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La lengua desatada

El apocalipsis de nuestro tiempo, la visión del mundo angustiosa y alucinada de Vasili Rózanov

La lengua desatada

Hace un siglo, en 1918, desde el retiro de un monasterio moscovita donde un año después moriría, Vasili Rózanov, uno de los más controvertidos escritores prerrevolucionarios, redactó su último texto, el breve, paradójico, intenso, caótico y alucinado El apocalipsis de nuestro tiempo, un borbotón de angustia, rabia y elucubraciones de diverso signo nacidas al rebufo de la conmoción de Octubre y el cataclismo social al que Rusia se vio sometida.

Leyendo a Rózanov, se comprende que la Revolución de Lenin tuvo que vérselas con fuerzas extrañas a la suma de los soviets más la electricidad. En este libro agresivo, nacido para dar cuenta de una insatisfacción primordial, hija del rumbo que el país ha tomado tras la caída del zarismo, pero que pronto se distrae en consideraciones de distinto orden, y que afectan a asuntos tan dispares como la cristología, la estructura solar, la literatura de Dostoievski, la ninfosis de la mariposa, la germanofobia o el amor por Egipto, el lector hallará motivos para comprender que el talento literario, cuando colisiona con la extravagancia, propone jardines inesperados. Las flores que aquí se cultivan nada tienen que ver con el orden, la mesura y la proporción. Al contrario, nacen al acaso, en lugares insólitos, y arrojan aromas no siempre gratos.

Rózanov, que escribe como una avalancha, no deja indiferente, algo que sólo puede ser evaluado desde la perspectiva del mérito. Su capacidad para sorprender e irritar no debe menospreciarse. Hay mucho en él de cascarrabias, gruñón irredento, profeta sin público. También de reaccionario y antisemita, aunque su relación con el judaísmo, al menos en este libro, explica por qué su figura se resiste a cualquier análisis. En realidad, Rózanov es un precipitado de esa alma rusa con la que cierta literatura nos ha familiarizado. Es audaz, exigente, mentiroso, elevado, mezquino, brillante, pendenciero. Y todo eso logra serlo en la misma página; a veces, incluso, en el mismo párrafo.

De los intereses que aúna El apocalipsis de nuestro tiempo, el más interesante es el que tiene que ver con la lectura que Rózanov hace del cristianismo. Se plantea así una curiosa pirueta histórica, que enlaza política y teología. Según Rózanov, han sido las enseñanzas de Cristo las que han facultado el bolchevismo. Porque Cristo, al preocuparse sólo de los asuntos del espíritu, al sancionar las obras de la carne, que son la base de toda cosmogonía que se precie, los apetitos del hambre y el sexo, la lucha, la venganza y el cobro del castigo, ha convertido el corazón del hombre en un desierto. Las penas de Cristo, su sentimentalidad, facilitan el debilitamiento de la vieja religión, un día representada por el Dios de Israel, y la caída en una ideología débil y capciosa como es el socialismo.

Y así, desde el monasterio de Sérguiev Posad, el moribundo Rózanov lanza al mundo su grito de Patmos. Un grito que, por cierto, en diez fascículos, los lectores podían adquirir contra reembolso al precio de tres rublos y cincuenta kopecs. Nunca la revelación fue tan económica.

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