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Música

El corredor de la muerte

Espectacular Dead man walking en el Teatro Real de Madrid

Nada más empezar el año, el Teatro Real ha marcado con fuerza el pulso lírico español con el estreno de Dead man walking la ópera de Jake Heggie estrenada en San Francisco en el año 2000 y que es, a día de hoy, una de las creaciones líricas contemporáneas de mayor éxito internacional. Desde entonces lleva ya unas trescientas funciones en más de cincuenta teatros de todo el mundo. Es, quizá, uno de los ejemplos más señeros de la pujanza actual de la creación operística que, especialmente, en Estados Unidos, y en el ámbito anglosajón en general, impulsa estrenos de manera estable y continuada.

La ópera es un espectáculo que implica al espectador y por eso mantiene íntegra su capacidad para conmover, para llevar a la reflexión y a la denuncia. De hecho, los grandes temas de la humanidad viven en el repertorio tradicional y en el nuevo es la sociedad actual la que se ve reflejada. Dead man walking es el ejemplo perfecto. Basada en una historia real, está protagonizada por una joven monja, la hermana Helen Prejean, de Lousiana, que recibe una petición de auxilio espiritual desde una prisión en la que Joseph De Roche, condenado a muerte por el asesinato y la violación de dos adolescentes, está ya en las últimas etapas que le conducirán a la ejecución. De hecho, el título de la obra es una frase que en el argot carcelario emplean los guardias de prisiones cuando se lleva al sentenciado desde la celda a la sala en la que se materializa la pena capital: Ahí va el hombre muerto.

Sobre sus vivencias, la hermana Prejean escribió un libro -en los noventa Tim Robbins rodó la película Pena de Muerte con Susan Sarandon y Sean Penn- y Heggie, junto con el libretista Terrence McNally, se lanzó a llevar a escena esta historia de redención, en la que el amor está por encima de la sed de venganza ciega. Un amor redentor que nace del Evangelio y que se enfrenta a la falsa justicia que trata de paliar un daño con otro. Arrebata el itinerario vital de ambos personajes, su encuentro y cómo sus vidas intentan focalizarse en el grave asunto que los convoca sin prejuicios. El áspero ambiente social que rodea la pena de muerte en Estados Unidos es el telón de fondo que envuelve la tenacidad de una monja para seguir adelante con un empeño muy duro en el que otros hubiesen claudicado a las primeras de cambio. Sobre el escenario del Real tiene lugar una auténtica catársis que atrapa al espectador, que lo lleva a la emoción hasta el sobrecogedor final. El impacto es enorme y ante lo que sucede en escena no es posible la indiferencia. Ese poder de la ópera es lo que sigue haciendo de la misma ese arte total, en la cúspide de la creación artística.

La música de Jake Heggie no transita por la vanguardia, ni falta que le hace. Bebe de muchas influencias reconocidas: en ella están Britten, Ravel o Janácek, pero también Bernstein o el musical de Sondheim. Su eclecticismo la dota de una polivalencia absoluta al servicio de la historia que, hasta en los silencios, no da un momento de respiro. Hay en la partitura una perfecta estrategia para ir convergiendo al cenit dramático con simplicidad extraordinaria. El acierto es total.

Una obra de estas características necesita de dos protagonistas de primerísimo nivel, no sólo desde el punto de vista vocal. La interpretación ha de ser exigente, creíble, sin altibajos, y esto, por desgracia, no siempre se logra con los cantantes. De ahí que la fabulosa encarnación que la mezzo Joyce DiDonato realiza de la hermana Prejean deba catalogarse como uno de los pilares sobre los que se asienta el éxito apoteósico que la obra está estos días teniendo en Madrid. DiDonato ha conseguido meterse con tan fuerza en el rol de una manera sólo está al alcance de las grandes como ella. Y a su lado, como Joseph De Roche, el barítono Michael Mayes derrocha verdad en su interpretación. Todo el reparto, en el que hay un buen número de cantantes españoles, es impecable -la selección del mismo es extraordinaria y es otro de los grandes aciertos del proyecto-. Fabulosas también la madre de De Roche, a cargo de la mezzo estadounidense Maria Zifchak o la canadiense Measha Brueggergosman, categórica hermana Rose.

Es de justicia incidir, aunque sólo sea citándolos nominalmente, en las soberbias prestaciones de Damián del Castillo, Roger Padullés, María Hinojosa, Toni Marsol y el larguísimo listado de intérpretes españoles que completa el extenso elenco.

El maestro Mark Wigglesworth da vida a la partitura con conocimiento y energía arrolladoras y la puesta en escena que firma Leonard Foglia es, en su naturalismo, dúctil y eficaz. El trabajo dramático es de alto voltaje y la recreación de las diferentes escenas de una plasticidad sobria. Estamos, a caballo de enero y febrero, ante el que está llamado a ser uno de los acontecimientos culturales del año en curso en nuestro país.

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