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El árbitro dice que no hay nada | Escritor

Fábregas, quizá

De cara a la Eurocopa tengo puestas todas mis esperanzas en él

"Parece que esto se diluye", oí la otra noche, de pasada, como se oyen las cosas en las que uno aprecia algo más, que solo tiene que ver con él, un recordatorio inesperado. Quizá Fábregas se haya dicho en alguna ocasión unas palabras similares a lo largo de los años posteriores a su salida del Arsenal. Quizá haya comprendido finalmente que cualquier descubrimiento esencial es una forma del recuerdo. Quizá lo que anhele cada vez que la urgencia le empuja hacia un nuevo comienzo sea en realidad una continuación. Quién sabe. A lo mejor simplemente ansíe encontrar en algún equipo una casa y en esa casa una razón para creer, como el resto del mundo cree, que el horizonte está delante, que hay una diferencia entre ir y volver. Cuando, en octubre del 2008, el entrevistador del diario "El País" le preguntó en qué facetas deseaba progresar, contestó: "En todo, defensivamente. Siempre he querido atacar, marcar, distribuir? es mi sueño." Exhibió, desde su irrupción, un potencial descomunal, avasallador. Pero es probable que a Fábregas no le haya lastrado el peso de la expectativa ajena, sino la experiencia precoz de la plenitud. Vivir a la espera de lo que ya se vivió es una manera de vivir. Terrible, eso sí, pues la certeza de lo ya hecho, fuente de la confianza en un principio, se vuelve medida despiadada de lo que aún está por hacer. Y se impone entonces el descreimiento, no como inercia ni hábito, sino como desembocadura. La decepción es distinta del miedo, que contrae, y también del sueño, que expande. La decepción deshace, va tirando lentamente de un hilo que nos mantenía unidos, sujetos, cuando no podíamos asegurarnos la firmeza o la permanencia. Esos fantasmas, escribía Kafka, suelen dudar más de su propia existencia que nosotros. Instalado en la perplejidad (el reverso estéril de la extrañeza, tan fecunda), Fábregas se ha mostrado con el tiempo capaz de ofrecer lo que caracteriza a un centrocampista y lo que caracteriza a un delantero: la perspectiva y la potencia: ventajas y exigencias de la distancia; la precisión y la templanza: ventajas y exigencias de la proximidad. No quería progresar, quería crecer, dar de sí. Ser, durante el proceso, una energía, la consciencia de sus capacidades alcanzando su más alto nivel. Pero uno elige sus derrotas, no su guerra. Y quizá Fábregas, como todo héroe trágico, entrañe en su virtud su condena. Quien soñaba con llegar a ser un jugador total ha terminado siendo un jugador que depende exclusivamente de la circunstancia. Un jugador que necesita saberse no solo indispensable sino único, llamado. Por eso, en contacto con el balón, cuando la tensión es máxima y se deciden los títulos, convertido en su propia epifanía, percibe una claridad repentina: es su papel, el que está acostumbrado a interpretar; su momento, el que separa la gloria del olvido. Pocos jugadores han sido más decisivos que el actual centrocampista del Chelsea en los éxitos de la selección. Y ninguno, a excepción tal vez de Özil, puede ser tan añorado durante un partido mientras todavía está ahí, en el terreno de juego. De cara a la Eurocopa tengo puestas todas mis esperanzas en él, en Fábregas, el número diez, quien, en el medio al que hacía referencia más arriba, cuando el entrevistador le preguntó si en el campo también pensaba mucho, dijo: "No, ahí es instintivo. Un pase, por mucho que lo pienses, no lo das si no lo ves."

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