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Libros

La renuncia de la izquierda

Mark Lilla defiende en El regreso liberal los espacios políticos comunes

Estando aún expuestas como novedades en las librerías españolas una reimpresión de Pensadores temerarios, un estudio de grandes intelectuales políticos seducidos por dictaduras de distinto signo, y la primera edición de La mente naufragada, una colección de ensayos sobre el pensamiento reaccionario del siglo pasado, que incluye un selecto muestrario de destacados autores centroeuropeos un tanto esotéricos, Mark Lilla lanza ahora un manifiesto breve y rotundo con la aspiración de que el liberalismo estadounidense, en Europa léase socialdemocracia, recapacite sobre la política de la identidad que promueve desde hace medio siglo, cuando se formaron los nuevos movimientos sociales que, como vemos, ocupan cada vez más la escena pública. El librito tiene su origen en un artículo publicado en el New York Times y ha propagado la polémica que desató entonces.

El controvertido profesor de la Universidad de Columbia se presenta aquí como un liberal frustrado e interpela de manera frontal a la izquierda, a la que reprocha el abandono de la idea inclusiva de ciudadanía para abrazarse a la política de la identidad, sea ésta nacional, generacional, sexual, o cualquier otra, que diferencia, separa y divide a una sociedad de por sí agitada por fuertes tendencias centrifugadoras. Tras introducir el concepto "identidad" en la esfera política, la izquierda habría iniciado el camino de su perdición durante los mandatos de Reagan. Y buena parte de la culpa por el descarrilamiento la tendría la universidad, que se desentendió de los problemas que hay ahí fuera y se ha encerrado en sí misma, sucumbiendo también al efecto disgregador de la identidad.

Descrito el desolador panorama de la izquierda, que navega a la deriva, rota en pedazos, Lilla considera que la presidencia de Trump es el momento idóneo e inaplazable para levantar de nuevo la bandera de "lo común", por encima de las reivindicaciones particulares planteadas con el sello distintivo de cada fragmento social. No puede haber una política liberal, o sea, de izquierdas, sin una noción del "nosotros" que abarque al conjunto social. Sin embargo, el término ha sido casi borrado del discurso político. En este punto, los progresistas dispuestos a salvar a la izquierda de sí misma, encontrarán una dificultad seria. Según Lilla, tanto la derecha, por su individualismo, como la izquierda, al apoyarse en la identidad, en las últimas décadas se han dedicado a deshacer ciudadanos. Los ciudadanos demócratas, dice, sin los cuales la democracia no puede durar, no nacen, sino que se hacen. En consecuencia, la tarea más urgente de la izquierda es la educación cívica, que Lilla concibe como una ambiciosa empresa para persuadir a los americanos de que su prioridad debe ser compartir valores, intereses, en suma, "una visión" del país, algo que a las últimas generaciones les ha faltado por completo a pesar del esfuerzo de Obama por conjugar la actividad política en la primera persona del plural.

El propósito de Lilla es eliminar el obstáculo de la política de la identidad que impide a la izquierda una actuación eficaz e, incluso, amenaza su continuidad como opción ideológica. Por eso, no se detiene en los interrogantes que surgen al paso de sus alegaciones. Si el lector se hace algunas preguntas sobre la debacle de la izquierda en las sociedades más prósperas, en este libro no encontrará una explicación satisfactoria. Lilla no aclara si el verdadero problema es la prevalencia de las identidades en la política actual o la pérdida de la idea cosmopolita de ciudadanía. Aunque él sugiere una relación de causalidad entre ambas, en realidad son dos cuestiones que conviene no confundir. Por un lado, cabe la posibilidad de una política cívica de la identidad, como demuestra la propia historia de Estados Unidos, y, por el otro, podría ocurrir que la idea de ciudadanía, sobre todo si es tan endeble como la presentada someramente por Lilla, no bastase para colmar el sentimiento universal de pertenencia que activa a todo individuo.

Pero estas consideraciones sobre lo que ofrece y lo que no, apenas restan interés al libro de Lilla, que parece haber sido escrito con la mente puesta en la izquierda española. Por la calle de la política nacional han desfilado "las mareas", hoy lo hacen las feministas y los pensionistas, el catalanismo se reafirma, y otros movimientos identitarios aparecen con intermitencias, mientras las expectativas electorales de una izquierda irreconocible siguen a la baja. Una señal de que Lilla ha acertado al enfatizar el enorme problema que constituye la conciliación de una política de la identidad con un liberalismo, es decir, un izquierdismo cívico. Ahora, en primer lugar, es necesario saber por qué las causas identitarias están ocupando todo el espacio político y si ello supondrá la sentencia definitiva para la izquierda.

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