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De cabeza

La duda

Uno debe querer más al juego que a su propio equipo

Tal vez yo no sea el seguidor ideal de un equipo de fútbol. Las lealtades suelen estar empedradas de certezas. La fe suele ser un asunto inquebrantable. Del oviedista, al igual que de cualquier otro aficionado, se espera una adhesión a prueba de bomba. Después, está esa otra alternativa: la del hincha quejumbroso, protestón, pero que nunca falla. En el fútbol hay amores que gruñen. En mi caso, no he faltado a la cita con el Oviedo desde que tenía once años; sin embargo, no me veo identificado ni a gusto comulgando con esa ebriedad ciega que lleva en volandas a la grada. Participo cuando lo considero oportuno pero si escucho en el Tartiere que a mí, lo que me importa, es que mi equipo gane, juegue como juegue, suelo torcer el gesto. Digámoslo ya, y perdonen por la inconveniencia, soy un seguidor que duda. La duda, según pasan los años, se va convirtiendo en un estado de ánimo. Como recuerda Jaime Gil de Biedma, yo también vine "como todos los jóvenes, a llevarme la vida por delante". Hay épocas en que la ceguera es bonita: el amor ciego, la confianza ciega? Hasta que llega un momento en que abres los ojos definitivamente y no por ello dejas de disfrutar de todo lo que tienes alrededor, aunque te vuelvas un adicto al "por si acaso". Que perdimos dos puntos en Lugo: no sé? Que ganando al Alavés nos ponemos otra vez a tiro del ascenso directo: veremos? Nunca entendí por qué un deporte como el fútbol, donde lo único seguro es que los partidos hay que jugarlos, nos empeñemos en vivirlo (disfrutarlo y padecerlo) a golpe de certezas. Si como dicen los expertos que, al tratarse de un fenómeno social, refleja lo peor y lo mejor de nosotros mismos, da la impresión de que todo el mundo tiene al menos una idea, un argumento o una tesis inamovibles.

Una de las cosas más atractivas del fútbol es que su verdad tiene los pies de barro. A menudo la confundimos con un pronóstico. Vuelvo al pasado sábado en Lugo: en cuanto Toché marcó el segundo gol del equipo, al cero a dos se le iba poniendo rostro de certeza. Al final del encuentro, para disgusto del oviedismo, la certeza se diluyó en un empate a dos. En cambio, el balompié dio un nuevo quiebro a lo esperado, a lo evidente.

Por eso uno debe, de vez en cuando, querer más al juego que a su propio equipo. Para no perder la perspectiva ni el sentido del humor. Para no creer que, de verdad, la fe mueve montañas. La historia de un campeonato es una mezcla de talento, azar, tesón, rigor, trabajo? y duda. Hace unos días, en una estupenda entrevista, Javi Gracia, el entrenador del Málaga afirmaba que "dudar es la esencia de mi trabajo". No puedo sentirme más identificado. Y también con la frase del cineasta italiano Ettore Scola. "La duda de los artistas es la riqueza del mundo".

Que descanse en paz el autor de "Una jornada particular" y "La familia". Se ha ido dejándonos a todos mucho más ricos.

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