituye un sistema ambiguo porque se funda en el imperio de la ley, pero, por otro lado, deja un amplio campo de juego a la persecución de nuestros ideales. Cómo poner límites a estos sin dejar de respetar la libertad de todos es, como resulta evidente, un asunto complejo sin una solución clara.

- ¿La demoledora crítica de Kant a Herder es un anticipo de una confrontación que llegaría hasta nuestros días?

-Tal y como la abordo en el libro, es la confrontación entre el liberalismo y el nacionalismo, entre el Estado de derecho y la utopía política, entre el imperio de la ley y la persecución del ideal, entre un estilo intelectual sobrio y con un punto pesimista y un estilo intelectual desatado y entusiasta. En estos términos, no es que llegue hasta nuestros días, sino que retrata la ambigüedad fundamental de nuestras democracias y contribuye a explicar una parte importante del problema catalán. El Kant del libro representaría una mirada horrorizada y premonitoria sobre lo que es e implica el estilo intelectual de su viejo y aventajado alumno Herder.

- Usted identifica también el legado de Herder en "esa sensibilidad tan contemporánea que alaba la diversidad cultural en un lenguaje progresista y democrático". Explíquese.

-Me refiero fundamentalmente al amplio y variado campo de todos aquellos que critican el etnocentrismo y defienden, siguiendo a Herder, que cada pueblo, nación o grupo cultural tiene su propio centro de felicidad inconmensurable con el centro del resto. Herder fue extremadamente violento con la Ilustración "oficial" por el tono arrogante y soberbio que detectó en ella. Él defendía "otra" Ilustración, vinculada con una idea de Humanidad constituida por la relación pacífica, cooperativa y tolerante entre los pueblos de la tierra, cada uno de ellos reconocido en su particularidad y singularidad. Pues bien, este planteamiento, que Herder desarrolla con comentarios explícitos sobre las responsabilidades históricas de Occidente y las desigualdades existentes en su época, a mí me suena muy actual porque me recuerda a la forma en que nacionalistas y multiculturalistas unen sus invocaciones identitarias con la defensa progresista de la democracia y la tolerancia. Herder se halla en el origen de ese discurso donde el sujeto de los derechos y las libertades ya no es el individuo, sino el grupo.

- Pueblo, cultura, lenguaje e historia son la base de la identidad política desde la perspectiva herderiana. El nacionalismo apenas se ha movido de esos tres ejes ideológicos ¿a qué se debe?

-Al hecho de que son "esencias" desde las que el acontecer histórico adquiere su forma. Creo que el nacionalismo entiende la historia, aunque resulte paradójico decirlo así, en términos antihistóricos pues la experiencia del cambio y la transformación le resultan ajenas. Con esto quiero decir que sus categorías centrales no traslucen un "hacer" ni poseen un carácter fluido y transaccional, sino que constituyen un "ser" inamovible que siembra el campo de la historia de esencias perdidas, recuperadas, anheladas. De ahí que un intelectual nacionalista como Herder promueva una política, más que de hechos, de entelequias; más que razonable y prudente, impaciente, utópica e insatisfecha.

- Hay un componente de ingenuidad, sostiene, en esa visión del pueblo de Herder que ha propiciado un uso interesado desde la política con resultados en ocasiones trágicos. ¿Sería ese el origen del relato edénico que los nacionalistas elabora sobre sí mismos?

-Herder preparó ingenuamente el brebaje que otros aprovecharían para fines muy alejados del espíritu reformista y bienintencionado del pensador alemán. Indudablemente, él cometió un acto de ingenuidad filosófica: absolver a las fuerzas naturales y espontáneas que animan el discurrir histórico del pueblo y la lengua de responsabilidades políticas. La cultura como artefacto ideológico resulta peligrosísima porque puede hacer que nos olvidemos de que, incluso en un pueblo autodeterminado e independiente, hay que resolver la cuestión del poder porque, también en ese pueblo, sigue habiendo hombres con pasiones y ambiciones. Herder, que fue muy crítico con el poder de príncipes y nobles, no reparó en que también un mundo de culturas libres y hermanadas genera sus propias e insidiosas formas de poder y desigualdad. Los nacionalistas posteriores a Herder supieron aprovechar este flanco abierto en su utopía para sacar tajada, es decir, para conquistar el poder sin dejar de hablar de identidad, lengua, pueblo, independencia y autodeterminación. Como si el poder pudiese conquistarte y administrarse sin mancharse las manos por el mero hecho de invocar la "cultura" como horizonte de autenticidad política.

- Usted presenta a Herder como un resistente ante la razón ilustrada pero también como alguien que abre una variante en esa misma Ilustración. ¿Tenemos que dejar de considerarlo como un embrión del romanticismo?

-Esta es la tesis más arriesgada del libro, pero mi lectura de la obra de Herder me lleva a presentarlo antes como un ilustrado radical que como un romántico o como un prerromántico. Esto no quita que su planteamiento tuviese un eco sostenido en el romanticismo posterior. Lo cual no anula el hecho de que dicho planteamiento, antes que prerromántico, sea ilustrado en un sentido radical: el de entender el proyecto histórico de la Ilustración como mucho más que una mera reforma de las estructuras del Antiguo Régimen. La historia de las ideas permite, en ocasiones, derribar ciertos tópicos y establecer relaciones sorprendentes y subterráneas que nos habían pasado desapercibidas. La tesis, en fin, es arriesgada porque vendría a decir que, en sus orígenes utópicos, el nacionalismo no es una ideología romántica, sino ilustrada. Y es que hay muchas "Ilustraciones".

- ¿Por qué ese interés suyo hacia pensadores que rompen con su tiempo desde perspectivas con tintes reaccionarios?

-Porque, muchas veces, es desde los márgenes más extremos del pensamiento cuando empezamos a entender la complejidad de eso que, a falta de un término mejor, llamamos "Modernidad". Así como hay muchas Ilustraciones, hay muchas Modernidades. Y alguna de las reacciones a la modernidad, más que antimoderna, debería caracterizarse como "otra" modernidad, una nueva metamorfosis de la misma. En este sentido, Herder, antes que un crítico de la Ilustración o un reaccionario, es un explorador de una Ilustración y una Modernidad diferente de aquellas que le generaron un profundo malestar. Su viaje de la impaciencia sería el fruto de esa exploración en busca de una Ilustración y una Modernidad posabsolutistas y posracionalistas.

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