La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

John le Carré se despide de Smiley en "El legado de los espías"

Un excepcional testamento literario que los lecarrenianos paladean palabra a palabra en el umbral de un largo adiós

John le Carré se despide de Smiley en "El legado de los espías"

Entonces, ¿fue todo por Inglaterra? - dice a continuación - . En su momento, sí, por supuesto. Pero ¿la Inglaterra de quién? ¿Qué Inglaterra? ¿Inglaterra sola, perdida en alguna parte? Yo soy europeo, Peter. Si alguna vez he tenido una misión, si he sido consciente de alguna responsabilidad más allá de nuestros contenciosos con el enemigo, ha sido con Europa.

La publicación de unas memorias entretenidas pero indudablemente volátiles, Volar en círculos (2016), dejó al seguidor de John le Carré con la miel en los labios. Se esperaba más de lo que el autor quizá podía dar. A modo de cortés desagravio y consciente de que su avanzada edad le obliga a afrontar proyectos con sombrío carácter testamentario, el escritor convierte El legado de los espías en una despedida literaria en toda regla, exhibiendo todo el vigor narrativo y la rotundidad psicológica de los personajes que caracteriza sus grandes obras al servicio de un ajuste de cuentas más sentimental que fiero. De ahí que este fin de carrera devuelva al escenario nombres ya míticos, con George Smiley a la cabeza. El resultado es una delicia agridulce que los lecarrenianos paladean palabra a palabra en el umbral de un largo adiós.

Recordemos: arrancaba la década de los 60 y el mercado editorial recibía la visita de un nuevo autor llamado al nacer David Cornwell (Dorset, Inglaterra, 1931), que, cobijado bajo el muy sonoro seudónimo de John le Carré, mostraba sus credenciales con Llamada para el muerto. Así hacía su aparición en escena nuestro amigo Smiley, director de las endiabladas pistas del Circus, servicio de inteligencia británico en el exterior, y que nada tenía en común con las barrabasadas de los Bond & Cia. Smiley no era un tipo de acción física, aunque su inteligencia, erudición -lo sabe todo de literatura romántica alemana- y profesionalidad a rajatabla, lo convertían en el mejor aliado posible, y el peor enemigo a tener enfrente. Una anguila en la sombra que, además, ofrecía huellas bien visibles en su comportamiento: alguien de conciencia limpia, austero, sosegado, europeísta y de creencias sinceras, sin dobleces? aunque también capaz de tomar medidas muy duras en casos extremos.

Le perdimos de vista hace 25 años en El peregrino secreto, cuando su creador ya había dejado de ser un escritor de novelas de espionaje (cejijuntos abstenerse) para convertirse en un gran escritor. Le Carré logró fama mundial gracias a su tercera novela, El espía que surgió del frío, título de intenso armargor que inspiró una memorable película con Richard Burton, y cuya relectura, sino imprescindible, sí ayuda a transitar con más conocimiento de causas y efectos por El legado de los espías. Añadiendo, de paso, El Topo. Tampoco nos llamemos a engaño: Smiley no es el protagonista y se hace de rogar para asomarse, pero su presencia (o su ausencia) adquieren la importancia dramática de un coronel Willard en El corazón de las tinieblas o un Orson Welles en El tercer hombre. El que apaga la luz, por así decir.

A quien sí veremos con frecuencia es a Peter Guillam. Quien fuera discípulo yayudante de Smiley es ahora un hombre de edad avanzada que se niega a retroceder en asuntos tales como la destreza física y la claridad de ideas. Su plácida jubilación se ve interrumpida por una convocatoria inesperada del MI6 que le arroja de cabeza a las cloacas del pasado con un interrogatorio a cara de perro. En concreto, a la infiltración de su buen amigo Alec Leamas, un doble agente británico, en las entrañas del servicio de espionaje de Alemania Oriental. Aquello terminó fatal: Leamas y Liz Gold, su novia comunista, ametrallados a orillas del Muro de Berlín cuanto intentaban volver a la zona occidental.

El episodio dejó muy tocado a Guillam, no solo por lo trágico del desenlace sino porque Leamas había sido una marioneta en manos de Smiley a la que se cortaron los hilos para salvaguardar la identidad de un tipo. Por algo la operación se llamaba Carambola. Vale, Smiley era un tipo recto pero su trabajo a veces le hacía escribir renglones muy retorcidos.

En cualquier caso, la historia se había quedado recluida en el pozo negro de recuerdos de Guillam hasta que la vida, traidora como ella sola, pone en su camino final a los hijos de Alec y Liz, que reclaman al gobierno justicia y pasta. Puestos a aclarar los hechos, los investigadores descubren que hay documentos clave que faltan. Y Guillam emprende la que será su última misión con un doble frente abierto: hurgar en las heridas de su memoria, no cicatrizadas del todo, y evitar que su papel en el tinglado le arroje al abismo en la última etapa de su vida. Los tiempos han cambiado, y los edificios también: "Solamente alguien que se hubiera formado como espía en el antiguo Circus podría haber entendido la aversión que se apoderó de mí cuando, a las cuatro de la tarde del día siguiente, pagué el taxi y empecé a subir por la pasarela de hormigón hasta la nueva sede del Servicio, escandalosamente ostentosa". "Cuando la verdad te alcance, no te hagas el héroe. Corre". Pero la vida a veces no te permite ese lujo y. como mucho, permite un último encuentro: "Me desplacé hasta que los dos pudimos vernos mutuamente. Y como George siempre había aparentado más edad de la que tenía, comprobé con alivio que no me esperaba ninguna sorpresa desagradable. Era el mismo George, cargado finalmente con los años que siempre había aparentado".

Compartir el artículo

stats