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"Homo Lubitz", una obra de Ricardo Menéndez Salmón que se lee con avidez

El escritor asturiano reflexiona de forma implícita sobre los mecanismos de la ficción en su última novela

"Homo Lubitz", una obra de Ricardo Menéndez Salmón que se lee con avidez

Lo primero que debemos hacer al empezar Homo Lubitz, la última novela de Ricardo Menéndez Salmón, es no tardar en ponerse en la clave en que está escrita, que es el expresionismo de la novela gráfica anglosajona. En concreto, el cómic filosófico popularizado por Alan Moore con Watchmen (1986), que no vamos a descubrir aquí como un clásico de la literatura contemporánea, imprescindible para retratar nuestro entresiglos. Solo así el lector despistado no se quedará fuera del juego, descolocado ante un futuro próximo (circa 2025) poblado de supervillanos, archienemigos, agentes secretos, heroínas notorias, hetairas del manga y demás ficciones de pulpa que tejen la trama por el nuevo orden mundial en que se ve envuelto el protagonista, nuestro héroe a su pesar.

Richard O´Hara es un joven americano que trabaja como asesor para Arconte Limited, un oscuro "think tank" supranacional que ofrece a gobiernos y poderes económicos sus servicios en la prospección de ideas de futuro: insondadas fuentes energéticas, desconocidos nichos de mercado, invencibles relatos colectivos a punto de unir sus partes. O´Hara planea retirarse tras su reciente éxito como coordinador del proyecto para la vacuna contra la intolerancia a la lactosa en la población china, un potosí agroalimentario por el que ha sido bien retribuido. Antes de recogerse a su nuevo palazzo de la isla de Giudecca, en ese balcón de Occidente que es Venecia, recibe una llamada de Control, cerebro de Arconte. Lo de la lactosa parece estar torciéndose en una descomunal eugenesia de estado. O´Hara recibe además la misión de ubicar las ruinas troglodíticas de una vieja fotografía con un significado especial para Control. La historia es conocida: el detective retornado de su limbo de descreimiento para un último caso; el héroe urgido, en puertas del retiro, por el dilema de salvar o salvarse.

El accidente como deseo

En paralelo a sus actividades para Arconte, O´Hara encubre una pasión: los accidentes. Su contemplación estética, su indagación filosófica. No como un mirón morboso de la catástrofe, sino como su peculiar anticuerpo contra la deshumanización que soporta en su trabajo de confabulador masivo e indiferente, Maquiavelo sin príncipe ni república. Y China, millones de hormigas construyendo pirámides huecas para un cíclope ciego, ha sido demasiado para sus ojos occidentales. La evidencia de una época sin moral ni esencia ética, que en la rotación de su eje histórico de Occidente a Oriente ha perdido además la medida áurea del individuo.

El accidente, esa consumación victoriosa del azar y el absurdo lógico, sirve entonces como epifanía de la nada: la más clara y aterradora visión del vacío a nuestro alrededor. Panteones abandonados, libros en blanco. Pero para O´Hara el accidente actúa a la vez como temor y deseo: "algo que anhelamos en secreto, la resolución de toda expectativa" (p. 75). Porque la catástrofe conforta a quien no la padece, serena a cada uno en su rutina, calma a los pueblos en su insolencia y, lo que es definitivo, reinstaura el orden en el caos. Pues, por reacción, el accidente da sentido a la dispersión existencial; la nada circundante parece así destinada a evitar la fatalidad, y "toda acción que no colapsa en accidente nos parece sensata" (p. 159).

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