En cada partido que disputó con el Real Oviedo, Pelayo Novo tuvo que representar dos papeles: era centrocampista y símbolo de El Requexón. A su edad no resultaba sencilla la primera y tremendamente pesada era la segunda. Lejos de amedrentarle, el reto le hizo crecer. Pocos futbolistas con veintipocos años han soportado tantas esperanzas y frustraciones a sus espaldas. Al canterano la fase de formación le coincidió con la crisis de identidad del Oviedo, un club a la deriva que parecía que se estrellaría en cualquier momento, La experiencia convirtió a Pelayo en un experto en situaciones de riesgo, un plus para cualquier carrera futbolística. Ayer regresó al Tartiere convertido en un hombre. Y en un gran centrocampista. Abandonado su rol como símbolo, ahora se dedica a jugar y a mostrar sus cualidades: crea fútbol, defiende, gana las disputas, conduce con elegancia y tiene llegada. Ahora que las lesiones le respetan, muchos están confirmando las sospechas de que se trata de un centrocampista total. Experto en ascensos a Primera (lo logró con Elche y Córdoba) su ojo clínico dicta sentencia: "Veo al Oviedo para ascender".