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Antonio Rico

Al oro

Antonio Rico

Extraterrestres, petunias y arados

Consideraciones sobre la nueva exhibición de Phelps

Lo más interesante de la descomunal exhibición del nadador estadounidense Michael Phelps en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro no es comprobar que este hombre tiene casi tantas medallas olímpicas (la mayoría de oro) como canciones de los Beatles que fueron número uno en las listas de éxitos, ni intentar comprender lo que significa ganar una medalla de oro olímpica en 200 metros mariposa con más de 30 años en el carnet de identidad, ni la barbaridad que supone ganar dos medallas de oro en menos tiempo del que usted y yo podemos emplear en desperezarnos por la mañana. Qué va. Lo más interesante de la exhibición de Phelps, al que algunos ya daban por muerto y embalsamado, fue ver cómo el mejor nadador de la historia besaba a su hijo después de recibir la medalla de oro en su prueba favorita, interrumpiendo el paseíllo en el que los medallistas recibían el aplauso del público. Phelps tiene un hijo humano. Bien. Así que Phelps es uno de los nuestros. Qué alivio.

Se puede entender que la grandiosidad de la gran pirámide de Keops lleve a algunos a proponer la autoría extraterrestre de un monumento que desafía a la imaginación, pero las pruebas científicas demuestran que la tumba de Keops fue obra de los antiguos egipcios. También se puede entender que las proezas de Phelps en la piscina lleven a algunos a defender el origen extraterrestre de un tipo que parece rebasar los límites del ser humano en cada brazada y en cada cita olímpica, pero sabemos que Phelps es humano no porque sus marcas y medallas sean humanas, sino porque tiene un hijo de nuestra especie. A pesar de lo que sostienen farsantes como Von Däniken, un cruce genético entre humanos y extraterrestres sería absolutamente imposible. Si la posibilidad de que individuos de especies diferentes que viven en el planeta Tierra se apareen entre sí y se reproduzcan es remota (los caballos y los burros son una excepción, pero sus hijos son estériles), imagínense qué posibilidades habría de que dos especies evolucionadas en planetas diferentes se aparearan. El gran Carl Sagan (y lamento juntar en el mismo párrafo los nombres del charlatán Däniken y del astrofísico y divulgador Sagan) aclara la cuestión diciendo que un antepasado humano habría tenido más posibilidades de éxito apareándose con una petunia que con un extraterrestre porque, al menos, los humanos y las petunias evolucionaron sobre la Tierra. Michael Phelps es humano porque, si no lo fuera, una mujer tendría más posibilidades de quedar embarazada de un petunia que de un ser que viene otro planeta.

Phelps, la deslumbrante nadadora estadounidense Katie Ledecky, las inigualables saltadoras chinas de trampolín o las cinco gimnastas encabezadas por Simone Biles que consiguieron el oro para Estados Unidos son tan humanos como usted o como yo y, además, tienen la gran virtud de que no se meten en nuestras vidas hasta la náusea, como sucede con las estrellas del fútbol. Del mismo modo que el romano Cincinato abandonó el arado para ser dictador y salvar el Estado en un momento de peligro y luego regresó a su granja sin plantearse conservar el poder, los grandes deportistas olímpicos abandonan sus piscinas o gimnasios para alegrarnos a todos el verano y, después, vuelven a sus durísimos entrenamientos sin caer en la tentación de darnos la paliza a lo largo del año con sus cambios de color de pelo, sus vacaciones en Mykonos, sus aventuras sentimentales o sus diseños de ropa interior. Es muy duro volver al arado después de ganar un oro olímpico, sobre todo cuando no se es un extraterrestre ni una petunia, pero los Cincinatos olímpicos son así.

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