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Bilis pura

Doctor Foster, dos temporadas de un auténtico tratado de podredumbre

Bilis pura

Se lo dice Gemma Foster, la esposa traicionada, a su ya exmarido: la cosa no está en que nuestro matrimonio se haya terminado y adiós muy buenas, a pasar página, qué le vamos a hacer, repartamos lo material en paz y cuidemos de nuestro hijo: no, nada de eso; la cosa está en que te veo muy bien, muy suelto, enamoradito de tu nueva chica y sin haber sufrido lo mismo que he sufrido yo desde que me enteré de mis cuernos: eso no es justo; la cosa está, pues, en que vas a pasarlas canutas, te voy a hundir en la miseria completa y ahí estaré para verlo. Ríanse ustedes de La guerra de los Rose, aquella peli de 1989, paradigma de la ruptura como destrucción del otro, donde todo, literalmente, sale por la ventana.

Pero aclaremos unas cuantas cosas. Primero, que no hay "doctor" Foster, sino "doctora" Foster: la protagonista es "ella", no "él", detalles de la lengua inglesa. Segunda, que el marido que se enamora de chica jovencita para pasar mejor la crisis de los 40, es un canalla bobo, malo, estafador, irresponsable, maltratador, dado a vivir de la bondad económica del prójimo: un prenda bárbaro, interpretado tan bien por un Bertie Carvel que da revoltura solo verlo (incluso esa dentadura picuda que gasta). Tercera, que hay que ser un pedazo de actriz como Suranne Jones para transmitirnos una mezcla tan de bilis pura sobre todo cuando la cámara se enamora de ella y la persigue en primeros o primerísimos planos para que sus ojos nos cuenten el tormento que está pasando y el colosal tormento que está formándose contra sí misma. Si son ustedes dados a dramas donde haya celos, rencor, odio, venganza, mentiras, egoísmo y violencia subsiguiente, donde no falten la toxicidad, las obsesiones ni la intriga, entonces Doctor Foster es su serie y la verán en un suspiro. Comenzó en el 2015 con cinco episodios y final cerrado. Pero tuvo éxito clamoroso de espectadores y crítica, con lo que los productores urdieron la manera de estirarla. Del mismo modo, ya la BBC anuncia 3ª temporada, pues siendo asimismo cerrado lo que nos relata la 2ª, siempre se puede tirar de un cabo psicótico o psicopático cuando se está haciendo caja y no se desea interrumpir la buena marcha del negocio. Estamos en una ciudad imaginaria (Parminster) y pequeña (fue rodada en Hitchin) de Inglaterra, con su Centro de Salud donde trabaja una doctora que vive bien, con su amoroso esposo que vive mejor y con el hijo adolescente Tom al que dicen amar pero cuya personalidad van a pulir cuando la guerra marital estalle. Se suman a la historia secundarios logrados muy mucho (la compañera de Gemma, que a tantas bandas juega; el profe del Instituto, un santo varón paciente; el inevitable abogado; un hipocondriaco enternecedor; unos vecinos desastrosos?) para construir una historia sabida: un pelo rubio encontrado, sospechas, pesquisas y en efecto hay otra: veinteañera e hija de papás con pasta. ¿Por qué da de sí asunto tan manido? Por la tesis que culebrea bajo la trama: cuando se trata de vengarse a modo, nunca se tiene bastante. La reformulo: cuando la doctora Foster se ve herida por un tarado semejante, todo le parece poco para saciar su odio. Y el espectador se pregunta: ¿estaba ya Gemma tan mal antes del engaño y solo necesitaba un detonante para explotar su desequilibrio mental o todo vino a raíz del adulterio? ¿Está de verdad desequilibrada o solo quiere ojo por ojo? ¿Ninguno de los dos se da cuenta de que están pulverizando a su hijo mientras le cuentan que todo lo hacen por su bien? Mientras se lo pregunta, el enredo avanza, con secuencias memorables (esa envenenada comida con amigos, de la 1ª temporada) y otras lamentables que inducen al carraspeo (ese ir y volver de la doctora al hotel donde su marido pena, al final de la 2ª). Un auténtico tratado de podredumbre.

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