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El corazón es un cazador solitario, como bien saben Bevilacqua y Chamorro

Lorenzo Silva celebra a lo grande los veinte años de la serie con la excelente Lejos del corazón

Volvemos a vernos, teniente Bevilacqua. Perdón, subteniente. Ya sabemos cuánto le molestan esos errores, aunque está acostumbrado, como acostumbrado está a que se equivoquen con su apellido. Veinte años ya desde que se enfundó el uniforme literario con El lejano jardín de los estanques. Que se dice pronto. Dos décadas en las que su creador, Lorenzo Silva, ha logrado una hazaña dentro del panorama literario español: desarrollar una serie de la que sus seguidores no saben cómo descolgarse. Enrolados en las peripecias de Bevilacqua y su compañera Chamorro, los lectores los sentimos ya como unos viejos amigos. Camaradas, en cierto modo. Sabemos sus debilidades, sus fortalezas. El origen de sus pesares, la raíz de sus desencantos.

Los años pesan, los kilómetros pasan. Los hijos crecen. Y así empiezas esta historia, subteniente, viendo cómo la sangre de tu sangre jura bandera para ser como tú "pero mejor armado, más limpio y con más hambre de todo, en el sitio exacto que tú ocupaste años atrás".

Tricornio contra tricornio, abrazos elocuentes, madres crepusculares, ex esposas emboscadas en la espesura de la memoria. Siempre fuiste un sentimental, admítelo, y los años no hacen más que acentuarlo. Solo hay que ver / escuchar las canciones que se agitan en tu teléfono móvil. Lo que no cambia es tu código de identidad: "No es necesario que un hombre crea en Dios o en una patria para seguir viviendo, pero sí le es preciso hacer con su vida algo, lo que se, que le ayude a no dejar de creer que el tipo que le saluda cada mañana en el espejo del baño merece continuar gastando el aire que respira".

El tedio envilece, lo sabes, así que basta de momentos familiares y al grano. A Algeciras. Operación Supermán. Un ingeniero informático (Crístofer, como el desdichado Reeve) desaparece. Un secuestro, parece. Cuando empiecen las pesquisas pronto quedará claro que detrás del suceso hay mucho fango alrededor del "lavado de dinero de oscura procedencia a través de un activo peliagudo, como son las monedas virtuales". Cómo han cambiado los tiempos, subteniente: cibercrimen, bitcoins, estafas virtuales. Pero se conservan los malos hábitos: "Nos condenan a trabajar con un proceso penal decimonónico y aún así se lo hacemos funcionar". Como era de esperar, la trama funciona como un coche de alta gama. Un motor que aguanta lo que le echen tanto en carreteras tranquilas por las que circulan los sentimientos como por las pistas de montaña en las que hay que tirar de la tracción a las cuatro ruedas para narrar potentes secuencias de acción con patrulleras y helicópteros.

Y como Silva se las sabe todas, dialoga con velocidad de crucero y cuando menos te lo esperas pega un frenazo, ay, y te pone un nudo en el estómago con una conversación llena de palabras ausentes con la juez Carolina, que puso en apuros tu soledad, o uno en la garganta en la escena con Chamorro en la que hay un pequeño paso (¿beso?) más allá de la camaradería. ¿Se da, realmente? Silva es demasiado astuto para dejarlo claro. Pero la vida es impredecible, sabe Vir, y su humor "puede ser perverso".

Hay en Lejos del corazón reencuentros que amplían nuestra información sobre tu pasado ("esa zanja que está por todas partes y que el caimán se acaba encontrando dondequiera que pone el pie"), como tu etapa en la comandancia de Guipúzcoa. Tiempos de plomo. Hay ecos televisivos ("The Wire"), literarios ("El hombre sin atributos") cinematográficos ("Nostalghia") y musicales (Gianna Nannini, Kenton Chen, Robe). El libro de Musil esconde una profecía: "Describe cómo la tecnología nos separa de nuestros propios actos, de nuestra responsabilidad sobre ellos y de su gravedad moral. En muchas ocasiones terribles lo que tiene ante sí quien las toma es un botón blanco, pulido y brillante. Que no cuesta nada apretar. La revolución digital ha traído que al otro lado del botón ya no hay siquiera una persona que tenga que esquivar sus culpas sino una máquina o un algoritmo que no van a hacer nunca nada a título personal, porque no son personas". Botón anclado en el horror.

Negro futuro al que plantar cara como siempre, siguiendo al pie de la letra a Robe: "Del tiempo perdido, en causas perdidas, nunca, nunca me he arrepentido". La vida, como bien mostró Tarkovski, es un cuerpo empeñado en mantener viva una llama junto al corazón". Por eso hay que "encontrar un deber. Uno personal, que tú te creas y descubras por ti mismo, no el que otro quiera ponerte. Y a ese debes dárselo todo, pase lo que pase, te festejen o te maldigan, ganes o pierdas, cuando te recompense y cuando sea tu cruz".

Espera, que llama Chamorro: "Solos los dos y nadie en el corazón". Así es, así sois. Cazadores. Solitarios y con una llama cerca del corazón.

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