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Libros

La relevancia de lo banal

Razones para el matrimonio según Natalia Ginzburg

Con motivo del centenario de su nacimiento, acaecido en Palermo en 1916, la obra de Natalia Ginzburg concita de nuevo el interés del mundo editorial. Ella misma dedicó una gran parte de su vida a la Editoral Einaudi de Turín, donde publicó casi toda su obra. Escribió novelas y obras de teatro, fue traductora y ensayista y en 1983 fue elegida diputada por el Partido Comunista italiano.

De familia judía, intelectual y librepensadora, y casada con un antifascista comprometido, Ginzburg sufre los avatares de la Italia de Mussolini y de la Segunda Guerra Mundial. En su libro de relatos Las pequeñas virtudes (1962) expresa perfectamente lo que este periodo de la historia significó en su vida: "No nos curaremos nunca de esta guerra. Es inútil. Jamás volveremos a ser gente serena, gente que piensa y estudia y construye su vida en paz. Mirad lo que han hecho con nuestras casas. Mirad lo que han hecho con nosotros. Jamás volveremos a ser gente tranquila".

Su novela más conocida es, sin duda, Léxico familiar (1963), una narración autobiográfica cuajada de recuerdos a la manera proustiana, dejando trabajar a la memoria, por muy traicionera que esta pueda llegar a ser, al ritmo de los sentidos: inscribiendo lo que evoca una música concreta, el olor de ciertas flores, el tacto de ciertas cosas o los colores brillantes o apagados de un paisaje.

Ginzburg fue una figura imponente en el siglo XX italiano, no sólo en el panorama político, sino también en el mundo de las letras. Fue amiga de Cesare Pavese y primera lectora de los manuscritos de autores tan importantes como Italo Calvino, Elsa Morante o Primo Levi, pero ella misma da también testimonio artístico de una época muy complicada para la vida cotidiana de la gente.

La editorial Acantilado acaba de publicar la primera obra de teatro de Ginzburg, que lleva el extraño título de Me casé por alegría, escrita en 1965, y que dio lugar a la película del mismo título dirigida en 1967 por Luciano Salce, con Monica Vitti en el papel protagonista. Se trata de una comedia trágica, planteada de manera elemental por los dos personajes principales, marido y mujer, ayudados por la criada y la madre y la hermana de él en papeles muy secundarios.

El tema está en el título: el matrimonio y la felicidad, ambos con sus claroscuros, y se resuelve en detalles nimios, como la búsqueda de un sombrero o la conveniencia de cocinar un pollo de corral. Sobre este eje se trenza la vida previa de los esposos, las motivaciones que los llevaron al matrimonio y las expectativas que tienen de su vida en común.

Si bien en un momento dado admiten que "¡Hay que ver cómo hablamos tu y yo sin ton ni son!", enseguida reconocen que "deberíamos intentar entender cómo somos, sino ¿qué es el matrimonio?". Y de ahí pasan a reflexiones que hacen ponerse en movimiento los resortes de toda una vida: "¡Qué extrañas estas madres que se quedan agazapadas allí en el fondo de nuestra vida, en las raíces de nuestra vida, en medio de la oscuridad, tan importantes, tan determinantes para nosotros! Uno se olvida mientras vive, o se le pasa, o cree que se le pasa, pero nunca se le llega a pasar del todo".

La obra se resuelve en un toma y daca aparentemente insustancial y cotidiano, pero que, sin darnos cuenta, nos ofrece una disquisición crítica de la sociedad del momento, de la hipocresía, de la amistad, de la ética y de la búsqueda, a veces desesperada, de lo que cada cual entiende por felicidad. En el segundo acto Ginzburg nos recuerda que: "Una reflexión lúcida e ininterrumpida de un minuto puede ser suficiente". Me casé por alegría está llena de ese tipo de reflexiones.

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