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Arte

Una impactante confrontación de imágenes y estilos

Magnífica exposición que aúna diferentes poéticas pictóricas y actualiza el seguimiento de algunos artistas asturianos

Una impactante confrontación de imágenes y estilos

Espléndida esta exposición en el Banco de Sabadell y, en cierto modo, esplendorosa porque es muestra de notable lucimiento y suntuosidad, impactante desde la entrada. Si, como se dice en el catálogo, se pretendía un claro efecto escenográfico, el efecto se ha conseguido plenamente, en buena parte por los artistas, tendencias, piezas y formatos elegidos y su confrontación, que no "diálogo", ya harta esta palabra, y la calidad de la instalación, menesteres en los que su responsable, Ramón Isidoro, ha acreditado sobradamente su competencia.

Con todo no es su espectacularidad lo que haría de esta muestra una de las mejores de la temporada, si en nuestro páramo artístico hubiera otras capaces de disputarle el título, lo que no sucede, sino el alto nivel de calidad y entidad plástica de las obras y sobre todo la mucha información y actualización que ofrece sobre artistas de interés, no siempre bajo los focos de la atención preferente. Si se quiere un criterio unificador del conjunto, que no necesita, lo sería esa condición de noticia sobre el arte asturiano que la exposición tiene.

Noticia es por ejemplo que Jorge Nava, el pintor de las mil caras, que pasó de la figuración terrorífica al pop o la reivindicación de las pinturas clásicas, y que apareciera en exposición reciente junto a Juan Fernández y Ruiz de la Peña con el comienzo de una inmadura experiencia de expresionismo abstracto, tras la caótica transición desde lo figurativo en la serie "Vagos y maleantes", nos sorprenda ahora con una magnífica pintura que esa sí ya es de personal y ejemplar conexión con la abstracción americana clásica. Un cuadro magníficamente estructurado en la demostración de la capacidad del color para determinar la forma y de cómo el equilibrio y la tensión entre los colores consigue la evocación del espacio, en el juego al que Hofman llamó de "empuje y atracción". Pintura muy hermosa, vitalista y de emocionante vibración y energía.

Otra magnífica noticia es la de Elena Rato, que ha llegado a un pletórico momento creativo, tras muchas vacilaciones a partir de la abstracción y su parada en el pop, incluso después de haber conseguido un muy personal patrón artístico, estructuras características en formas y colores, lo que llamó "marañas", interesante logro con el que durante un tiempo pareció vacilar en fantasías y elucubraciones gráficas vagas y blandas.

Este momento actual, del que ya había avisado, aparece ahora con una seguridad y firmeza de dicción de original e inequívoca poética pictórica, asimilable a la llamada "abstracción ambigua" de artistas como Tierry Winters o Mark Bradford y sus mapas, deseosos todos ellos de ampliar los límites de la abstracción a su manera. Elena lo hace mediante la barroca orquestación lineal y cromática de sus marañas, ahora en feliz complejidad y sensual lirismo y armonía.

A Alfonso Fernández se le reconoce su notable capacidad artística en el tratamiento de los cuadros de figuras en grandes formatos, el "gran arte" en la tradición de la pintura, imágenes y estéticas de la antigüedad que en su obra interactúan con las de nuestro tiempo en escenas subrayadas por la ironía o la crítica. En este caso impresiona su monumental tríptico con la apropiación de imaginería escultórica barroca conviviendo con un joven en bermudas bebiendo cerveza o la aparición de una especie de apóstol en el cuarto de baño, pinturas y conceptos con marcado acento kitsch. Es de hacer notar que las escenas se mantienen en los límites del buen gusto sin dar ninguna sensación de falta de respeto.

De José Andrés Gutiérrez, que fuera uno de los mejores pintores asturianos de su generación, fallecido en 1992 con sólo 34 años, es también noticia la presencia de tres espléndidos cuadros que nunca habían sido expuestos y que podrían formar parte de la mejor pintura de los ochenta en el mismo nivel que Sicilia, Broto o Uslé, por ejemplo. Sobre Luis Rodríguez Vigil, me gusta tanto la singularidad barroca y manierista de su pintura, el encantador anacronismo y la poderosa y fantasmal presencia de sus imágenes que no entiendo por qué expone aquí pequeños cuadritos, algunos ovalados, de una especie de equívoco y actualizado orfismo, "tableutines" les llaman en el catálogo.

Como guinda del pastel, una magnífica pieza del gran Pelayo Ortega, sobre lo que no se necesita decir mucho más, y acompañándolo todo el sonido de Juanjo Palacios, que resulta sin duda una muy buena compañía.

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