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El Valladolid fue el mejor Oviedo

Si Egea tuviera que plasmar por escrito el ideal de un Oviedo campeón, seguramente el técnico empezara su descripción imaginando una delantera de dos hombres con profundidad y colmillo. Seguiría describiendo en su libreta el centro del campo: una línea de paso, que facilite el tránsito entre defensa y atacantes sin adornarse en la posesión y que cuando toque defender lo haga con movimientos valientes y ordenados. La defensa quizás estaría en segundo plano, pero destacaría por adelantar líneas, alejarse de su meta y ganar cada disputa. Puede que Miguel Ángel Portugal le haya robado los apuntes a Egea. El Valladolid que se presentó en el Tartiere es el ideal al que aspira el Oviedo: un equipo ordenado, con tendencia al ataque y hombres con capacidad de desequilibrar. Como uno de estos héroes de Marvel creados en el laboratorio, los pucelanos fueron el antídoto generado para el Oviedo del 4-4-2.

Comienzos perezosos

Dio la impresión de que el Valladolid jugó con toda la confianza que le ha faltado durante la temporada. Como si la derrota de la semana anterior (0-1 ante el Huesca) hubiera significado su punto de inflexión, su catarsis. Con la perspectiva de tirar la temporada por la borda, surgió la mejor versión. Los de Portugal sorprendieron a los azules desde el principio. Tiene el Oviedo un peligroso vicio desde hace tiempo: se toma los partidos con calma. Los de Egea tienen tanta dinamita arriba que no necesitan avasallar al contrario para ganar los partidos. Les basta con controlar el choque y esperar a alguna opción aislada. El problema surge cuando se encuentra a un rival que le discuta con sus propias armas. Ese fue el Valladolid.

La teoría era correcta

El planteamiento de Egea se presumía correcto. Quiso regresar el argentino al 4-4-2 porque le da más razones para notar. En la competición de los equipos monótonos, el del 4-2-3-1 como esqueleto común y propuestas de juego surgidas de una misma cadena de montaje introducir dos delanteros supone un imprevisto para las defensas rivales. Por eso le ha funcionado al Oviedo el dibujo de los dos delanteros, porque tiene muchas posibilidades de sorprender al rival. Egea quiso recuperar viejos hábitos para superar la derrota de Mallorca sin renunciar a Míchel, así que le encontró acomodo en el doble pivote. La teoría, el once inicial, no parecía desencaminada. El problema estuvo en la ejecución.

Ausente sin balón

El 4-4-2 premia la presencia de balones en las dos áreas. El Oviedo convierte en centro del campo con este sistema en una zona poco frecuentada, un carril de aceleración. Egea propone una ruleta rusa consciente de que el revólver del rival siempre tiene más balas, beneficio de una delantera tan poderosa como la azul. Pero a la propuesta debe seguirle intensidad y coordinación en los movimientos. El Valladolid jugó excesivamente cómodo con la pelota, Tiba como faro, y suple darle amplitud con los excelsos Villar y Mojica. El Oviedo estuvo descentrado en las marcas atrás y poco agresivo en el centro. Los de Egea siempre llegaron tarde a las acciones cuando el rival tenía el balón. Solo se sostuvo en el partido durante un tramo por su dinamismo arriba: cuando la pelota se acerca al área rival, Borja Valle, Susaeta, Toché y Koné comienzan su propio partido.

Motivos para la esperanza azul: Mamadou Koné y más atacantes

El Oviedo incisivo en ataque estuvo limitado a acciones esporádicas. En el minúsculo capítulo de buenas noticias hay que apuntar a Koné. Paco Fernández, el que fuera su técnico en el Racing y supo exprimir su juego mejor que nadie, mantiene desde que el Oviedo fichara al marfileño que su mejor versión se vería en los tres últimos meses de competición. Los azules entran en la fase decisiva y el africano muestra síntomas de que su mejor versión está cerca. Koné es goleador, pero también es un generador de espacios. El Oviedo le va a necesitar para la fase decisiva. En realidad, las mejores noticias de los azules siguen residiendo en el foco ofensivo. Koné empieza a asustar y Valle regatea hasta a unos tobillos sensibles. Susaeta nunca se ha ido y Toché mantiene intacto su idilio con el gol. Apunten también a Linares a la lista, que ya está de vuelta. Y, claro, el recurso de Cervero nunca debe ser descartado. Al menos la delantera asegura alegrías.

Críticas destructivas

Resumiendo las cosas, el Valladolid firmó una actuación perfecta y el Oviedo no tuvo su día. A la hora de analizar las causas, la lectura de Egea no parece desacertada: Un mal día en la oficina. Más que nada porque la trayectoria en la temporada invita a pensar que la mejor versión de los azules aún no ha caducado y puede regresar en cualquier momento. La afición del Tartiere, sin embargo, siempre exige: síntoma de los equipos con solera aunque en ocasiones la furia no esté bien dirigida. La crítica -constructiva- parece acertada, pero no lo parece sin embargo intentar personalizar los fracasos, una rutina que se ha repetido en el Tartiere los últimos años. El sábado se pitó a Erice en su sustitución y a Peña en algún centro poco atinado. Se entiende la crítica como fruto de la frustración pero el gesto no ayuda al crecimiento del equipo. Tampoco parece justo. El éxito y el fracaso es cosa de todos.

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