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Música

El gran Britten

El teatro Real estrena con gran éxito Gloriana, del compositor inglés

Alexandra Deshorties en plena actuación. TEATRO REAL

La temporada madrileña del teatro Real está viviendo con el repertorio más infrecuente, o en la ópera contemporánea, sus mayores éxitos. Ahora llega el estreno en Madrid de "Gloriana" la ópera de Benjamin Britten estrenada dentro de los festejos de la coronación de la reina Isabel II y que, en su jornada inaugural, en 1953 fue todo un fracaso, maltratada por un público que fue incapaz de comprender lo que estaban viendo en escena -quizá hubieran preferido unos valses de la familia Strauss- y una crítica que tampoco estuvo muy afortunada en sus apreciaciones.

A día de hoy, bastantes décadas después de su estreno, se nos muestra como lo que es: una de las más interesantes óperas del siglo XX a cargo de un autor que, definitivamente, se ha instalado en el repertorio por su enorme talento, aunque esto haya llevado mucho más tiempo del que hubiera sido preciso. Bien es verdad, que más vale tarde que nunca.

Los últimos años de Isabel I, y su fascinación por el joven conde de Essex, Roberto Devereux, marcan una trama en la que se plantea como nudo central el deber y las razones de estado que se acaban imponiendo a la vida personal, a lo anhelos y deseos que quedan ocultos ante la fuerza la gobernanza y la toma de decisiones cruciales, básicas para mantener el poder y el orden. Con esta premisa, Britten y su libretista William Plomer -basándose en la obra A tragic history de Lytton Strachey- trazan un fresco del ocaso del periodo isabelino con un pulso dramático y turbación arrebatadoras. Es un verdadero "tour de force" el que se exige a un reparto que debe sacar adelante cada rol con la convicción de estar ante personajes históricos de primer rango. Para todo ello es básico el punto de partida de la sensacional puesta en escena firmada por David McVicar que estructura y enuncia la trama en un sucinto y polivalente espacio que nos acerca a la magnificencia de la corte mediante detalles que en los que se recrea cada pasaje con preciosismo impecable. El trabajo dramático de cantantes, actores y bailarines es apabullante. La maquinaria escénica funciona con perfección inmaculada y, desde el foso, el maestro Ivor Bolton logra un resultado mayúsculo que cimenta el éxito de las funciones que se han venido representando estos días. Dos repartos defienden la obra con ambición de excelencia. El segundo lo encabeza una Alexandra Deshorties en estado de gracia, deslumbrante como Isabel I. Magníficos, asimismo, David Butt Philip como Devereux, P aula Murrihy como Frances o Gabriel Bermúdez como Lord Mountjoy. Estas representaciones, quedarán, sin duda, como una de las grandes apuestas culturales del teatro Real. ¡Qué lejos la exultante reacción del público madrileño hacia la obra de su estreno en los años cincuenta en Londres! Curiosamente aquella hostilidad de la primera función, se transformó días después, en el resto de las funciones, en una calurosa acogida. Quizá porque el primer día asistió un público que los propios cantantes calificaron como "el más viscoso que hemos visto jamás". Un acomodador explicaba a la prensa, por su parte la diferencia entre el estreno y el resto de las funciones: "entiéndalo, la gente que acude a las siguientes funciones ama la ópera y, por supuesto, han pagado por sus entradas". Britten en una carta a un amigo lo tuvo muy claro al definir al público de la primera jornada: "cerdos". No andaba muy desencaminado en sus apreciaciones. Y ya se sabe que los suidos no aprecian mucho las margaritas.

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