Son las 8 de la mañana. Suena el despertador en un lugar de la Mancha de cuyo nombre sí quiero acordarme: Tarancón.

Los días se suceden, absorto en la rutina de entrenamientos espartanos. Hace ya casi dos años que decidí dejar el cobijo de un Centro de Alto Rendimiento y cambiarlo por un pequeño pueblo manchego, entrenar bajo el amparo de un campeón de Europa: Arturo Casado, que, buscando reencontrarse con su mejor versión atlética, se convirtió en un ilustrado y debutante entrenador.

Esta relación tan peculiar, propia de Don Quijote y Sancho Panza, perseguía un sueño: ganarme la plaza olímpica y demostrarlo en Asturias, ante mi gente. ¿Se puede pedir más? Este motor fue el que me permitió completar tremendas jornadas maratonianas de entreno llevando una vida monacal. Todo estaba planificado al milímetro, basándose en su experiencia deportiva y su formación como doctor en Ciencias del Deporte, los objetivos se iban cumpliendo. Y llegó el mes crucial cuando tenía que cumplirse nuestro sueño...

Se me hace difícil seguir. Una vez más la suerte no me acompaña, las lesiones me impiden culminar el proceso. No voy a ir a los Juegos, no voy a correr el Nacional en Gijón. He podido recorrer un camino aunque no he llegado a la ansiada meta.

"Has de desear que el camino sea largo y que sean muchos los amaneceres...".