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De cabeza

La buena memoria

Habría estado bien que Marianín hiciera el saque de honor ante un campo abarrotado

A Marianín le gustaba asomarse a la ventana de su piso en la calle Benjamín Ortiz para ver jugar a la pelota a los críos del barrio. Después, si tenía tiempo, iba a encontrarse con su vecino y amigo Gonzalo, antiguo jugador del Pumarín y que le hizo sentirse como en casa al poco de llegar a Oviedo. Marianín es Marianín: el jabalí del Bierzo, uno de los delanteros históricos que tuvo el Real Oviedo. Gonzalo era Gonzalo Álvarez Río, la persona que me hizo socio del equipo azul bajo la mirada benevolente de mis padres, especialmente la de mi madre: asidua del viejo Tartiere desde niña. Gonzalo y Marianín eran tan amigos que cuando el primero quiso comprar un coche nuevo, esperó a que llegara al concesionario un Renault 12 amarillo: igual que el del futbolista.

Cuántas veces viajé yo en ese coche. Cada vez que me subía en él, Gonzalo me decía cariñoso:

- Mira, Nando, como el de Marianín.

Me acordé de esta historia al saber por un amigo que en el partido Real Oviedo-Alavés Marianín recibió un homenaje en el palco del club por parte de la Asociación de Peñas. Comparto con mi amigo que hubiese estado bien que hiciera el saque de honor ante un campo abarrotado. No fue así y lo lamento. Supongo que alguna razón de peso habría para no hacerlo. Hubiera sido un momento perfecto para que la afición más joven se encontrara con la buena memoria, con el retazo de un fútbol más esforzado, tal vez más meritorio. Un fútbol en el que conseguir un hat trick suponía un hito importante, no como en estos tiempos de cyborgs futbolísticos que marcan goles de cuatro en cuatro como si de saques de banda se trataran. Mi amigo también me cuenta que la única vez que su padre visitó el antiguo San Mamés fue en la ocasión en que Marianín le marcó tres goles al Chopo Iríbar. A veces el azar es un narrador benéfico.

Sí, habría sido una buena forma de conectar memorias. Sin embargo, algo debió de ocurrir, pues Borja Valle, paisano de Marianín, metió el gol del Oviedo fusilando al portero: un gol más propio de un nueve como el Jabalí. Tal vez las conexiones estaban dispuestas: una entrega del testigo, un traspaso de responsabilidades. Ya nos conformaríamos con que Valle hiciera la mitad de historia de la que el futbolista leonés hizo en el Oviedo.

Como los recuerdos se enredan unos con otros, también recordé durante el partido a Keith Anthony Thompson, aquel extremo que vino al equipo en 1986. La tarde que fichó, lo primero que hizo Gonzalo al enterarse fue llamarme por teléfono para decírmelo:

- Nando, Thompson. Se llama Thompson. Y viene de Inglaterra.

Gonzalo, Thompson y Marianín es la delantera que ocupa a menudo mis sueños. Una delantera que, con toda probabilidad, aprendió lo mejor del fútbol jugando en la calle. Como aquellos niños que jugaban en Benjamín Ortiz. Alguno de ellos ya llevaba su destino escrito en el nombre. Pero esa es una historia que me guardo para más adelante.

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