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La Copa y el lío de todos los años

El campeón de la Liga de Campeones, el Barcelona, ante el campeón de la Liga Europa, el Sevilla. La final de la Copa del Rey convertida este año en la revancha de la Supercopa de Europa. Mejor, sobre el papel y forofismos aparte, imposible. Sí, claro, falta el Real Madrid, pero el entonces Madrid de Benítez se autoexcluyó esta temporada de la competición. Cheryshev, ya saben?

La cita será el 21 de mayo y el Madrid, en todo caso, podría colaborar poniendo la guinda a la tarta de la final: el Santiago Bernabéu; el escenario querido por los dos finalistas. Pero a Florentino Pérez sólo de pensarlo se le ponen los pelos como escarpias. Y surge el lío de todos los años. Madrid, prácticamente a la misma distancia de Barcelona (600 kilómetros) que de Sevilla (550), ofrece a las aficiones de los finalistas las mismas opciones de traslado y el Bernabéu la mayor capacidad para acogerlas con sus 81.000 plazas. Pero la presencia del Barça en la final mezcla no sólo rivalidades deportivas sino también socio-políticas que multiplican el follón a niveles irresolubles. ¿Puede alguien creer que Villar, de quien a la postre depende la designación del escenario pues es la Federación Española la organizadora del torneo, puede alcanzar un acuerdo de consenso en una reunión a cuatro con Barça, Sevilla y Madrid? Es tan utópico como esperar un pacto de gobernabilidad para España entre PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos.

Descartada repetir la experiencia del pasado año en el Camp Nou ("¡Antes en China!", enfatizó el entrenador del Sevilla, Unai Emery) no queda otra que aceptar el ofrecimiento del Atlético para que el Calderón (54.907 plazas) acoja la final. Una final que un año sí y otro también termina convirtiéndose en un problema en lugar de una fiesta. Y no sólo por no existir en España un estadio "oficial" como Saint Denis en Francia o Wembley en Inglaterra. Aquí el problema va más allá porque lo futbolístico muchas veces no deja de ser apéndice de lo político. Y vuelta la burra al trigo?

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