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Antonio Rico

Fútbol es fútbol

Antonio Rico

A la poción mágica blanca le falta (o le sobra) sal

El capitalismo, ese sistema que según Tony Montana en "Scarface" consiste en joder y ser jodido, es para Joseph Schumpeter un proceso de "destrucción creadora", en el sentido de que destruye todo el tiempo los elementos anticuados y crea en todo momento elementos nuevos. Creo que Tony Montana conocía mejor el funcionamiento del capitalismo que Schumpeter, pero las observaciones del economista austro-estadounidense pueden aplicarse a un club como el Real Madrid con más fortuna que la sentencia del gánster de origen cubano. El Madrid es un club capitalista sometido a un continuo proceso de "destrucción creadora" de forma que, como sucede con las sociedades industriales según Schumpeter, el club del Bernabéu necesita cuidados permanentes para seguir siendo grande. El capitalismo, como bien sabemos quienes lo padecemos, alterna periodos de prosperidad y depresión, pero se supone que el sistema funciona y siempre sale adelante. Un club tan grande como el Madrid también está sometido a periodos de prosperidad en los que se gana la Liga de Campeones y el Mundial de Clubes y períodos de depresión en los que no se gana nada de nada y, lo que es peor, no hay más remedio que contemplar los triunfos del gran rival. Hasta aquí, todo normal. El problema viene cuando un club de fútbol entra en un proceso de "destrucción destructora".

Porque Florentino Pérez destruyó el sano y suave gobierno de Ancelotti con intención de construir ese Madrid de la "excelencia" que desalojara de una vez al Barça de las portadas de los periódicos, de las listas de camisetas vendidas y de los corazones de los niños. Era eso, ¿no? Pues no ha funcionado. De acuerdo, un club como el Madrid no puede permitirse un año en blanco (nunca mejor dicho) sin tomar medidas que destruyan lo que no funciona para crear un equipo que funcione y gane títulos. Es cierto, un club como el Madrid no puede soportar largos periodos de depresión porque necesita la prosperidad de los grandes títulos como los gánsteres de las viejas películas en blanco y negro necesitan de un cigarrillo colgando de los labios. Vale. Pero un capitalista de manual como Florentino no ha sabido trasladar al Madrid las normas de la casa del capitalismo futbolístico. En fútbol hay que tener mucho cuidado con la destrucción de los entrenadores y sistemas, algo que Florentino debió haber entendido cuando echó a Del Bosque. En los grandes equipos, esos equipos diseñados, como diría Luis Aragonés, para ganar y ganar y ganar y ganar, las destrucciones creadoras necesitan de inteligencia y leves, muy leves, toques de sal.

En "El adivino", una de las maravillosas aventuras de Astérix y Obélix (e Idéfix, para que no se enfade nuestro repartidor de menhires favorito), Karabella admite, después de probar la famosa posición mágica del druida Panorámix, que no está mal, pero ella habría puesto un poco más de sal. Es eso. Cualquier entrenador del Madrid, del Barça, del Bayern o del Manchester United tiene que reconocer que la plantilla de la que dispone es estupenda y que, como la poción mágica de Panorámix, servirá para derrotar a los romanos. Pero, como hizo la mujer de Abraracúrcix, el entrenador que hereda una gran plantilla debe buscar el punto de sal que crea conveniente. La "destrucción creadora" futbolística, entonces, tiene que ver más con la sal que con la poción mágica. Más con el sabor de la poción que con la fórmula. El Madrid dispone de un tal Ronaldo que, como Obélix, se cayó en la marmita del fútbol cuando era pequeño y no necesita una ración de poción mágica antes de cada partido, pero el Madrid sí necesita la poción mágica de la historia y de la tradición. El problema es dar con el punto exacto de sal.

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