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Una novela sobre fútbol que no es una novela sobre fútbol

"Cómo llegamos a la final de Wembley", el fino humor de J. L. Carr

Una novela sobre fútbol que no es una novela sobre fútbol

Es esta la novela de más fino humor que he leído en lo que va de año. Lo que apareja una fina escritura: atenta a la gracia mediante la palabra oportuna, la frase que cuadra el párrafo. Pero no se dejen engañar: tan pesado se pone su autor respecto de que es una novela sobre fútbol que no tardamos en sospechar que está haciendo trampa, que no va la cosa sobre fútbol. El balompié es aquí un "mcguffin", una excusa para que progrese una trama que en realidad nos quiere dar a conocer a los singulares vecinos de un pueblo de la Inglaterra profunda (todo un estudio sociológico), que ven cómo su equipito alcanza a disputar frente a los Rangers escoceses la final de lo que en España sería la "Copa del Rey" (es decir, la "FA Cup" inglesa, el torneo más antiguo del mundo), tras haber apeado a conjuntos aficionados de su zona al principio y luego a clubs profesionales tipo Leeds o Manchester. Su lejano parangón sería la admirable Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Dickens, que narra un viaje por Inglaterra del presidente de una pintoresca sociedad en compañía de sus socios y amigos. El propio Joseph Lloyd Carr cuenta las tres patas sobre las que construyó estos supuestos apuntes para una historia oficial de los "Steeple Sinderby Wanderers": (1) Un teórico extravagante, el exiliado doctor húngaro Kossuth, quien formula los siete postulados cuya puesta en práctica convertirá a los Wanderers en campeones: un tipo nostálgico que se envolvía "en su abrigo centroeuropeo para protegerse de las ráfagas de frío que soplaban desde sus estepas nativas"; (2) un par de jóvenes que dejaron el fútbol profesional, uno a causa de un accidente, por una depresión el otro; (y 3) el inefable presidente del club, "un Napoleón administrativo" que no sabe una palabra de fútbol, el bígamo señor Fangfoss, "una persona que reverencia la verdad", al decir del cronista narrador y secretario para todo del equipo. Carr (fallecido en 1994) se ganó la vida como editor, profesor y escritor tardío. Sirvió en la Inteligencia de la RAF, llegó a jugar en un modestísimo equipo (que alcanzó asimismo una final) y alumbró eruditos y muy curiosos diccionarios: mapas históricos, jugadores de cricket, reinas u obispos? que le dieron gran popularidad. Su novela Un mes en el campo fue llevada al cine con Branagh y Firth de protagonistas. Fue un tipo afable al que visitaban los jóvenes aspirantes a escritores y que se dejaba llevar por una máxima: "Todo lo que he tratado de hacer es contar unas cuantas historias de la mejor manera posible".

La literatura sobre fútbol se va incrementando que da gusto desde que los intelectuales decidiesen dejar de considerar al balón como el opio del pueblo y pasaran a confesar su presencia en las gradas, bien como forofos, bien como analistas, bien como añorantes de una infancia sin videojuegos. Casares; Montalbán, Llamazares, Galeano, Vicent; Sacheri, Fontanarrosa, Soriano; Valdano, Bolaño y Ana María Moix formarían un 4-3-3 de garantías. Con Bioy, Alberti, Javier Marías, Neuman, Camus, Hornby y Shakespeare en el banquillo. En la parte técnica tendríamos a Marguerite Duras, Relaño, Segurola o Melchor F. Díaz, asistidos como "community managers" ?atentos a las redes (sociales)? por los asturianos Barrero, Fernando Menéndez, Rafa Quirós, Salmón, Testón? y no me caben más, que los hay y me perdonen. Pero habíamos quedado en que la novela de Carr usaba el fútbol solo como pretexto. La convocatoria del equipo de los "Vagabundos del Campanario de Sinderby" (traduzco a lo bruto) se hacía del siguiente modo: "¿Quién no puede venir la semana que viene?" La sede es un pub siniestro: "Los profesores de la universidad llevan a sus estudiantes de historia allí para que vean con sus propios ojos cómo eran las condiciones de vida en la Edad Media". El campo de fútbol local se levantó en un campo, en medio de otros campos, en un lugar en el que "más allás solo hay campos": la voz narrante pregunta al presidente qué había detrás de esos campos, a lo que Fangfoss contesta: "Más". Fangfoss es el presidente, un temperamental y rotundo caballero que triunfa en todo y tiene una explicación para rubricarlo: "Es porque no soy un experto. Los expertos se inventan a sí mismos. Pero yo nací ya con todo decidido". La portería del equipo la guarda el Mono Tonks, un lechero "un poco asilvestrado" a quien "solo le gustaba parar y devolver balones para que tuvieran un nuevo uso", igual que las botellas que repartía. Su compañero Sid se detuvo una vez a "pensar", lo que lleva al narrador a reflexionar que tal cosa "es una actividad que puede resultar muy desconcertante si no estás acostumbrado". Sid se enamora de Biddy, una ferviente predicadora de la fe verdadera, que lleva la buena nueva desde tenderetes que monta con ocasión de los partidos: "Delante había seis hombres y dos niñas pequeñas. Los hombres, de mediana edad, eran refugiados del puro horror de sus hogares y se maravillaban de que esa belleza estuviera allí para salvar sus almas inmortales". ¿Cómo se enamora Sid, el depresivo futbolista?: "Miró la hermosa cara y la silueta de la profeta y supo, por un estremecimiento en su alma (y en otra parte), que la vida tenía un propósito, y uno muy excitante además".

Sigan ustedes sumando caracteres a esta galería tan jocunda y encontrarán hasta un jeque omaní, que repite como un eco promisorio "El golfo de Omán? El golfo de Omán" y se muestra dispuesto a proporcionar a Sinderby todo el petróleo necesario siempre y cuando Biddy se convierta en su "amiga por correspondencia". Y hallarán humor negro como el de la página 96 y burlas al lenguaje empingorotado en las crónicas deportivas en la 141. Y se lo pasarán en grande leyendo, les guste el fútbol (mejor) o no les guste el fútbol (qué se le va a hacer).

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