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El reino de la consciencia

Marx es un clásico sin fecha de caducidad que la última gran crisis ha devuelto al primer plano intelectual por el vigor de su crítica al capitalismo

Concentración ante la tumba de Marx, en el cementerio londinense de Highgate en 1956.

Ningún otro autor ha impregnado tanto con su pensamiento las luchas sociales del último siglo y medio. Es un hecho que admiten incluso los adversarios ideológicos menos sectarios de Karl Marx. "Ha ejercido una influencia más decisiva y perdurable que cualquier otro sistema de ideas de la humanidad", ha escrito, por ejemplo, Isaiah Berlin. Hasta mediados de los años setenta de la pasada centuria pocos se atrevían, ni aun sus detractores más fieros, a cuestionar el marxismo como un sólido método de análisis de la realidad. Una consideración social que entró en barrena, a partir de esas fechas, por una triple conjunción: el rearme ideológico de la derecha en torno a las políticas neoliberales de Thatcher y Reagan, el ascenso del posmodernismo sobre la base de poner bajo sospecha los "grandes relatos" (el declamado final de la historia, de Francis Fukuyama) y el estrepitoso derrumbe de los países del bloque soviético. Con la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, daba la impresión de que el ideario de Marx quedaría sepultado para siempre bajo aquellos cascotes.

Para Terry Eagleton, lo decisivo en aquel prematuro funeral del marxismo no fue tanto el alineamiento de circunstancias históricas como la "impotencia política" que se adueñó de amplios sectores de la izquierda. Un ejemplo nítido fueron las políticas de acercamiento de la socialdemocracia europea a las fórmulas neoliberales. ¿Por qué Marx tenía razón? se pregunta, sin embargo, el reputado profesor y teórico de la literatura en su conocido libro. Y responde: "Como ya predijera Marx, en nuestra época las desigualdades de riqueza se han profundizado hasta niveles extraordinarios". Y añade, a su vez, otra pertinente interrogación: "¿Y si lo anticuado no fuera el marxismo, sino el capitalismo en sí?".

Doscientos años después del nacimiento de Marx en Tréveris un 5 de mayo de 1818, y después de aquel fallido enterramiento que quisieron organizarle los posmodernos, la colosal obra del autor de El Capital sigue en el centro del debate contemporáneo y es fuente de renovada inspiración para las movilizaciones que siguieron, en la última década, a la Gran Recesión. Hasta Vattimo ha tratado de buscar el entendimiento de Marx y Heidegger en Comunismo hermenéutico. Y es que Marx es un clásico, es decir, alguien que sigue diciéndonos cosas pese a que la promesa implícita en su pensamiento no se haya cumplido más que como despótica o sangrienta caricatura. Lo sabemos: el estalinismo ha sido al marxismo lo que el fascismo al capitalismo o, en la historia de las religiones, la Inquisición al cristianismo.

Daniel Bensaïd, figura importante de las protestas de Mayo de 1968 (otro aniversario para el análisis) publicó en 2009, cuando la última gran crisis enseñaba su garra, un libro para el que se eligió un título revelador en su edición en castellano: Marx ha vuelto. Un trabajo en el que parte de una convicción de Derrida que tiene hoy, casi una década más tarde de recordarnos la cita, un amplio respaldo intelectual: "Sería un gran error no leer y releer a Marx, no polemizar sobre él. Pero será cada vez más una falta de responsabilidad teórica, filosófica y política". Recuerda, además, que el pensamiento de Marx "pertenece ya a la prosa de nuestro tiempo, aunque esto disguste a quienes, como el célebre burgués, hacen prosa sin saberlo". Un planteamiento que comparte Constantino Bértolo en su antología Karl Marx (Llamando a las puertas de la revolución), un estupendo camino de entrada al fértil campo marxista: "el interés por la figura y la obra de Marx ha crecido exponencialmente".

