Esos seres que humillaron a unas mujeres en la Plaza Mayor de Madrid no eran cíclopes. Los seres arrojaban monedas al suelo y, entre grandes risotadas, jaleaban a las mujeres que se agachaban a recogerlas. Uno de esos seres hasta llegó a quemar un billete sólo para ver cómo una mujer intentaba salvar el trocito de papel. Los cíclopes no son hombres no porque tengan un único ojo en, sino porque carecen de leyes y de agricultura (no conocen el trigo y el vino), viven separados unos de otros (el cíclope Polifemo no es un politikón zôon, que diría Aristóteles: un animal político, es decir, cívico o social) e ignoran la práctica de la hospitalidad hasta el punto de ser antropófagos. El extranjero, como esas mujeres que pedían limosna a los seres que ocupaban las terrazas de la Plaza Mayor, está solo, sin compañeros ni familia, e inspira piedad a los hombres y a los dioses. Aunque Ulises no está solo cuando en la "Odisea" se enfrenta a Polifemo, puesto que cuenta con sus compañeros, sí es un extranjero en tierra extraña, pero ni Ulises ni ningún griego inspirará en Polifemo un sentimiento de piedad. Puede que curiosidad. Quizás perplejidad, al menos al principio. Pero no piedad. Aquellos seres que humillaron a unas mujeres hambrientas, sin embargo, no eran cíclopes porque no carecían de leyes, bebían (mucha) cerveza, vivían en comunidad y no eran en absoluto antropófagos.

Tampoco eran zombis como los de la serie televisiva "The Walking Dead". Los zombis no son hombres, por eso no se les debe poner un nombre, ni se puede razonar con ellos, ni habría que sorprenderse si unos zombis atacan y devoran a unas mujeres en la Plaza Mayor de Madrid. En la película "El guerrero número 13", los devoradores de cadáveres que se hacen pasar por monstruos para aterrorizar a sus enemigos son, como observa el inteligente Ibn Falán interpretado por Antonio Banderas, hombres disfrazados, y eso quiere decir que se puede luchar contra ellos de igual a igual. Pero cuando Ibn Falán y sus compañeros llegan a la guarida de los devoradores de cadáveres y se encuentran con el horrible espectáculo de miles de cráneos humanos amontonados, Ibn Falán, desolado, cambia de opinión: "Me equivoqué. Estos no son hombres". Así, los zombis de "The Walking Dead" y los devoradores de cadáveres de "El guerrero número 13" son para los supervivientes humanos y para los hombres del norte lo que Polifemo es para Ulises y sus compañeros. Pero los seres que gritaban, reían y arrojaban monedas a las mujeres de la Plaza Mayor no se dedican a amontonar cráneos y devorar carne humana, sino que viven entre nosotros, tienen trabajos respetables, viajan en metro, pagan sus impuestos, llevan a sus hijos al cole y están deseando que llegue el fin de semana para ver jugar a su equipo favorito. Si Ibn Falán hubiera presenciado el espectáculo de la Plaza Mayor nunca habría dicho que aquellos seres no eran hombres. Lo cierto es que sí eran hombres. Ni cíclopes, ni zombis, ni siquiera monstruos devoradores de cadáveres. Eran hombres aficionados al fútbol que habían viajado a Madrid para ver jugar al PSV contra el Atlético en la vuelta de los octavos de la Liga de Campeones.

Ojalá hubieran sido cíclopes. O zombis. O devoradores de cadáveres. Pero eran hombres. No holandeses seguidores del PSV, sino hombres. No aficionados al fútbol borrachos de alcohol y sol, sino hombres. En la "Odisea", Ulises se encuentra con personajes que unas veces están más allá de la humanidad, otras al lado de la humanidad, y otras fuera de la humanidad. Pero los seres que ofrecieron en la Plaza Mayor de Madrid ese descomunal desafío a la reflexión ética no están ni más allá, ni al lado, ni fuera de la humanidad, sino que forman parte de la humanidad. De la humanidad, no de los aficionados al fútbol. Y eso es lo terrible.