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Un hito historiográfico que tiene su historia

El público que asistió a la defensa de la tesis de Ruiz desbordó el Aula Magna de la Universidad de Oviedo en un acto de reparación histórica

Un hito historiográfico que tiene su historia

Hoy se rinde homenaje en el auditorio del IES Aramo de Oviedo a David Ruiz, profesor jubilado, historiador y catedrático emérito de la Universidad de Oviedo. La presencia en la sala de un público juvenil, con referencias titubeantes sobre lo banal y lo perenne, proporciona el marco idóneo para reflexionar sobre la condición, vigor y vigencia de los clásicos, esas creaciones humanas cuya luz no se extingue con el paso del tiempo. Entre la historiografía asturiana merece tal consideración la tesis doctoral del homenajeado, El movimiento obrero en Asturias, de la industrialización hasta la II República, publicada en 1968 por Amigos de Asturias.

A instancias de Ramón Herrero Merediz y de Daniel Palacio, la obra fue editada por la citada asociación, promovida por el PCE para romper el cordón sanitario con el que otros grupos de oposición pretendían aislarlo y para galvanizar a las fuerzas de la cultura en su ofensiva contra el régimen. Amigos de Asturias agotó su misión con esta iniciativa, quizás por la subsiguiente emergencia de clubs culturales por toda la región, pero, por su composición multipartidista y la presencia de ilustres personalidades, como el catedrático Luis Sela Sampil, que asumió la presidencia, se puede considerar un precedente de la Junta Democrática.

El desafío intelectual protagonizado por David Ruiz con la redacción y publicación de su tesis adquirió un carácter subversivo porque, con la verdad histórica y el rigor metodológico como arietes, torpedeó el relato franquista sobre nuestro pasado. Mucho antes que Francis Fukuyama, el régimen capitaneado por "la espada más limpia de occidente" había decretado el fin de la historia en el reinado de Fernando VII. A tiro limpio, también había certificado la defunción del movimiento obrero, cuyos restos mortales yacían en cárceles, paredones de cementerios, cunetas, fosas ignotas o, en el mejor de los casos, transterrado, pero no por sevicia, sino porque era inútil, ya que su paternal verdugo estaba dispuesto a atender sus demandas antes de que las formulara.

Aunque Tuñón de Lara sostuvo que abordar "la historia del movimiento obrero era situarse en la columna vertebral de la historia", en los años sesenta del siglo pasado no se afrontaba este tipo de estudios en la universidad española, intelectualmente desmochada desde la Guerra Civil y encorsetada por un cerril integrismo académico. Solo en Cataluña, bajo el mecenazgo de Vicens Vives, palpitaba un movimiento de renovación historiográfica, del que se hicieron eco con sus estudios sobre el anarquismo y la I Internacional precursores como Casimir Martí y Josep Termes. Desde la cátedra de Historia Económica de la Sorbona, irradiaba el no menos estimulante faro del hispanista Pierre Vilar, cuya Histoire de l'Espagne, editada en 1947 por Presses Universitaires, dotaba de relevancia epistemológica y metodológica a la historia social.

En este desalentador contexto, bajo la dirección del medievalista Juan Uría Riu, se acometió un estudio lastrado por la inaccesibilidad de las principales fuentes, limitación que reorientó al autor desde su pretensión inicial, realizar la primera investigación académica de la Revolución del 34, al estudio de sus antecedentes: el proceso de formación de la clase obrera en Asturias. Esta carencia fue suplida con la rigurosa exégesis de la documentación disponible e interrogando, como ya recomendaba Jean B. Duroselle, a los protagonistas y testigos "que todavía viven", faceta en la que también David Ruiz fue pionero. Fueron entrevistados por él dirigentes socialistas como Manuel Álvarez Marina, Teodomiro Menéndez y Andrés Saborit, quien en 1964 ya había publicado en Toulouse Asturias y sus hombres, una vívida cartografía del socialismo asturiano durante la primera mitad del siglo XX.

Se cumplió con el acto de defensa de la tesis el 28 de octubre de 1967 en el Aula Magna de la Universidad de Oviedo ante un tribunal en el que figuraban solo dos contemporaneístas: Carlos Seco Serrano y Miguel Artola. Completaron el tribunal calificador Bartolomé Escandell, cuya tesis doctoral había versado sobre Perú en la época de Felipe II, y el medievalista Eloy Benito Ruano, quien en la década de los cuarenta había compatibilizado los estudios universitarios con su condición de inspector de la Brigada Político-Social. La presencia de un nutrido público, que desbordó la capacidad del auditorio y se arremolinó en el patio adyacente, convirtió la solemne defensa de la tesis en un acto de reparación y justicia histórica. Los allí congregados, en parte reclutados por el PCE entre los hijos y nietos de una clase obrera hasta entonces estigmatizada, consideraron que el doctorando les restituía la dignidad de un pasado proscrito y mutilado.

En 1968, cuando los disturbios raciales y las movilizaciones pacifistas incendiaban las ciudades de EE. UU., los universitarios franceses buscaban utópicas playas bajo los adoquines de París y las tropas del Pacto de Varsovia invadían Checoslovaquia, la recién publicada obra de David Ruiz saturó los escaparates de las librerías Cervantes y Ojanguren de Oviedo. La arrogante presencia en la portada de un grupo de mineros tiznados por el polvo de carbón, como aquellos cíclopes que asaltaron la ciudad en 1934, y la no menos perturbadora referencia en el título a un enemigo que se consideraba extinguido, fue percibida como una claudicación por los albaceas del 18 de julio. Los herederos de la derrota, quienes estaban dispuestos a reconquistar la libertad ejerciéndola, aunque fuera dotando de simbolismo político gestos aparentemente pueriles, susurraron ante aquellos anaqueles que en España también estaban cambiando los tiempos.

Ha transcurrido ya medio siglo desde entonces, pero el fulgor que irradia esta obra sigue iluminando a quienes buscamos en el pasado estímulos para que nuestros semejantes sean más críticos, más lúcidos y más solidarios. Ahora que se han diversificado las fuentes de acceso al conocimiento y las nuevas generaciones pretenden fagocitarlo como un producto de consumo banal y caduco, conviene recordarles que, como en el caso que nos ocupa, hubo libros excepcionales que nos hicieron más libres. Por eso trascienden a su autor y pertenecen a ese exclusivo olimpo de las obras eternas, escritas a contracorriente con semillas de osadía, rebeldía y dignidad.

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