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La entraña de la era Thatcher

El periodista Seumas Milne y el novelista David Peace cuentan en El enemigo interior y GB84 la guerra sucia de la Dama de Hierro contra los mineros

Enfrentamiento entre mineros y policía británicos.

Los dirigentes mineros más informados que protagonizaron en las Navidades de 1991 el encierro del pozo Barredo, en Mieres, expresaban en ocasiones, si mediaba la confianza, un fundado temor: la posibilidad de que se repitieran las condiciones que habían supuesto, sólo seis años antes y después de doce dramáticos meses de huelga, el aplastamiento del poderoso movimiento sindical carbonero del Reino Unido. Las consecuencias de la derrota de aquella protesta, la más larga de las registradas en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, fueron la trituración de un sector público tenido hasta entonces por uno de los más avanzados del mundo, además del principio del fin de las muy vivaces y resistentes comunidades mineras, las más refractarias al modelo económico y político que impuso, a partir de aquella fecha, la primera ministra conservadora Margaret Thatcher. En España hubo negociación y las cosas se hicieron de otra manera al pactar las partes sucesivos planes de ajuste.

Vista con perspectiva, aquella huelga, que se alargó desde el 6 de marzo de 1984 al 3 de marzo de 1985, fue mucho más que una batalla a cara de perro por la supervivencia de unos pozos de cuya actividad dependían decenas de miles personas y densas poblaciones del Reino Unido, de Inglaterra a Gales. Todos hemos visto películas como "Tocando al viento" o "Billy Elliot". Junto a los castilletes de las minas (en Orgreave llegaron a cargar ocho mil policías, muchos a caballo, como en una escena bélica colonial) se dirimió quizás uno de los asuntos que ha marcado la vida occidental de las últimas décadas: el ataque frontal del neoliberalismo al Estado del bienestar. Thatcher sabía que los 170.000 afiliados del Sindicato Nacional de Mineros (el NUM liderado por el irreductible Arthur Scargill, una organización que había doblado el brazo a los conservadores en 1972 y 1974) constituían la trinchera más consistente frente a su "revolución" privatizadora. Ella misma había enunciado la fobia contra los mineros, el NUM y Scargill, en una declaración a sus conmilitones: "Tuvimos que luchar contra un enemigo exterior en las Malvinas. Ahora se trata de una guerra contra ´el enemigo interior´, que es mucho más difícil de combatir y mucho más peligroso para la libertad". El magnate estadounidense Warren Buffett haría tiempo después, desde la sinceridad, una síntesis del período histórico que empezó con aquella derrota de los mineros británicos: "Hay una guerra de clases y, por el momento, la vamos ganando los ricos".

Una guerra, en efecto, pero hoy sabemos que fue una contienda "sucia" en la que, por dar sólo algunas cifras, hubo 11.291 detenidos, 8.392 acusaciones firmes y 200 sentencias contra los trabajadores. Y que el gobierno conservador prosiguió su particular cruzada ideológica y antisindical -con la participación de los servicios de inteligencia del MI5, poderosos medios de comunicación como el "Daily Mirror" de Robert Maxwell o la complacencia de significativos sectores del laborismo- hasta mucho después. El objetivo era la desacreditación total del NUM (hoy tiene 750 afiliados) y de su más carismático líder. En la primavera de 1990, el izquierdista Scargill fue objeto de una campaña de prensa en la que se le acusó de corrupción y malversación de fondos para pagar la hipoteca de su vivienda. Aquel dinero provenía supuestamente de Libia y había sido autorizado por Gadafi, uno de los personajes más detestados en Occidente por aquellas fechas, durante el año de la larga huelga.

Ninguno de los 194 pozos activos se salvó.

Dos libros de reciente aparición en España, el ensayo El enemigo interior, de Seumas Milne (1958), y la novela GB84, de David Peace (1967), alumbran desde distintos pero complementarios campos de escritura -la información y la ficción, respectivamente- aquellos relevantes hechos: el pulso entre Thatcher y el NUM fue más que un conflicto laboral y sus secuelas siguen dolorosamente grabadas, como veíamos en los días del encierro de Barredo, en el imaginario del movimiento obrero europeo. En España hemos tenido que esperar casi un cuarto de siglo para leer el libro de Milne, columnista y director adjunto del "The Guardian" que es en la actualidad responsable de estrategia y comunicación del Partido Laborista. La primera edición de este volumen, calificado por Naomi Klein como "el mejor sobre la era Thatcher", es de 1994; la última, que hace la cuarta y es la que nos llega ahora con un muy interesante prefacio de su autor, se imprimió en 2014. Unas páginas que Peace, narrador del que Alba Editorial ha publicado su tetralogía sobre un asesino en serie que anda por el condado minero de Yorkshire durante los años del "thatcherismo", menciona en la bibliografía de su novela junto a Germinal, de Zola, y otros textos. La modélica edición del sello gijonés Hoja de Lata, con traducción de Ignacio Gómez Calvo, incluye un enjundioso prólogo de Daniel Bernabé.

Milne desmonta una a una, con profusión de datos y testimonios, las acusaciones contra Scargill y el NUM. Tira de documentos gubernamentales, antes secretos, para dejar claros los planes del Gobierno de Thatcher contra el sindicato minero. Sus conclusiones sobre el deficiente e interesado trabajo periodístico (por llamarlo de alguna manera) que hicieron los sabuesos de Maxwell en base a declaraciones pagadas (incluida la del sospechoso director ejecutivo del NUM de la época, Roger Windsor, el único alto cargo no electo del sindicato) son demoledoras. Como lo es la versión de Stella Rimington, directora del MI5, al confirmar el decisivo papel que tuvieron en el conflicto los servicios de inteligencia del Estado. Milne constata que hubo "guerra sucia" mediante el uso de vigilancia electrónica masiva, agentes provocadores, esquiroles financiados o la sistemática desacreditación de los dirigentes mineros. Y añade en su epílogo a esta cuarta edición: "Otros documentos oficiales desclasificados subrayan tanto la escala de los preparativos de Thatcher para un enfrentamiento con los mineros como su propósito de arrinconar a todo el movimiento sindical en los márgenes de la vida industrial y política". Y a modo de corolario: "Todo ello muestra hasta dónde está dispuesta a llegar la clase dirigente cuando se enfrenta a un importante reto a su autoridad".

Peace se ha convertido, por su parte, en el Zola minucioso (germinal y terminal) de aquella huelga y de una derrota sindical cuyos ecos aún se prolongan: "¡Despertad! ¡Despertad! Esto es Inglaterra, vuestra Inglaterra€ y el año es Cero". GB84 es una ficción basada en hechos reales en la que su autor relata cincuenta y una semanas de huelga, las de la movilización de aquellos casi doscientos mil mineros, sirviéndose de la contraposición de perspectivas. El diario en primera persona de Peter y Martin, dos de los huelguistas, se completa con la narración en tercera persona de los acontecimientos -los conocidos y los ocultos- que alimentan la trama. Los distintos planos y diálogos están engarzados por un justificado despliegue tipográfico y una prosa condensada al máximo, fragmentaria, nerviosa, casi eléctrica. Tras los nombres de ficción no resulta difícil ver a algunos de los protagonistas del conflicto real: el Judío sería un trasunto de David Hart, asesor de la Dama de Hierro a quien se atribuye la laminación del NUM, mientras que Terry Winters tiene los rasgos del citado Roger Windsor. Una novela negra nada convencional que hurga en la entraña política de unos tiempos oscuros.

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