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Periodista de "El Mundo"

El miedo

Según se acercaba el partido, la ciudad entera recordó cuál es la única manera de vencer: luchar

Llegar a Gijón el domingo a la hora de comer fue una experiencia extraña. Como siempre que el Sporting juega un partido importante, había banderas en los balcones y miles de personas con la camiseta puesta. Camisetas, además, de todo pelaje, desde la mítica -para mí lo es- de 2008 -¿te acuerdas, Manolo?- hasta la amarilla, horrorosa, de este año. Por ver, también se veía alguna de las que se pusieron Luis Enrique y Abelardo, con el logotipo en el pecho de Cajastur cuando Cajastur era, qué tiempos, el sitio donde íbamos con el abuelo, de la mano, a poner la cartilla al día. Sin embargo, a esa hora la mayoría de la gente paseaba en silencio, o hablando bajito, como no queriendo despertar a no se sabe quién, o qué, no fuera que al hacer ruido nos quitaran la esperanza, la ilusión. En Gijón, el domingo a mediodía, había miedo. No era sólo miedo a no ganarle al Villarreal. No era sólo miedo a que el Betis no le rascara la piel al Getafe. No era sólo miedo a bajar a Segunda. En Gijón, ciudad valiente, había miedo. Un miedo anónimo. Un miedo al futuro. Aperitivos silenciosos en El Carmen, paseos por el muro mirando al mar, tranquilo en ese instante, revuelto cuando acabó la siesta y la ciudad se miró al espejo.

Fue algo improvisado. Empezó posiblemente, quién sabe, con una mirada, con un gesto, con alguien que se encoge de hombros, con una ceja para indicar la dirección. Poco a poco, todavía en silencio, la gente comenzó a agolparse de forma natural sobre la esquina del campo por donde llega el autobús del Sporting. De repente, sin saber cómo, había allí 1.000 personas, por decir algo, y todavía faltaban tres horas. Al olor del murmullo, las 1.000 fueron 2.000, y ya juntos, hombro con hombro, las primeras canciones: "Sí se puede, sí se puede", metáfora de estos tiempos en los que han querido obligar a la gente a luchar para recuperar algo que ya era suyo, porque suya, de la gente, de los barrios, de sus currantes, era ya la dignidad, el trabajo honrado, un sueldo justo, un plato de lentejas, un trozo de pan y, si acaso, unas zapatillas de marca para los críos. Todo eso era suyo, de la gente, todo se lo han querido quitar y ese "sí se puede" quedará para la historia como grito de rebelión. De algún modo, a este Sporting también le han quitado todo lo que era suyo y por eso grita.

De repente, ya eran 3.000 personas en la esquina y el autobús llegando. Los profanos de esta religión, casuales en rojo y blanco, madridistas sin el corazón en juego, descubren su piel de gallina mientras graban la llegada de los 'Guajes' en el móvil. Son las seis de la tarde y Gijón, la ciudad miedosa del mediodía, está en llamas.

El fuego se propaga. Inflama el anillo entero del campo, sube hasta San Lorenzo, baja por Pelayo, Poniente hasta La Calzada, y sin saber muy bien cómo, arde ya en la gente el fuego que le es propio, el de los astilleros, el de la revolución que siempre fue Asturias y que Abelardo conoce bien. El equipo, y la ciudad, están listos para pelear por lo suyo. Como siempre. Gijón no era la ciudad del mediodía. Gijón es la ciudad de las siete y media de la tarde, cuando recuperó lo que es suyo. Así será hasta que se muera. El Sporting es Gijón y Gijón es el Sporting. Mientras se tengan el uno a la otra, no habrá sitio para el miedo. Ni siquiera porque tú te vayas, Jony.

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