Esa atracción por una figura que encarna como pocas el trabajo prometeico en pos de la liberación de la humanidad es evidente en la serie de biografías que se han publicado en los últimos años. Incluso en la de Jonathan Sperber ( Karl Marx. Una vida decimonónica), para quien Marx sería un pensador "anclado" en el siglo XIX. Y es que quizás, nos atrevemos a objetar, vuelven a darse asombrosas coincidencias entre el mundo que explicó y quiso transformar el cofundador de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) con el que nos ha tocado vivir. Francis Wheen asegura en su Karl Marx que éste y Darwin han sido los "pensadores más revolucionarios e influyentes" del siglo XIX. En el prólogo a la edición española de ese libro, César Rendueles se hace eco de análisis bibliométricos para subrayar que Marx es el autor científico "más influyente de la historia o, al menos, el más citado". En el último gran retrato que ha llegado a nuestras librerías (Karl Marx. Ilusión y grandeza), el catedrático Gareth Stedman Jones se muestra persuadido de que el autor de La ideología alemana "no fue sólo el producto del universo cultural en el que emergió". Biografías a las que hay que sumar El gentleman comunista, donde Tristram Hunt traza un muy reivindicativo perfil de Friedrich Engels, el gran amigo, colaborador y mecenas de Marx. Sin Engels, a quien se ha venido responsabilizando de la lectura dogmática que Lenin y otros hicieron de Marx (por su Anti-Dühring, entre otros textos), difícilmente el filósofo de Tréveris hubiera logrado la cima que supone El Capital. La reciente película El joven Karl Marx, de Raoul Peck, es un grato homenaje al inicio de la amistad de los llamados padres del socialismo científico, por oposición al socialismo romántico o de tintes utópicos que ambos demolieron con rigor y contundencia.

En realidad casi todo lo que se pueda escribir sobre la vida de Marx, a quien su madre aconsejaba hacerse un capital en vez de dedicarse a investigar y debelar el funcionamiento del capitalismo, estaba ya en las páginas que le dedicó Franz Mehring hace exactamente un siglo. Para el brillante historiador y periodista, traducido al español por Wenceslao Roces, Marx fue "ante todo" un revolucionario, un luchador en favor del proletariado y el pensador "más odiado y calumniado de su tiempo". Una imagen en la que también insiste David Mclellan en su monografía Karl Marx. Su vida y sus ideas. Ahí rescata un curioso cuestionario en el que Marx ve en la lucha su idea de la felicidad o en el que nombra a Espartaco y a Kepler, un revolucionario y un científico, como sus héroes preferidos. Y donde muestra sus preferencias por la prosa de Diderot y por los valores poéticos de Esquilo, Shakespeare (de él tomaría la imagen del viejo topo) o Goethe. Y confiesa cuál es su "motto" favorito: De ómnibus dibitandum. Dudar de todo, pese a que muchos marxistas se empeñen con su ejemplo en situarse en las antípodas de esa posición que prefería su maestro.

Uno se siente conmovido por las tremendas circunstancias vitales en las que Marx, a cuyo entierro en el cementerio londinense de Highgate el 17 de marzo de 1883 sólo asistieron once personas -incluido Engels, que pronunció el discurso de despedida-, desarrolló una obra de enorme calado y ambición que se despliega, como ha observado Maurice Blanchot, en los planos humanista, político y científico. Se le morían los hijos, le perseguían los polizontes, la miseria y dolorosas enfermedades, pero no dejaba de acudir a su puesto en la biblioteca del Museo Británico para atar todos los cabos de un hecho capital, nunca mejor dicho: cómo sucede la apropiación de parte del trabajo humano (por tanto, del tiempo) a través de la plusvalía, ese segmento del trabajo impagado que se embolsa el empresario. Robert L. Heilbroner dijo en su sustancial Los filósofos terrenales: "Marx inventó literalmente una nueva tarea para la investigación social: la crítica de la economía política".

Marx lleva al molino de su colosal talento a pensadores que van desde Demócrito o Epicuro a Hegel o Feuerbach, pasando por Spinoza, para desmontar toda forma de idealismo o de lo que él llama materialismo contemplativo: el motor de la historia no serían así las ideas, sino que éstas son el resultado de la base material, o sea, de las relaciones de producción; y la propia historia, una continua transformación de la naturaleza humana. "Sigue siendo el examen más serio y penetrante del sistema capitalista que se ha hecho jamás", según Heilbroner. Manuel Sacristán, posiblemente el marxista español más destacado, señaló con acierto en un volumen de máximas, aforismos y reflexiones, titulado con ingenio M. A. R. X., que el principal ideólogo del comunismo es un "gran clásico que no caducará nunca".

Con motivo del primer centenario del nacimiento de Marx, Gramsci publicó el 4 de mayo de 1918 el artículo "Nuestro Marx" en "Il Grido del Popolo": "Marx significa la entrada de la inteligencia en la historia de la humanidad, significa el reino de la consciencia". Cien años después de aquellas palabras, la opinión del filósofo y político sardo sobre el fundador del marxismo sigue guiando a los nuevos rebeldes.

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