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El norte blanco tiene tus huesos

The Terror, una serie producida por Ridley Scott tan heladora como excelente

Esta serie hiela. Los ojos, porque no hay más que hielo por todas partes. La sangre, de puro terror y no poco gore. El ánimo, por las penurias sin nombre que arrostran los personajes. Conviene verla cubierto con manta y gorro orejero de lana, taza de té caliente y presencia de ánimo. Y es excelente. Hagamos antes un poco de historia. El encontrar una ruta marítima que comunicase los océanos Atlántico y Pacífico a través del Ártico ("el paso del Noroeste") era el sueño de los grandes comerciantes británicos del XIX. Llegar a la China y a la India desde Inglaterra sin necesidad de bajar a bordear el Cabo de Hornos era un chollo en millas y gastos. De modo que a eso puso a trabajar el Almirantazgo a sus marinos. Uno de ellos era sir John Franklin, "cuya vida podría describirse caritativamente como un desastre" -según leemos en The explorer's eye. "Tenía exceso de peso, problemas circulatorios, no era capaz de moverse sin parar a menudo para tomar té, y era preciso transportarlo de un modo u otro en las caminatas más largas". En 1845, tomó el mando de una expedición desde el "Erebus", contando con Francis Crozier como segundo, a bordo de "The Terror". Menudos nombres: "La Oscuridad" y "El Terror", presagio acaso de lo que iba a ocurrir. El hielo engulló primero a Franklin y después a Crozier, que lo sustituyó en el mando: también a sus buques y a los casi 130 hombres que los servían. Se evanescieron todos, atrapados a la entrada del Estrecho Victoria, cerca de la Isla del Rey Guillermo. Los pecios de ambos navíos aparecieron hace nada, tras años y años de búsquedas. Algunos cadáveres iban surgiendo congelados aquí y allá, en estremecedor estado de conservación helada. Se comprobó que habían recurrido al canibalismo. Murieron por frío, hambre, escorbuto, por ingerir dosis de plomo con que se habían soldado (mal) las latas de sus alimentos y por la putrefacción de los mismos. Pero ¿y si no fue así ya que nadie sobrevivió para contarlo?

Sobre esa posibilidad arranca la novela de Dan Simmons en que se basa la serie. Ahí vio Ridley Scott cómo podía resucitar un nuevo monstruo, un nuevo alien. En efecto, en los espeluznantes capítulos de The Terror vemos cómo una especie de oso gigantesco, que anda a brincos, de ojos heladores (también), de zarpazos como cuchillas que rasgan cuerpos de un tajo, persigue a los desafortunados marinos, diezmándolos, deshaciendo sus campamentos y sumiéndolos aún más en el espanto. ¿Quién o qué es? ¿Un espíritu guardián del Ártico que vela por expulsar a los intrusos en aquel infierno de 75º bajo cero? Como si no tuviesen bastante con lo suyo, los pobres. Es decir: con la incompetencia del estirado Franklin y su negativa a volver a pie cuando aún era posible, tal y como le aconseja Crozier, el bueno y protagonista de la serie. Bastante con la vida en la mar y en la mar helada. Con los motines y submotines. Con la acechante presencia de una inuit (al parecer, "esquimal" ya no es palabra políticamente correcta). Con el veneno puro que vierte en los oídos de todos ese calafate que interpreta un excelente Adam Nagaitis y que da más miedo que el monstruo. Con la chulería, luego atemperada, de James Fitzjames, el hombre más pintón de la Royal Navy. Con las sesiones de azotes punitivos. Con enterrar solo la pierna de Franklin, pues el resto del cuerpo no se recuperó (como así es, históricamente). Con las "relaciones inapropiadas" entre marineros que emponzoñan ambientes. Con la causa por la que Blankin se ata tenedores al cuerpo al ser abandonado?

En una palabra: me sobra el oso alien. Pero cómo quitarle el capricho al productor. Con sus casi cómicas apariciones osunas (a veces dan la risa sus saltitos), pierden fuerza las tramas secundarias, estupendas: cómo se cura de su dependencia alcohólica Crozier (con qué sutilidad contado) o la bondad de Goodsir, el puro en un medio del terror. Ninguno sobrevivió.

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